Un misionero argentino trabaja desde hace medio siglo con los más humildes de Madagascar
Cinco argentinos fueron reconocidos con premios Nobel, dos de los cuales fueron de la Paz. En la actualidad, el padre Pedro Pablo Opeka, un destacado miembro de la Congregación de la Misión de Padres Vicentinos, es uno de los propuestos para el Premio Nobel de la Paz 2021
El primer argentino en recibir el Premio Nobel de la Paz fue Carlos Saavedra Lamas, en 1936, debido a que, siendo Ministro de Relaciones Exteriores, presidió la Conferencia de Paz que puso fin a la Guerra del Chaco (1932-1935), la guerra más sangrienta de Sudamérica durante el Siglo XX. En ese conflicto se enfrentaron Bolivia y Paraguay por el control del Chaco Boreal, y costó la vida de más 70.000 civiles y aproximadamente 130.000 militares.
Posteriormente, Adolfo Pérez Esquivel recibió el Premio por su defensa de la Democracia y los Derechos Humanos en 1980, en honor a su prédica de enfrentar a las dictaduras militares que por entonces azotaban América Latina, por medios pacíficos, sin violencia armada. Cabe destacar que Pérez Esquivel fue detenido ilegalmente, encarcelado y torturado en la ciudad de Buenos Aires en agosto de 1977 y permaneció preso por más de un año durante la dictadura militar encabezada por Jorge Rafael Videla y salvó su vida de casualidad. Al respecto, posteriormente declaró: “Yo soy un sobreviviente de los vuelos de la muerte... pero ¿cuántos no hay? ¿Cuántos chicos y chicas desaparecieron?”
Argentino de sangre eslovena y un santo en Madagascar
El Padre Pedro Opeka es un sacerdote argentino que nació en el partido de San Martín, Provincia de Buenos Aires, descendiente de inmigrantes eslovenos. Por esta razón, fue Janez Janša, primer ministro de Eslovenia, quien lo propuso para el Premio Nobel de la Paz 2021.
“El padre Opeka y la comunidad de Akamasoa son el símbolo de un compromiso concreto y global en la lucha contra la pobreza, la marginación y la injusticia”
El 20 de agosto de 1968, el padre Opeka dejó la Argentina impulsado por un ideal hacia Madagascar, donde necesitaban en aquel momento voluntarios para la misión que fundó San Vicente de Paul. Desde hace más de 50 años es misionero en Madagascar, donde fundó Akamasoa, la “Ciudad de la Amistad”, en las afueras de Antananarivo, un ex basural donde hoy viven más de 20 mil personas.
Según el gobierno esloveno, el padre Opeka y la comunidad de Akamasoa son el símbolo de un compromiso concreto y global en la lucha contra la pobreza, la marginación y la injusticia. “Los esfuerzos humanitarios del misionero y sus colaboradores en Madagascar se han convertido en un proyecto de paz global en la lucha contra la pobreza, la marginación y la injusticia, para que los pobres de todo el mundo puedan llevar una vida digna”, fundamentó Janša.
Por su parte, el padre Opeka declaró: “Aprendí el amor por la fe, por el trabajo, por la verdad, el respeto y la honestidad en mi familia”, agregando que “nunca tuve nada, y al mismo tiempo lo tengo todo, porque cuanto más compartí, cuanto más di, más recibí”.
Respecto a su postulación al premio Nobel de la Paz, Opeka manifestó: “Es un premio tan político… y yo soy sacerdote, ¡tengo muy pocas chances de recibirlo!”. De todas formas, es consciente del poder de ese premio, dado que si lo recibe lo utilizará para hablar más fuerte en el mundo entero: “Yo no tengo armas, pero Dios me dio una voz. Mi arma es mi voz. ¡A mí la gente de mi pueblo me da el Premio Nobel de la Paz todos los años! Mis obligaciones están aquí frente a este numeroso pueblo que me pide ayuda diaria y urgente y es a este pueblo, que aceptó el desafío de salir de la pobreza, a quien debo dedicar la mayor parte de mi tiempo”.
Con el heroísmo en la sangre
Con dos meses de diferencia, el 6 de abril y el 9 de junio de 2006, tras 62 años de matrimonio y 8 hijos, fallecieron María Marlot y Luis Opeka, los padres del padre Pedro. Ambos habían nacido en Eslovenia, pero se conocieron en un campo de refugiados en Italia. Luis pudo huir del exterminio comunista arrojándose a un río. Fue el único sobreviviente de cinco mil compatriotas que intentaron lo mismo. Emigraron a la Argentina en 1947 donde formaron una gran y devota familia cristiana.
Rememorando el comienzo de su actividad misionera, el padre Opeka cuenta que “Cuando comenzamos en Akamasoa, atravesábamos una situación política muy complicada. El gobierno decía que no había pobres, pero a los pobres los veíamos en todas partes”.
El próximo mes de octubre se sabrá quien recibirá el Premio Nobel de la Paz. Quizás este hombre humilde de pelo rubio ya tornándose gris y frondosa barba, misionero al servicio de los indigentes de Madagascar, sea reconocido como el tercer argentino en recibirlo. ¤