Cuadreras era el nombre que se le daba a las carreras de caballos.
La distancia o tiro que debía correrse se medía por cuadras: dos, tres, cinco cuadras, según la capacidad o el aguante de los parejeros.
De ahí el nombre de “cuadreras” que aún suele oírse en el campo.
Por lo general, las carreras se realizaban cerca de alguna pulpería y el organizador era el pulpero, quien lograba buenos beneficios, pues tanto los ganadores, para festejar el triunfo, como los perdedores, para consolarse, dejaban sus últimos pesos en el cajón del pulpero.
También estos eventos eran aprovechados por algunas mujeres que se instalaban en las vecindades de la cancha y se dedicaban a vender tortas, pasteles, empanadas y servir el tradicional mate criollo, artículos que dejaban jugosas ganancias tanto para el pulpero como así también para todo su entorno.
CHARQUEAR
El criollo, jinete por excelencia, sabía mantenerse en el lomo de cualquier pingo, por bellaco que fuese, valiéndose únicamente de su habilidad. Pero los extranjeros o los hombres de la ciudad, que no tenían su habilidad, cuando montaban un caballo un poco vivo, lo primero que hacían, para mantener el equilibrio, era agarrarse con una mano —y a veces con las dos— de las cabeceras de los bastos, de los bordes del cojinillo o de las crines del animal. Eso era charquear o “charquiar”, lo que el gaucho no hacía nunca, pues lo consideraba vergonzoso; antes prefería que el caballo lo voltease.
“Charquiar” era cosa de gringos, puebleros y criaturas.¤