“Un pibe buenito no sobrevive hoy en la calle”
Me había propuesto resistir la tentación de comenzar diciendo que una imagen vale por mil palabras, como para no largar con semejante lugar común. Pero la verdad es que si uno tuviera que definir a Alfredo Moffatt, nada mejor que presentar dos fotos: en una, vestido con un impecable traje, barba recortada y peinado hacia atrás, es la imagen del funcionario público de alto rango. A sus espaldas se ve un amplio escritorio, majestuosas puertas y ventanas con marcos de madera tallada, y dos o tres personas más trabajando en sus computadoras: Alfredo Asesor de Gabinete de la Provincia de Buenos Aires. En la otra foto, de pantalones cortos, camisa abierta y prominente panza al aire, está subido a un carro destartalado, uno de esos que usan los cartoneros para recorrer la ciudad en busca de sustento: Alfredo militando en Las Oyitas, su proyecto de organización e inclusión social en barrios pobres y villas miseria.
De sangre alemana e inglesa, Moffatt no responde a la imagen de pulcritud y frialdad que sus antepasados se han sabido ganar. Habla con un lenguaje sencillo y directo, como si “arreglar vidas” (tal como él mismo define su trabajo) fuese algo sumamente elemental. Se refiere con la misma soltura a Karl Rogger, a Fanon o a Foucault, como a la Difunta Correa, a Juan Moreira y a los Pibes Chorros.
Uno lo podría imaginar con un libro de Marechal bajo el brazo y un sombrero inglés de cashmere en la cabeza, caminando en bermudas y ojotas por una calle de tierra de una villa de San Justo. Es un tipo de varios mundos y en todos se siente cómodo. Anatematizado, eso sí, por los círculos universitarios tradicionales, muchos no le perdonan el pecado de cuestionar a Freud y a Lacan y de hacer un fueguito con la madera del famoso diván para calentar así la sopa de una olla popular.
En lo profesional fue discípulo de Enrique Pichon Riviére, uno de los grandes reos de la intelectualidad argentina y propulsor de la psicología social, con la que propuso “la democratización del psicoanálisis”. Su relación con Riviére, por lo tanto, no le han creado demasiadas simpatías entre los profesionales del establishment.
Nunca ejerció la arquitectura, carrera de la que se graduó en 1960, aunque confiesa haber usufructuado de ella la imaginación y el planteo estético, para ponerlos al servicio de su posterior trabajo como psicólogo social.
Se ha calificado a sí mismo como un investigador de la locura y la marginalidad. La locura, dice parafraseando a Pichon Riviére, se cura con amor y humor. La marginalidad, obviamente, se cura con inclusión.
Desde hace décadas comenzó a organizar diferentes espacios terapéuticos alternativos y autogestionados, como primero fue la peña Carlos Gardel y luego El Bancadero. ¿Por qué inició su trabajo desde afuera del sistema de salud? ¿Por qué con los marginados?
A mí los crotos ya me gustaban de chico; yo vengo de familia alemana e inglesa, que son aburridísimos, ¿viste? Entonces, para buscar un poco de conmoción existencial, desde el punto de vista estético, me iba al manicomio. Yo soy arquitecto y fui profesor de arte en la facultad, y entré para ver ese mundo. Después lo ví tan espantoso que me dije: “no puedo dejarlos así, tengo la obligación de repararlo...” Yo digo que soy un terapeuta social y hace treinta años lo que hacía era absurdo, porque me especializaba en pobreza y locura en una época en la que ninguno lo hacía. Ahora resulta que el país entero se volvió pobre y loco, entonces todo se me vino encima. Hoy sigo en mi estilo cartonero-hippie-chacarero, cosa que me da una intimidad particular con la locura. Hoy veo a un loco, o a un desesperado, o a un adolescente que se quiere matar y ya por el olor le saco qué problema tiene.
Alguna vez dijo que a los manicomios se entra por pobre antes que por loco. Esa cosa de que el pobre está “rallado” y el rico tiene un “surmenage”...
Sí; el pobre es un borracho y el rico está “alegre”. Lo que pasa es que ahora en Argentina ni siquiera el rico tiene la posibilidad de ser tratado en una emergencia, porque no hay preparación para emergencias. Al rico también lo van a medicar, así que se joden todos, porque se deshumanizó todo, no hay un terapeuta dialogante. Y lo único que cura es el diálogo.
