Contarle la verdad sobre Papá Noel o los Reyes Magos a un niño es algo imperdonable. Casi como dar a conocer la identidad real del misterioso tallador de cristos a los encantadores habitantes de la ciudad de Monteros, de la provincia de Tucumán.
Hace poco tiempo tuve la oportunidad de conocer una historia mágica y misteriosa. Tanto, que sin dudas podría ser incluida en uno de los maravillosos cuentos de Las Mil y Una Noches.
Un día, cuando visité la ciudad de Monteros, ubicada aproximadamente a 53 kilómetros de San Miguel de Tucumán, me encontré con una sorpresa mayúscula.
En uno de los accesos a la ciudad y tendido sobre un destartalado carromato se encontraba la escultura de un enorme Cristo tallado en madera con los brazos extendidos, sin una cruz que lo sostuviese. Apenas pude recuperarme de mi sorpresa empecé a preguntar a todas las personas que encontré en el lugar sobre esa escultura monumental. Quería saber especialmente quién había sido el artista que había tallado esa obra maestra y además qué hacía ese Cristo acostado en ese carromato.
Los encantadores vecinos de Monteros empezaron a contarme una leyenda urbana de características fantásticas, porque afirmaban que el escultor de ese gran Cristo fue una persona desconocida. Nadie recordaba su nombre o apellido, pero todos lo recordaban simplemente como “El Alemán”, quien era, ni más ni menos, que un trashumante tallador de enormes cristos y otras figuras religiosas de grandes proporciones. También me explicaron que se trataba de un hombre de claros rasgos germanos, de edad madura, que deambulaba por el noroeste argentino esculpiendo enormes esculturas, la mayoría de las cuales eran cristos de madera.
¿Y por qué hacía eso?, pregunté una y otra vez. Las respuestas de los vecinos consultados fueron unánimes: el misterioso “Alemán” decía que esa era su manera de demostrarle su agradecimiento al Creador.
Según ellos, “el alemán” se presentó hace unos años en la ciudad afirmando que era muy creyente, que tenía una absoluta y férrea esperanza en la humanidad y que quería tallar un Cristo gigantesco, porque se consideraba bendecido por Dios y quería demostrarle su agradecimiento esculpiendo obras religiosas de tamaño monumental en el noroeste de Argentina.
Cuando se presentó en Monteros, “El Alemán” sólo pidió que le permitieran cumplir con su misión, dejándole cortar el árbol más grande de la región para poder esculpir un gran Cristo de una sola pieza. En compensación por su trabajo, el artista sólo pidió dos cosas: albergue y comida.
Ante tan conveniente ofrecimiento, las autoridades municipales de Monteros aceptaron el trato inmediatamente y así fue como “el Alemán” se puso a trabajar duramente. Día tras día. Noche tras noche. Durante varios meses seguidos. Hasta que una mañana, los vecinos descubrieron que “el Alemán” se había ido de Monteros con rumbo desconocido. Simplemente se fue sin despedirse de nadie porque había cumplido con su palabra: que se iría cuando la escultura del enorme Cristo estuviese terminada.
“El Alemán”, ese misterioso hombre de fe, llegó y partió de Monteros sin estridencias, flashes, ni publicidad. Muchos afirman que era alto, otros lo describen bajo; musculoso, flaco u obeso, rubio o moreno. Nadie parece recordarlo con precisión.
Para muchos pobladores de Monteros, “el Alemán” es una leyenda viviente. Y por eso, cada vez que se los interroga, cuentan nuevas historias y misterios de su vida.
Cuando partí de Monteros y volví a la ciudad de Buenos Aires decidí escribir sobre esta historia tan extraña y mágica. En un momento dado y por simple curiosidad, consulté en Google para ver si podía encontrar algún indicio, algo que me permitiera saber algo más sobre ese hombre tan misterioso. El resultado que obtuve fue desalentador. Porque en muchas, demasiadas páginas de Internet, figuraban detalles precisos sobre este escultor tan poco ortodoxo. Incluso pude conocer su nombre y apellido y ver algunas de sus otras obras.
Cuando los pobladores de Monteros me preguntaron si iba a contar la historia de “el Alemán” les respondí que ¿Cómo no iba a escribir una nota sobre un personaje tan extraordinario y misterioso? Al ver la felicidad que provocaba mi piadosa mentira en los vecinos ilusionados, no pude dejar de reflexionar que contarles que había descubierto la identidad de ese escultor habría sido un pecado.
Algo así como decirle a un niño la verdad sobre Papá Noel o los Reyes Magos. Y eso es algo que nunca se debe hacer. Porque cuando un mito o una leyenda urbana sirven para alegrar el alma humana hay que dejarlos perdurar en el tiempo. ©