En general es al revés, pero hoy estamos en condiciones de asegurar que Argentina ha exportado una modalidad sociopolítica hacia estas tierras. Podríamos llamarla “la grieta… estadounidense”.
La versión gaucha se viralizó durante los primeros años del gobierno de Néstor kirchner, y se potenció a niveles absurdos durante el gobierno de Cristina Fernández, su heredera. Millones tenían la esperanza de que con el gobierno de Mauricio Macri la grieta llegaría a su fin, o al menos comenzaría a apaciguarse gradualmente. Lo que no tenían en cuenta es que la inflexibilidad ideológica no solo estaba de un lado, sino de ambos, que se puede seguir cavando tanto desde el oficialismo como desde la oposición, y la grieta no se cerró. Es más, hoy día sigue tan profunda como antaño.
Dos polos, cada uno integrado por gente que muchas veces comparte poco más que el odio hacia el contrincante político, y cuyos integrantes despotrican contra el otro bando como se hacía desde una tribuna de fútbol en los tiempos pre-pandemia. Las redes sociales o las secciones de comentarios de los lectores en las revistas online se volvieron verdaderas cloacas que harían enrojecer al más vulgar de los patoteros de décadas pasadas. No se discuten ideas o proyectos; directamente se insulta sin perder tiempo en exponer opiniones, cifras, realidades.
El kirchnerismo argentino recogió el guante del gorilismo de generaciones anteriores para renovar y potenciar la infamia. Políticos, militantes, periodistas, músicos, actrices y actores, y hasta algunos científicos se convirtieron en bull dogs tirando tarascones a todo aquel que criticara alguna medida de gobierno o denunciara alguno de los muchos actos de corrupción. En la grieta se justifica férreamente cualquier cosa que diga o haga el líder, por más nefasta que sea, por más que internamente no se esté de acuerdo y se le revuelvan las tripas de asco.
Durante centenas de años, ha habido en todas las sociedades del mundo grupos antagónicos, pero la grieta es un fenómeno nuevo, y tiene mucho que ver con el internet, con la forma en que se difunden las noticias, y con eso que hoy llamamos la “posverdad”, la creación o manipulación de los hechos para que se vean de una u otra forma.
Así como el matrimonio Kirchner es considerado el ideólogo de la grieta argentina (la oposición, otra vez, no hizo mucho para zanjarla), la grieta estadounidense comenzó a labrarse con la llegada de Donald Trump al poder. Republicanos y demócratas han sido adversarios políticos e ideológicos desde el comienzo de los Estados Unidos como nación; sin embargo, el enfrentamiento nunca había alcanzado la virulencia que supo experimentar durante los pasados cuatro años, y que culminó con un ataque feroz al mismísimo Congreso de la Nación.
Hemos señalado en varias oportunidades en las páginas de esta revista las numerosas similitudes entre la ex presidenta argentina y ex presidente estadounidense, a pesar de que ambos mantienen un discurso ideológico opuesto. Hoy no vamos a hablar del populismo, la demagogia, la corrupción, la obsesión por el dinero, el narcisismo patológico, la ineficiencia, o los delirios de grandeza que caracterizan a ambos. No, nos interesa marcar un solo aspecto: cómo gracias a una forma de comunicarse agresiva e incendiaria, muy a menudo basada en mentiras flagrantes, tan lejos de los grandes estadistas que hicieron grandes a ambos países, zanjaron una grieta dentro de sus pueblos de la que ambas naciones sufren hoy. Puede resultar desagradable escuchar a la gente común, el camionero, la enfermera, el abogado, el periodista, el jugador de fútbol o la modelo, utilizando un lenguaje vulgar y agresivo. Sin embargo, cuando lo hace un presidente, un primer ministro, o un funcionario de primera línea, es un problema de estado, y genera repercusiones que a veces son muy difíciles de contener.
Entre tanta gente que nos escribe para expresar su acuerdo con alguna de nuestras editoriales o notas de la redacción, hemos recibido un par, sumamente agresivas -y por cierto muy mal redactadas , la pobre gramática parece ser fija en este tipo de cartas-, quejándose de nuestras críticas al ex presidente Trump y al asalto al Congreso de la Nación. No critican con tanta severidad a los demócratas, decían. No son objetivos. La grieta, otra vez.
Algo parecido nos sucedió cuando Mauricio Macri llegó a la presidencia, y comenzamos a señalar todas las cosas con las que no estábamos de acuerdo, y cada vez que criticábamos la ineficiencia y corrupción de su gobierno. Algunos se pensaron que criticábamos al gobierno kirchnerista anterior por una cuestión ideológica, no por convicción y rigor periodístico, y se molestaron cuando mantuvimos la línea con la nueva administración de Cambiemos. Si durante los últimos años nos referimos a las políticas de Trump, a su demostrada falta de idoneidad y decencia para ejercer el cargo, fue porque él era el presidente. Y nos ha dejado un país en muy mal estado. La misma vara será utilizada para medir las acciones del gobierno actual. Porque El Suplemento no hace periodismo desde la grieta, sino desde las convicciones. Somos una revista pequeña, local, pero con más de dos décadas de trayectoria en la comunidad del sur de California y Argentina, y eso hay que cuidarlo.
Por supuesto, compartimos ciertos valores innegociables. Defendemos la libertad, la paz, la justicia social, la educación y la salud pública como derechos humanos, el respeto a la ley, el derecho a obtener una remuneración digna por nuestro trabajo, la defensa del medio ambiente, los derechos civiles de las distintas comunidades que conforman este país y el mundo… Nos oponemos a la violencia, a la corrupción, al racismo, a la inequidad social, a la mentira, a la impunidad con que los poderosos destruyen nuestra economía, nuestras comunidades, y nuestro planeta…
No vemos al mundo desde una visión de derecha o de izquierda, desde uno u otro lado de la grieta. A partir de estos valores básicos, consideramos que el gobierno del ex presidente Trump fue un desastre, y por eso, desde varias notas editoriales y de la redacción, criticamos las cosas que veíamos mal. Lo mismo haremos con la administración del actual presidente Joe Biden; apoyaremos con libertad de pensamiento lo que se haga bien, y lo criticaremos cada vez que las políticas de este nuevo gobierno demócrata vayan en contra de los valores arriba mencionados. Esa es la forma en la que hemos trabajado durante los últimos 20 años, y así lo seguiremos haciendo.¤