Más allá de que obviamente muchos problemas se solucionarían con educación, comida, acceso a la salud... ¿Cuáles son las necesidades terapéuticas más urgentes a nivel psicológico y emocional? ¿Por donde pasa hoy la psicosis más profunda de esa gran masa de desesperados (hoy llamados “carenciados”) que dejó nuestro paso por el Primer Mundo y la posterior continuación del modelo que llevó a la desintegración social?
El adolescente sin trabajo es una bomba de tiempo, porque es un chico que dejó de ser niño, pasa a ser adolescente y a pensar en formar una familia, cosa que se hace con trabajo, y sin trabajo no puede pasar a la otra etapa. Entonces queda en un vacío existencial insoportable y aparecen la droga y la violencia como salidas. Todo esto está relacionado con el sin-sentido de la vida. Todo esto destruye la familia, porque el padre ya no puede proveer, sale a trabajar la madre, los chicos quedan a cargo del “tío psicópata” que es el televisor... El vínculo entre los humanos para ellos es el que se presenta en las series de televisión: el que dispara primero es el que se salva.
A nivel individual, a menudo la soledad, la automarginación, el aislamiento lleva a la neurosis, a la depresión y a otros trastornos psicológicos y emocionales. Ahora, ¿aplican los mismos parámetros, las mismas técnicas de reparación para el caso de la marginación social, la separación de buena parte de la sociedad del resto?
Mirá; yo he trabajado con patotas en La Matanza, zona brava, y les hice hacer un centro social. Había muchos sobrevivientes de Cromañón, y los pibes laburaron ahí durante ocho meses. Organizaron un centro social de hormigón armado y después lo inauguraron con una fiesta en donde no hubo policías, y con 300 pibes rebravos no pasó nada. Entonces, se demostró que no son ni vagos ni violentos cuando pueden trabajar para algo que tenga que ver con ellos. Con ellos usamos terapias de acción, sobre todo con psicodrama y el trabajo como organizador de la realidad. No le vas a poner un diván a un pibe de esos, porque te lo afana. Los organizás para devolverles lo que la sociedad les quitó, que es la casa y la cama. Un pibe de la calle no tiene historia porque no puede reflexionar nunca, porque no tiene un lugar, no tiene una cama. Nosotros internalizamos todo lo que hicimos durante el día por la noche, a veces en la cama, porque estamos tranquilos. El pibe de la calle duerme con un ojo abierto y otro cerrado. El presente le elimina la posibilidad del Yo. Lo primero que hay que hacer es encontrarle un lugar en donde él mismo pueda hacerse una camita y ubicarse. Por eso hicimos El Bancapibes, a partir de una teoría que se enriqueció por la realidad.
El trabajo desde El Bancadero se hizo siempre de una manera muy espontánea, desacartonada, con espíritu grupal, comunitario, características, se me ocurre, opuestas a las de la terapéutica tradicional dominante. Por un lado, es razonable que el establishment cuestionara sus métodos; pero ¿Cómo reaccionaron los asistidos frente a métodos hasta entonces inusuales, como la gestáltica, el psicodrama, etc?
Se hizo más que nada para clase media en desgracia, y las técnicas que utilizamos al principio era aquello de “lo atamos con alambre”. Toda tecnología alternativa a partir de una casa vieja, toda destruida, enorme, allá en la calle Gascón, en Almagro, y con 300 pacientes que llegaron después de la Guerra de Malvinas -cuando en la clase media estaban todos locos- arreglamos la casa. Cada vez que un equipo arreglaba una pieza hacíamos una fiesta y así se recuperaba todo. El ambiente solidario que había dentro del Bancadero ya curaba de por sí; el paciente encontraba que el mundo podía ser distinto.
Sé que también trabajó por un breve espacio de tiempo en los Estados Unidos durante una época de mucha efervescencia social y cultural, y tuvo oportunidad de ponerse en contacto con sectores alternativos de la sociedad americana de entonces, como los hippies y los Panteras Negras. ¿Qué rescató de esa experiencia?
Bueno, mi trabajo en el manicomio fue un fracaso, porque tan pronto vieron que la gente se plegaba lo suspendieron. Lo mismo que acá: siempre que trabajé para el Estado, a los seis meses me rajaban. Pero con los hippies y los Black Panthers nunca he tenido contacto directo. Más bien estuve pateando Nueva York, lugares bravos, para entender la cosa por dentro. Y encontré que ellos habían rescatado, como yo, la experiencia de (Frantz) Fanon, el psiquiatra de la Revolución Argelina, de la descolonización, de los prisioneros de la tierra. Así que acá lo junté con la cultura criolla y el estilo “chacarero”.
