Así se vivieron las horas previas hasta que la estatuilla estuvo en manos de Campanella.
Unos días después que comentamos la grandeza cinematográfica de El Secreto de sus Ojos en nuestro número de marzo, y a pocas horas de la apertura de sobres más importante de la industria del cine mundial, tuvimos la oportunidad de compartir posiciones, nervios y un cierto dejo del resignado ‘vamos a ver’ al que estamos acostumbrados los argentinos por imperio de movimientos políticos o elecciones inusitadas.
El Cónsul General de nuestro país en Los Angeles, su familia y equipo ofrecieron una recepción para agasajar a los integrantes de la delegación que vino a acompañar la película en la 82da. Entrega de Premios de la Academia que se realizó el pasado domingo 7 de marzo. Todos lucíamos contentos y esperanzados.
Se comentó poco de la película y mucho de los sueños. A medida que se aproximan los Oscars podemos todos los años jugar a acertarle a tal o cual película que vimos o nos contaron, pero lo cierto es que, por definición, el rubro Mejor Película en Idioma Extranjero es una barrera que no nos permite comparar, no nos permite poner en práctica el uso de la elección. Estábamos compitiendo con fantasmas grandes. Sentíamos que estábamos ‘ahí’ pero nadie podía arriesgar. Ni siquiera su director, Juan José Campanella, sabía qué tan buenas eran las otras películas nominadas. “Vi una sola, la peruana (La Teta Asustada), que me encantó y lo puedo decir sin ningún problema porque siento como que no compite, esto es lo grave… en el sentido de que es totalmente distinto el estilo, son dos películas que no se pueden medir cuál es mejor que la otra, son completamente diferentes. Así que celebro que esto es una cosa de la Academia de premiar todos los estilos”.
Los directores de películas que participan en festivales dividen su actividad entre la creación, la acción y el marketing. Y aunque Campanella aseguraba que no veía la hora que esta vorágine pasara para continuar su vida de director del próximo proyecto, confesaba que sentía “Mucha alegría, mucho nervio, adrenalina, venía piloteándola muy bien, pero cuanto más se acerca el momento más nervios te van naciendo. Obviamente que es verdad que la nominación es una cosa muy importante, pero una vez que estás en el baile querés ganar también…”.
En tanto, el autor del libro, Eduardo Sacheri, se mostraba verborrágico y complacido a las puertas de que se cumpliera el sueño de cualquier escritor, mientras que el autor de las canciones principales, Emilio Kauderer, se veía exultante y lleno de esperanza. Francella, elocuente como siempre, apenas podía enhebrar ideas más allá de exponer su inmensa felicidad. “Mucha felicidad, mucha alegría, una enorme expectativa. Ojalá se dé el sueño de ganar… ojalá… sería una gran ilusión para todos, estoy feliz, estoy feliz. Es maravilloso. Estar en este lote de las seis únicas películas argentinas que han llegado a esta instancia... te imaginás cómo se debe sentir Campanella, cómo nos sentimos nosotros… y todos los argentinos que lo viven como si fuera un mundial de futbol”.
Aunque se sintió la ausencia de la protagonista femenina, Soledad Villamil, y de Ricardo Darín, el clima era de pura fiesta, y la fiesta terminó a lo grande.
En el marco de un evento espectacular, como aquellos de sus mejores épocas, tuvimos que esperar 2 horas y 46 minutos para saber si festejaríamos tan sólo la sexta nominación argentina o el segundo Oscar. El Secreto de sus Ojos era la favorita de los críticos en su categoría. Y así como los críticos perdieron en sus apuestas por el resto de las películas, en las que Avatar supuestamente arrasaría con todo, lo cierto es que en Mejor Película en Idioma Extranjero no se equivocaron.
Campanella, acostumbrado a recibir premios, (lleva ganados nada menos que 36 premios y 18 nominaciones con sus películas), fue conciso y vibrante… aunque un Oscar no es un premio más, y la emoción lo superó amplia y abiertamente a la hora de los agradecimientos.
Con o sin Oscar, El Secreto de sus Ojos es una muestra más de que quien sabe hacer cine no necesita de grandes y costosas producciones, ni de argumentos rebuscados, golpes bajos o descansar en probadas e inagotables historias políticas. Comprobado. Tan solo el buen gusto, una historia casi cotidiana, alusiones icónicas no repetidas y un excelente manejo actoral en manos de un buen director, hacen de una película, un Oscar.
Entrevista:
“Una historia bien contada, apasionante, atrapante” fue su respuesta cuando le preguntamos a Campanella qué sentía que habría visto la Academia para premiarlo con la nominación. Ese es el estilo Campanella. Busca y cuenta historias. Y se aleja de lugares comunes, eso lo define. Lo vimos en Luna de Avellaneda (2004), en El Hijo de la Novia (2001), y en El Mismo Amor, la Misma Lluvia (1999) en la que ya dejaba entrever su personalidad cinematográfica. Mientras Campanella afirmaba “Me gusta el estilo de Sacheri porque maneja una vida cotidiana con temas más grandes que el contexto”, su coguionista agregaba: “A los dos nos gusta buscar lo trascendente en lo pequeño. Nos une un cierto interés por esto de explorar grandes temas a partir de personajes no demasiado diferentes a cualquier persona. Y la identificación que Juan logra con su cine, que millones de personas vean sus películas, me parece que tiene que ver con esa proximidad afectiva y existencial. Esa gente está cerca de los personajes de Juan pero porque Juan está cerca de eso que se está haciendo”.
Mostrás en la película una Argentina de una manera poco icónica, casi tangencial…
“Exceptuando esta, en ninguna de mis películas hay ni fútbol ni tango ni mate. En esta hay fútbol, pero poquito, y más en el hincha que en el fútbol en sí. Yo viví mucho tiempo acá, y quizás lo que reconozco como argentino o lo que a mí más me atrajo de volver a vivir en la Argentina no tiene mucho que ver con esas cosas icónicas, sino con un modo de ser y una idiosincrasia, pero también reconozco que muchos de los problemas que se ven como argentinos son problemas que he vivido acá por 20 años. Buenos Aires por lo menos es una ciudad occidental en la que tienen mucho que ver un porteño con un neoyorquino, un madrileño, un romano, un parisino, muchísimo más de lo que pensamos”.
No hablás sobre la época ni haces alusiones históricas, por el contrario, le das indicios… hacés pensar a la gente…
Sacheri: “Lo que tuvimos que decidir cuando estábamos escribiendo el guión fue hasta qué punto meternos en la descripción de la época. Y lo que quedó finalmente fue esto, un contexto que no ahogara la historia. El hecho de que ya hayan pasado unos cuantos años más de aquella época también nos permite esto: un contexto de una historia que nos permitimos contar más allá de hacer hincapié en el gran suceso y en la gran tragedia… por eso es que la pudimos poner en un segundo plano alumbrando lo que les pasa pero no siendo lo único que se cuenta”.
¿Qué tanto se separó el guión del libro original?
JJC: Creo que reforzamos, trajimos mucho más a primer plano la historia de amor, que en la novela está mucho más en segundo plano, y le dimos una estructura de policial más clásico, una búsqueda, una pesquisa voluntaria y consciente en esto de sembrar dudas en relación a la culpabilidad o la inocencia de una persona. ©