Nuevamente, como nos ocurre cada cuatro años, los argentinos nos preparamos para seguir a nuestra selección en otro mundial, esta vez en las lejanas tierras de Corea-Japón.
En este caso, al contrario que en mundiales anteriores nos encontraremos con la dificultad horaria, que hará que millones de argentinos marchemos por las calles medio sonámbulos.
Curiosamente, como no sucede en otro orden de nuestras vidas, la selección nos une, y nos hace olvidar por unos momentos las diferencias políticas, sociales y los problemas por los que estamos atravesando. Por una de esas extrañas ironías del destino, nuestra selección se presenta en el mundial como una potencia futbolística, cosa que no concuerda con el puesto que ocupa en el orden mundial como país, en la que marchamos con las mismas posibilidades que tiene Senegal de ganar su grupo y avanzar a la segunda fase. Lo que nos llevaría a pensar si no es Bielsa quien en realidad tendría que manejar el gabinete de nuestro presidente, para que estos hagan pressing en el Fondo , ahoguen al rival, sin dejarles posibilidad de llegar al área nuestra, que todos jueguen teniendo el mismo objetivo, que nadie luzca a nivel individual, pero que brillen como un equipo compacto, que pueda enfrentar cualquier circunstancia desfavorable, que partan al medio a los acreedores, como Dutcher al inglés, pero que sean Gallardo(s) con nosotros. Que sean aguerridos como el Cholo Simeone cuando se pone la celeste y blanca, que se entreguen como el “Killi”, el “Juampi” Sorín, Ayala o Samuel, que sean pícaros como Caniggia para salir rápido y dejar desairado al rival, que nos pongan un poco de magia, como la del “burrito” y la “bruja”,que, como Batistuta y Crespo, tengan decisión y no duden cuando tengan que definir, y sobre todo, que nos hicieran olvidar por un rato de nuestros problemas y soñar un cachito con un destino grande como nación. Por eso, no confundamos las cosas, la selección es la selección, y el país es el país. Ojalá podamos canalizar esta euforia, tan nuestra, esta euforia que tenemos cuando juega la selección, cuando gana y sale campeón, (o como nos gusta decir: salimos campeones) y la volquemos a solucionar nuestros problemas diarios. Sigamos con la misma euforia a la selección y al país. Exijámosle a nuestros gobernantes que metan huevos y gritémosle las mismas cosas que a los jugadores en la cancha: ¡Burros, pataduras, chorros, tomátela...! y otros improperios que no vienen al caso. Exijámosle a los jueces de línea que sean ecuánimes administrando justicia en un campo deportivo. Gritemos todos juntos, ahora más que nunca: ¡Vamos, Argentina! Pero Argentina de verdad, no la selección. Nuestro país. Ø