Hoy, tanto aquí como allá, todo eso ha sido desmantelado...
Sí, allá también ha triunfado la línea farmacológica; en aquel tiempo había una corriente humanizada muy fuerte, pero ahora todo el mundo se hizo más desalmado. No hay intimidad, que es algo que le da sentido a la vida. Desapareció el “arco iris” y ahora hay una niebla de la puta madre. El “Village” lo adoptó Walt Disney y volvieron los psicofármacos. Ganaron los fármacos porque tienen detrás a los enormes intereses de todos los laboratorios y ahora todas las clínicas psiquiátricas están con ese modelo. Además es cómodo: no tienen que explorar todo el núcleo psicótico del paciente sino que la receta del fármaco en 24 horas lo plancha al tipo, entonces no jode más, la familia se queda tranquila, el psiquiatra cobra por su nueva receta y el paciente queda bobo y deja de existir.
Usted ha dicho que de Enrique Pichon Riviére heredó un estilo de reparar vidas, más que un determinado pensamiento teórico. ¿Cuál es ese estilo y en qué se diferencia del resto?
Él tenía un estilo desconcertante. Es que el psicoterapeuta tiene que ser como un maestro zen, al que vos le vas a preguntar sobre el Camino y te pega un palazo en la cabeza. Te pone en situaciones paradojales. Pichón era un tipo desconcertante, muy seductor, fascinante, de una gran cultura estética, y era un marginal. Él trabajaba en Crítica junto a escritores como Roberto Arlt, entre otros. No tenía interés por la guita...
Pero se movía en un medio burgués, ¿no?
No, no... lo que pasa es que se casó con una Aberastury, que era de una familia rica, pero él cuando tenía plata la malgastaba en libros y ginebra. Mirá que yo he conocido mucha gente linda e importante, desde la Madre Teresa hasta Paulo Freire, y sin embargo Pichon tenía una cosa rarísima, te miraba y te remontaba al momento de tu parto. El decía que no había que mirar, que había que “junar”. Lo que dejó es esta concepción de psicología social, una psicología que si no es social no puede operar, porque la subjetividad depende del entorno que la configura. Entonces sacó el diván a la calle y lo hizo cama redonda, grande, grupal. Al final su pensamiento no se pudo conceptualizar, porque él era como Jesús: no escribía. Y no tuvo discípulos que escribieran los Evangelios.
En su momento, Riviére fue “excomulgado” por el establishment profesional por sus ideas trasgresoras y su trabajo tan opuesto a lo establecido. ¿Se puede decir hoy que su pensamiento tuvo finalmente alguna influencia en la forma de encarar los procesos psicoterapéuticos en la Argentina?
No, en el establishment nunca entró, lo rajaron siempre de todos lados. En la Facultad de Psicología no hay una sola bibliografía sobre él, no lo nombran, y eso que fue el fundador de la Asociación Psicoanalítica Argentina. No se aprovechó todo su pensamiento. Lo que pasa es que acá faltan 30 mil personas que podrían haber evitado la venta del país y todo lo que pasó. Porque después de los asesinos vinieron los ladrones, con “El Turco” a la cabeza, con un desparpajo terrible...
Una historia, hay que decir, que no terminó con él, y que continúa aún hoy, ¿no?
Sí, por supuesto. Hoy el Presidente habla de derechos humanos, cuando el primer derecho humano es comer. Justicia Social. Entonces ahí está, abrazado a las Madres, con eso de los 30 mil desaparecidos, y cada año se nos mueren 300 mil pibes a consecuencia de la desnutrición. Yo eso lo dije en la Universidad de las Madres y no les gustó. A mí me parece perfecto que se reivindique a sus hijos, pero también hay que reivindicar las causas por las que desaparecieron, para que hoy no se nos mueran tantos pibes de hambre. Kirchner reconoce a las Madres porque le sale gratis, le da un barniz gratis de interés por los derechos humanos, pero ¿por qué no recupera YPF?
Regresando a la psicología ¿la teoría freudiana sigue siendo hoy en día la base a partir de la cual se forma el profesional psicoterapeuta en la Argentina?
