Al finalizar la última dictadura militar, el pueblo argentino despertó de su más horrible pesadilla y comenzó a vivir un período de esplendor. Todo era posible en este amanecer, valía la pena luchar por una sociedad mejor, ya que existía la certeza de que la victoria estaba al alcance de la mano. Sin embargo, a medida que pasaron los años, las marchas populares y manifestaciones políticas se hicieron cada vez menos multitudinarias, los teatros callejeros y recitales espontáneos en las plazas fueron desapareciendo, y muchas caras se fueron alargando otra vez de la mano del desempleo, la violencia, la crisis educativa... ¿La lucha continúa? Sí, aunque somos muchos menos los que la peleamos con la esperanza de que a fuerza de participación popular las cosas van a cambiar.
Año 1983: La vuelta de la democracia, de la esperanza y principalmente de la vida. El país veía renacer el espíritu democrático, la gente tenía esperanzas. Había discusión política hasta en los lugares más impensados. Los argentinos participábamos y opinábamos en todos lados, en el bar del barrio, en el café de la esquina, en la universidad, en el trabajo, estábamos contentos, teníamos futuro.
Había una profunda confianza en lo que venía. Todos queríamos ser parte de ello. Cualquiera fuera tu idea política, lo único que sentías era que tenías “GANAS”.
Cada estadio, cada plaza, cada lugar donde un político disertaba se llenaba de gente autoconvocada; no eran necesarios, salvo excepciones, los micros para empujar a la gente ni el choripán y la coca. La gran mayoría de la población quería participar.
Los políticos daban sus propuestas y sobre todo hasta el momento de la elección presidencial nadie sabía a ciencia cierta quién iba a ser el ganador.
Todo se definió en el día de la elección, en el que los dos grandes partidos mayoritarios pelearon cabeza a cabeza para lograr la presidencia.
La transmisión televisiva duró hasta altas horas de la madrugada y fueron muchos los que se quedaron frente al televisor siguiendo voto a voto el escrutinio. Éramos un pueblo esperanzado.
Ha pasado casi un cuarto de siglo después de la restauración democrática, el período más largo de vigencia de los plenos derechos civiles desde 1930. Y en el medio ¿qué? Un gobierno que se le va de las manos a Raúl Alfonsín, crisis económica e hiperinflación, un gobernante que elegimos la mayoría del pueblo que no supo, no quiso o no pudo llevar adelante los cambios que el país necesitaba para lograr el ansiado bienestar de la población y un partido opositor, el peronismo, siempre atento a pegarle la última puñalada al moribundo.
Luego viene Carlos Menem con su corrupción. Menem y su desmantelamiento total del país. Más tarde llega una nueva esperanza con el Frepaso y el somnoliento Fernando De la Rúa; su incapacidad, sumada a los traidores tanto dentro como fuera de su gobierno, propicia su caída y una de las crisis más graves de nuestra historia en el 2001. “Que se vayan todos” y los cinco presidentes en una semana, Eduardo Duhalde y su maldita devaluación asimétrica y luego Néstor Kirchner, de quien ya se ha hablado largamente en estos cuatro años.
Un gobierno con ribetes populistas que nos está haciendo perder otra oportunidad única para el esperado despegue y que como ya sabemos en carne propia, al final de cada experimento populista, la situación de la gente es peor que al inicio.
Año 2007: A un mes de nuevas elecciones, lo que llama profundamente la atención en vísperas de otro acto eleccionario es el escaso interés y vocación participativa del electorado como un problema que los expertos deberían analizar.
Estas elecciones, sin ninguna duda serán las más aburridas desde el regreso de la democracia, producto de la falta de interés que generan.
Y en esto hay dos puntos a analizar: por un lado, el pueblo que parece anestesiado y por el otro, el seguro triunfo de la candidata oficialista.
La mayoría de los argentinos está en un estado que podríamos llamar de aletargamiento; luego de los cimbronazos y sopapos que le propinaron en los últimos años, cree que ya nada puede hacerse para cambiar el statu quo. Algunos por comodidad, otros por pesimismo, creen que nada está en sus manos para cambiar el hecho de que nos gobiernen los mismos de siempre, porque existe el convencimiento generalizado de que los únicos que hacen algo son los peronistas y que a la larga si ganan otros, los peronistas harán todo lo posible para voltearlos.
Todo esto lleva a la situación planteada hoy en día, la convicción de que el resultado está puesto, nada se podrá hacer para que cambie y a nadie ya parece seducirle la idea de que el cambio vendrá con participación cívica.
Pero este convencimiento sobre quién ganará en las próximas elecciones no ocurre sólo con el electorado sino también entre los candidatos oficialistas y de la oposición.
Nada de todo lo mal que se hizo en estos últimos tiempos cambiará el escrutinio final… los argentinos están aletargados.
¿Los Argentinos quieren un cambio o prefieren vivir en una nube?
La campaña electoral, mientras tanto, sigue teniendo características curiosas. Roberto Lavagna es el candidato que más habla de lo que haría si ganara; Elisa Carrió, de lo que no haría, y Cristina Kirchner, de ninguna de las dos cosas: propone mostrar sus cartas cuando sea elegida, y sin decir nada es la candidata con mayor intención de voto.
El pueblo es ciego, sordo y mudo. ¿No escucha o no quiere escuchar? Sigamos durmiendo, que cuando nos despertemos seguramente la pesadilla será inmodificable.
Como dice algún sabio en la película “El hombre del año”: - Los políticos son como los pañales, hay que cambiarlos con frecuencia… - ®