Editorial • Enero 2018

Editorial • Enero 2018El 2017 se fue nomás, y más allá de las circunstancias personales, los logros y fracasos individuales, muchos, tanto aquí en Estados Unidos como allá en Argentina, nos quedamos esperando por un país mejor. Es que las promesas fueron muchas y las expectativas quizás demasiado grandes como para terminar al menos medianamente satisfechos.

El presidente argentino Mauricio Macri llegó a la Casa Rosada prometiendo que la penosa situación heredada del gobierno anterior comenzaría a revertirse en unos seis meses, período que luego se extendió a un año, y luego a dos… y nada. Si bien la situación institucional parece haberse normalizado, en cuanto a lo económico, social y educativo, que sigue siendo lo más urgente, pocos avances se pueden detectar en el día a día. La inflación sigue preocupando, el salario continúa perdiendo su valor, no se crean nuevas fuentes de trabajo, y las pruebas educativas siguen mostrando que la mayoría de los estudiantes argentinos están muy retrasados al comparar su nivel de aprendizaje con el de los países desarrollados. El gobierno, tras dos años en el poder, sigue culpando a la herencia recibida de todos los problemas del país, cuando lo cierto es que ni siquiera ha sabido cómo terminar con las situaciones más absurdas del día a día, desde los violentos piquetes que le hacen la vida imposible a millones de argentinos, hasta los “trapitos” que te imponen una tarifa para estacionar en la vía pública, y desde la violencia en las canchas de fútbol hasta los robos y arrebatos en residencias, negocios y calles de las grandes zonas urbanas del país.
boludoPara peor, cierra el año desgastando buena parte de su crédito político con una reforma jubilatoria que la gente percibe como una nueva metida de mano en el bolsillo de uno de los sectores que tradicionalmente han sido de los más vulnerados de las últimas décadas. Y la oposición, principalmente el dolorido kirchnerismo, partidos de ultraizquierda, grupos piqueteros, y sindicalistas ricos que representan a trabajadores pobres, no desperdiciaron la ocasión para promover el caos en la Plaza Congreso y alrededores, como para revivir un clásico de violencia social de cada fin de año. Como bien explica James Neilson en su columna del diario Perfil, “De más está decir que les preocupan mucho más otras reformas que Macri tiene en mente, sobre todo las que, de concretarse, reducirían los ingresos de los políticos y sus dependientes, las jubilaciones de privilegio, la cantidad excesiva de empleados públicos que no aportan nada al país y que pondrían fin a la costosísima industria de los juicios laborales, pero sucede que no les sería del todo fácil organizar disturbios callejeros en defensa del parasitismo institucionalizado”.
Pero hasta tanto esas reformas no se materialicen y se vean resultados concretos en la economía diaria, esos grupos contarán con argumentos para tomar la calle y generar enfrentamientos. ¿Hasta cuándo la esperanza y la paciencia seguirán siendo el principal caudal de apoyo a un gobierno que llegó para cambiar las cosas, pero que hoy se encuentra a mitad de camino con más promesas incumplidas que realidades concretas?
En Estados Unidos parece darse el caso opuesto. El magnate Donald Trump, al que muchos han comenzado a llamar “el Nicolás Maduro de piel anaranjada”, no llega para construir un país mejor, sino para demoler lo bueno que habían construido sus predecesores. Habiendo prometido en su campaña no olvidar al trabajador de clase media y baja, llenó su gabinete de billonarios y CEOs, y uno de los mayores esfuerzos de su administración es quitarle el seguro de salud ya de por sí bastante básico a quienes más lo necesitan, y beneficiar con el recorte de impuestos a los “one percenters”, aunque vendiéndolo como un gran logro para el resto de nosotros.
Sus descaradas mentiras, aún sobre cosas fácilmente comprobables, se han vuelto tan naturales que ya pocos se sorprenden. Lejos de erigirse como un líder internacional que imponga respeto y cuyas políticas ayuden a mantener la armonía en el mundo, Trump es el foco de la burla de sus pares. A nivel local, hoy millones de sus votantes se dan cuenta de que han sido estafados. De hecho, como informamos en este mismo número, Donald Trump cierra el 2017 como el presidente más impopular de las últimas décadas para el primer año de mandato.
Si este primer año de gobierno puede considerarse una tendencia, lo que se viene nos genera muy poco optimismo a quienes estamos dentro del 99% restante. Habrá que confiar en que sus pares más moderados dentro del Partido Republicano tarde o temprano intentarán enderezar el rumbo de este barco que se encamina a encallar irremediablemente en las turbulentas aguas del futuro.
Para cerrar esta editorial, no queremos dejar pasar esta oportunidad para enviarle un caluroso abrazo a todos nuestros lectores, y un agradecimiento muy especial a nuestros anunciantes, quienes hacen posible que El Suplemento siga siendo hoy, desde hace 18 años, una parte integral de la comunidad argentina en el sur de California. ¡Feliz 2018! ¤

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