Sí; se forma como un psicoanalista ortodoxo lacaniano, con unas ideas muy abstractas, casi masturbatorias. El paciente no aparece: se les extrapapeló entre tantas palabras. Y los promotores del lacanismo vienen del estructuralismo, de la literatura, no de la clínica, entonces en la Facultad se producen psicoanalistas ortodoxos, casi religiosos, faltos de amor. Y por otro lado está el psiquiatra, que -para decirlo brutalmente- “viola” al paciente, le da un electroshock o lo llena de medicamentos y con el chaleco químico queda como un matambre. Yo antes de la dictadura daba clases en la Facultad de Filosofía, en Medicina... y ahora no puedo entrar ni a barrer los pisos.
Si la terapia alternativa y las técnicas de gente como Pichon han tenido éxito con tantos pacientes ¿Por qué entonces se trabaja aún desde la rigidez de lo tradicional, y se adoptan ideas de pensadores europeos, particularmente Foucault, Lacan, por no ir más atrás hasta Freud?
Fue un proceso paulatino de destrucción de las comunidades terapéuticas; antes el psicólogo clínico tenía más o menos una apertura psicodramática, usaba técnicas de gestalt, tan convenientes para ciertas patologías, y hoy se perdió todo eso. El psicólogo de hoy si no tiene un diván al lado no puede “operar”. No existe el concepto de emergencia, no existen los grupos de riesgo, no trabajan sobre la droga y la marginalidad... Yo creo que se hizo abandono de persona, porque el pueblo les pagó la carrera y ellos ahora le dan la espalda.
Háblenos de Las Oyitas: ¿en qué consiste ese proyecto y adonde se hace?
Las Oyitas es un proyecto lindo. Y ¿sabés que? Lo mismo hacían los Black Panthers. Agarraban una olla bien grande y hacían un comedor para la gente. Nosotros también. A partir del comedor se juntan las madres, después vienen los abuelos y los padres, y por último los adolescentes que se drogan. Entramos por la panza del chico y organizamos a la gente. Y después de comer hay ayuda escolar, juegos, merienda, se habla de la violencia familiar y se arma así otra vez la red de sostén de la subjetividad que es el vecindario. Los pibes son iguales en todo el mundo. Los cachorritos humanos son juguetones, simpáticos... Yo estuve en la India, en Nueva York, en el Amazonas, y los pibes siempre tienen esa carita que son las mismas en todas las culturas. Después la cultura lo agarra y lo hace nazi, americano, amazónico, urbano, chorro. Y ahí estamos después de seis años. El Bancadero ya tiene 25 años y la Cooperanza del Borda con La Colifata más de 20 años.
Alguna vez definió al “linyera” como “alguien que se quedó encerrado afuera”, como contrapartida del “loco”, que es alguien que se quedó encerrado adentro de sí mismo. Ahora, da la impresión de que el marginado de hoy -el linyera moderno- vive en una situación de violencia, de desesperación, de falta de esperanza, sobre todo, y sin la identidad “pintoresca”, diría, que tenía el viejo linyera del barrio. ¿Cómo cambió la forma de encarar la terapia en un medio más violento, más crudo?
El linyera era un “outsider”, uno que salió de la sociedad pero... el linyera tenía algo de hippie. Capaz que tenía alguna gallinita, podía hacer un fueguito, armaba su ranchito... Hoy el tipo de la calle no tiene nada, vive en una selva de cemento en donde se muere de frío. Los chicos de la calle tienen que andar en bandas para sobrevivir y se tienen que hacer bravos; un pibe buenito no sobrevive hoy en la calle. Pero, sobre todo si los agarrás antes del desarrollo sexual, se puede trabajar con ellos. La rehabilitación es muy buena, pero tienen que tener una casa, porque sin una casa no hay Yo, no hay identidad.
Viniendo de la arquitectura, al menos en el sentido profesional, ¿pudo trasladar algún aspecto de ella a su trabajo psicológico, más allá quizás de la certeza de que las paredes y los techos desvencijados del Bancadero no se les iban a caer encima?
Sí, mucho; por ejemplo, hacer laburar en albañilería y hormigón armado, y a partir de mi conocimiento hacer que el trabajo se transforme en un instrumento de organización solidaria. La arquitectura fue un accidente académico; mi viejo insistió tanto que lo hice, pero yo quería ser médico. Y llegué a ser médico de almas. ®