¡No hay nada más lindo que la familia unita!
Los domingos en familia, raviolada de por medio, fueron siempre una costumbre que formó (en muchos casos, aún forma) parte del ADN argentino, y los “tanos” tuvieron mucho que ver con eso.
Era el día en que las familias se juntaban para rendir culto a las pastas caseras, los futboleros se prendían a la radio a la hora de la siesta, y se compartía entre mate y mate lo vivido por todos durante la semana.
Fiel reflejo de esos rituales fue la serie televisiva Los Campanelli, que comenzó a emitirse por Canal 13 entre 1969 y 1974. La historia giraba alrededor de una familia típica argentina que se juntaba -precisamente cada domingo- en la casa del inmigrante italiano don Carmelo Campanelli (Adolfo Linvel) y doña Lucía Campanelli (Menchu Quesada), en donde se desarrollaban todo tipo de situaciones cómicas y a veces dramáticas.
Don Carmelo popularizó frases que se usaron mucho en la sociedad argentina de comienzos de los 70, como cuando se refería a su pícaro hijo menor diciendo “¡é un ányelo, non vuola per que é picchione!”, o cuando necesitaba acallar las discusiones justo antes de comer, exclamando “¡Basta!, non quiero oire ni el volido de una mosca!”. Sin embargo, la frase que definitivamente pasó a la posteridad, fue “¡No hay nada más lindo que la familia unita!”
Algunos de los protagonistas de la serie se hicieron famosos a partir de entonces, como Claudio García Satur, Liliana Caldini, Santiago Bal, Carlos Scazziotta, y Arturo Puig.
La historia y personajes de los Campanelli inspiraron dos películas de cine: El Veraneo de los Campanelli, y El Picnic de los Campanelli, ambas dirigidas por Enrique Carreras.¤