Luego el mayordomo y los demás acólitos le plantearon la aplicación de una ley, oportunidad que aprovecha Sancho para decir sus consabidas sentencias: “Siempre es alabado más el hacer bien que mal” y otra, antiguo consejo de Don Quijote: “Cuando la justicia estuviese en duda, se debe decantar y acogerse a la misericordia”. Más tarde, el mayordomo no quiso tener cargo de conciencia por matar de hambre a Sancho Panza y por lo tanto consintió en dejarle comer.
Al levantarse los manteles entró un correo con carta de Don Quijote para el gobernador, la cual fue leída en voz alta por el secretario. Don Quijote le cuenta que cuando esperaba oír de sus descuidos e impertinencias, supo de sus discreciones y daba gracias al cielo, porque “El cielo del estiércol sabe levantar a los pobres y de los tontos hacer discretos”. Y luego vienen nuevos consejos de Don Quijote que son verdaderas sentencias o refranes: “Muchas veces conviene y es necesario por la autoridad del oficio, ir contra la humildad del corazón”.
Más adelante le agrega: “Vestirse bien, que un palo compuesto no parece palo”. Con respecto a su gobierno le aconseja procurar la abundancia de los mantenimientos, pues “No hay cosa que más fatigue el corazón de los pobres que el hambre y la carestía”.
Le aconseja que si dicta leyes, procure que sean buenas, y sobre todo, que se guarden y se cumplan, pues “Las leyes que atemorizan y no se ejecutan vienen a ser como la viga, rey de las ranas, que al principio las espantó y con el tiempo la menospreciaron y se subieron sobre ella”. “Fundamental: sé padre de las virtudes y padrastro de los vicios”. Y además: “No ser siempre riguroso, ni siempre blando y escoger el medio entre estos dos extremos”.
Además lo insta a escribir a sus señores, porque “La ingratitud es hija de la soberbia y uno de los mayores pecados que se sabe”. Al terminar la carta, Don Quijote le dice: “Que Dios te guarde de que ninguno te tenga lástima”.
Sancho Panza respondió a esta carta dictándole la propia al secretario, pero en ella no estampó ningún refrán.
Esa tarde, Sancho se dedicó a escribir algunas ordenanzas. Entre ellas creó un alguacil de pobres, no para que los persiguiese sino para que comprobara si lo eran, porque “A la sombra de la manquedad fingida y de la llaga falsa andan los brazos ladrones y la salud borracha”.
En fin, ordenó cosas tan buenas que hasta hoy se guardan en aquel lugar y se nombran como “las constituciones del gran gobernador Sancho Panza”. Pero así como la vida humana corre a su fin ligera más que el viento, sin esperar renovarse sino es en la otra, con presteza se acabó, se consumió, se deshizo, se fue como en sombra y humo el gobierno de Sancho. ¿Cómo sucedió? En la séptima noche de los días de su gobierno, Sancho Panza se vio acorralado por el sueño, cuando oyó ruido de campanas y de voces que no parecía sino que toda la ínsula se hundía. Se levantó enseguida y salió a la puerta viendo llegar a unas veinte personas con espadas desenvainadas gritando a grandes voces: “¡Arma, arma, Sr. Gobernador! ¡Arma que han entrado infinitos enemigos en la ínsula y somos perdidos si vuestra industria y valor no nos socorre! Los pobladores armaron a Sancho Panza y le pidieron que caminase, los guiara y animase a todos. Por sus persuasiones probó el pobre Sancho a moverse y fue a dar consigo en el suelo con tal gran golpe que pensó que se había hecho pedazos. No por verlo caído los burladores tuvieron compasión, sino que apagando la antorcha y gritando pasaron por encima del pobre Sancho, dándole infinitas cuchilladas sobre el escudo. Sudó y rogó al cielo hasta que al final escuchó los gritos: ¡Victoria, Victoria! Los enemigos habían vencido.
Poco después se vistió Sancho y se fue a la caballeriza y llegándose al rucio le abrazó y le dio un beso de paz en la frente. Luego lo enalbardó y subiéndose sobre él, les dijo a los que lo seguían: “Abrid camino señores míos y dejadme volver a mi antigua libertad. Yo no nací para gobernador, ni para defender ínsulas”. Luego les dice el siguiente refrán “Bien se está Pedro en Roma”. “Con esto” les explica luego “quiero decir que bien se está cada uno usando el oficio para que fue nacido”. Los pobladores trataron de convencerlo, incluso le hablaron el doctor y el mayordomo, pero no hubo caso. Al final todos lo abrazaron y él llorando abrazó a todos y los dejó admirados así tanto de sus razones como de su determinación tan resoluta y tan discreta.
Por hoy terminamos con una cuarteta de Jorge Luis Borges, incluida en el libro “El oro de los tigres”:
“Crueles estrellas y propicias estrellas presidieron la noche de mi génesis, debo a las últimas, la cárcel en que soñé el Quijote”.
Y agregamos este proverbio hindú: “Un libro abierto es un cerebro que habla, cerrado un amigo que espera, olvidado un alma que perdona, destruido un corazón que llora”. Ø