La formación de Caravaggio (lejos de los centros del Renacimiento: Roma, Florencia o Venecia) hunde sus raíces en las experiencias del cinquecento lombardo.
Allí, Lotto, Moretto, Savoldo y Moroni habían intentado la búsqueda de la realidad, mediante singulares efectos de luz natural y de iluminación artificial, totalmente alejados del manierismo toscano y romano.
Pero el realismo de Caravaggio no sólo porque sus modelos están impuestos por la pobreza, surgió más que en aquellos por una iluminación violenta como su temperamento, y que cae por encima de los personajes.
Los viejos artistas se burlaban diciendo que trabajaba en una cueva y que su iluminación era de tragaluz. En cambio los jóvenes acudían a él.
Cabe destacar que la valoración de Caravaggio es un descubrimiento reciente, un reconocimiento cuyo mayor mérito se le reconoce a Roberto Longhi.
El valor objetivo de su obra fue malinterpretado y falseado durante dos siglos.
La razón fue que la estética clasicista impugnó la validez de una búsqueda limitada al directo análisis de la realidad, a ese naturalismo que estaba entre los fundamentos de la lección de Caravaggio.
Pero su verdad objetiva fue tratada por él con una absoluta franqueza de sentimientos y la depuró con sus valores esenciales que nada conceden al dato contingente.
La fuerte proyección de luz, dirigida intencionalmente de tal manera que las figuras se destaquen de la oscuridad que las rodea, acentúa y dramatiza sus expresiones, y les confiere una nueva calidad plástica.
Caravaggio con ese “luminismo”, llegó mediante la síntesis volumétrica en un solo intento, a las conquistas más actuales de la expresividad. Y es así que con su estilo las superficies dejan de vincularse por la intensidad del claroscuro, o por el dibujo, y lo que hacen por la fijación de la luz que las define y decanta.
Y así, en un proceso rápido y ardiente, la luz penetrante, aislada, pura esencia fenoménica, se convierte en determinante para la visión. La luz que revela, identifica y crea.
Todo esto se comprueba en muchas obras de Caravaggio, como por ejemplo en la que hoy reproducimos “La Vocación de San Mateo” obra de 3,15m x 3,15m que se encuentra en Roma en San Luigi dei Francesi. Fue realizada en una época en que el artista habría superado el restringido círculo primitivo de coleccionistas y admiradores para dejar un universal mensaje figurativo, que es el más trascendente del arte moderno europeo.
En esta composición vemos como la luz demasiado violenta, penetra por la derecha rayando y cortando como una espada la pared, casi como un reflector enfocado de improviso, que sin dejar de descubrir la corporeidad de las cosas, enciende sus colores, y las enseñorea autoritariamente en el mismo instante que las revela.
La luz crea entonces el balanceo de la composición, que por simples figuras no existiría y traslada la atención a la derecha, donde su cuadrante intenso echa el peso de la balanza en la parte de Cristo con el apóstol y liga en su fulminante carrera a todos los presentes.
Cristo llama con la larga mano extendida, sobre la cual la luz pasa rasante y el apóstol la refleja indicándose.
Y la luz llega a ser el vehículo de este llamado, desde el revolverse de los dos jóvenes, hasta Mateo que la recoge al señalarse interrogativamente. Después están los otros dos personajes, insensibles, paralelo psicológico opuesto a la luz, que a partir de este punto, comienza a declinar y extinguirse.
Con obras como ésta se estableció el término moderno “luminismo”, para indicar la iluminación de violentos contrastes de luz y sombra. Pero como Ventura ha asegurado, esa luz impuesta por Caravaggio no es luz natural sino la luz del arte.
(Opiniones de Luciano Berti y Raffaello Causa) Ø