En la argentina se vive en un eterno “loop”. Y de los malos.
La actual crisis económica y social no es algo nuevo; es un suceso que se reproduce constantemente. Es una maldición milenaria que aqueja a la nación.
En ese loop, lo más grave es que al final del giro, cuando se vuelve al punto de partida, nada ha cambiado. Todo sigue igual. Todo lo malo perdura y se fortalece.
Gracias a Internet y a archivos clásicos podemos comprobar en las tapas de diarios y revistas, noticieros, registros radiofónicos de hace varias décadas que esto es así. Los titulares de periódicos del siglo pasado son tan actuales que nadie podría diferenciarlos con los de ayer: aumento del dólar, depreciación del valor del peso, crisis económica y política, recetas de ajuste exigidas por el Fondo Monetario Internacional (FMI)... Más anomia, desesperanza, hartazgo, tristeza, y angustia.
La lista de nuestros pesares
El problema es que esa es solo la punta del iceberg, una visión limitada y sesgada, porque a través de las décadas el resto del país sí que ha cambiado… para peor. Se triplicó la población, la tecnología destruyó y continúa destruyendo trabajos, aumenta la cantidad nominal y porcentual de pobres e indigentes, la inseguridad se asentó en todos los rincones del territorio, y se deterioró el nivel de vida de la mayoría de la población.
La lista de pesares es demasiado larga para poder enumerar cada una.
Lo más grave para la sociedad es que no hay buenas noticias, y ya se sabe que lo peor está por llegar.
¿Se puede vivir en un país sin moneda? Sí, claro. Los argentinos y argentinas subsisten diariamente mientras el valor del peso se deshace en los bolsillos… de quienes los tienen.
Por eso, explícita o encubiertamente, todo se cotiza en dólares. El dólar es la única moneda de referencia. El único valor. A todos los efectos es la única moneda valida en el país. El problema es que la falta de dólares es algo eterno en la vida nacional. Siempre se dice que es necesario conseguir dólares “frescos”.
Los billetes llegan de los barcos
Lo verdaderamente kafkiano es que, para imprimir los pesos que no valen nada, se recurre a imprentas del exterior. El portal Bloomberg en Línea informó recientemente que la última licitación de la Casa de la Moneda estipuló una compra total de 260 millones de billetes de $1.000, que estaría compuesta por 80 millones desde París y 180 millones desde Malta, con un costo aproximado de USD 30 millones. La buena noticia sería que, en vez de transportarlos en avión, llegarían en barco. Pero al tardar más tiempo… valdrían menos.
El gobierno actual no se decide a aumentar el valor del billete de máxima denominación, que solo es de 1.000 pesos (apenas poco más de dos dólares). No lo hace para intentar disimular lo indisimulable: la voraz inflación que destruye el poder adquisitivo de los más necesitados.
En estos momentos, se necesitarían billetes de 5.000 y 10.000 pesos para poder realizar transacciones normales, pero eso no ocurrirá mientras Alberto Fernández esté a cargo del poder ejecutivo. El partido gobernante considera que plasmar la inflación atroz en la moneda daría una “pésima imagen”. Y por eso recurre a manotazos de ahogado realizando compras de billetes gastando dólares que se necesitan para cosas más importantes, como, por ejemplo, insumos médicos.
Uno peor que el otro
Hace poco más de una semana, el presidente Alberto Fernández decidió renunciar a su postulación como candidato a la reelección, una medida previsible, dado que casi toda la población considera que fue el peor presidente desde 1983, cuando recuperamos la democracia. Su presidencia fue realmente patética. Nunca se supo qué rumbo tenía su administración. Ahora, y hasta las elecciones del último semestre del año, los argentinos están a la deriva y angustiados, sabiendo que en los próximos años solo les esperan más penurias.
Argentina se encuentra entre los tres países con más alta inflación del mundo, y lo más trágico es que continúa en ascenso. Para empezar, la sequía más devastadora de la historia, debido al cambio climático, ya hizo perder más de 20.000 millones de dólares de las cosechas. Ya no queda casi nada para exportar y se restringieron las importaciones al máximo. Hacen falta dólares frescos. Pero nadie acepta a prestarlos.
Nunca llegarán las “lluvias de inversiones” ni habrá “brotes verdes”, consignas encantadoras pero falsas que tanto difundió el expresidente Mauricio Macri, otro mandatario que fracasó rotundamente en su gestión de CEOs. Macri, al final de su período presidencial, cuando fue eyectado por los votos, dejó al país más pobre e infinitamente más endeudado que al asumir.
Los datos indican que más allá del partido que gobierne, millones de argentinos y argentinas, la gente de a pie, siempre vive en un pernicioso loop.
No obstante este tsunami de malas noticias, la buena onda, la pasión, la familiaridad de la población, perdura. Todos, en algún momento de sus pésimos días, disfrutan de instantes de felicidad con familiares, amigos o desconocidos.
Y eso es lo que realmente importa.¤