El mundo, año 2016. De acuerdo a la percepción general de muchos ciudadanos del hemisferio occidental, la humanidad vive en el siglo XXI, una época en la que la tecnología de punta y la ciencia hacen más confortable y segura la vida de miles de millones de personas. Según esta visión optimista estamos viviendo en el futuro, el mismo que describían los autores de ciencia ficción más creativos desde mediados del siglo XIX, como Julio Verne.
Varias ferias tecnológicas como la CES (Consumer Electronic Show) que se llevó a cabo en la ciudad de Las Vegas del 6 al 9 de enero pasado o la MWC (Mobile World Congress) que abrirá sus puertas del 25 al 28 de febrero en Barcelona deslumbran al mundo anualmente con aparatos cada vez más sofisticados. Televisores gigantes y de una calidad inimaginable, smartphones con aplicaciones y funciones de fantasía, refrigeradores con pantallas de OLED en sus puertas, casas automatizadas, autos que se conducen solos, etc. La lista de productos asombrosos es infinita y permanentemente van surgiendo otros que los reemplazan.
Pero todos esos chiches de alta tecnología no son más que la excelente muestra de un… espejismo. De una ilusión. Porque todo el mundo en verdad no es así, ya que a la par de los afortunados que disfrutamos de las maravillas de este siglo XXI, en enormes regiones del planeta hay miles de millones de personas que viven como lo hacían nuestros ancestros europeos durante la Edad Media.
Para el caso vale citar el último informe de la Organización Mundial de la Salud de 2015.
“30 de junio de 2015. GINEBRA, NUEVA YORK - Los escasos avances en materia de saneamiento amenazan con perjudicar la supervivencia infantil y los beneficios que aportan a la salud las ganancias derivadas del suministro de agua potable, según advierten la OMS y UNICEF en un informe que realiza un seguimiento del suministro de agua potable y saneamiento en contraste con los Objetivos de Desarrollo del Milenio. El informe sobre el Programa Conjunto de Monitoreo, Progresos en materia de saneamiento y agua: informe de actualización de 2015 y evaluación de los OMD, pone de manifiesto que una de cada tres personas de todo el mundo, el equivalente a 2,4 mil millones, todavía carecen de acceso a instalaciones de saneamiento, y que 946 millones de ellas defecan al aire libre”.
Dos mil cuatrocientos millones de personas viven en condiciones absolutamente precarias y peligrosas para su salud, y seguramente la cifra de marginados es muy superior, porque ya se sabe que los políticos tienden a disminuir la cantidad de pobres y excluidos de los países que gobiernan y mucho más cuando deben informar esas cifras a organismos internacionales.
Esta disparidad abismal entre progreso tecnológico y marginación absoluta, de personas que disfrutan del siglo XXI con otras que padecen los males de la Edad Media, se comprende mucho mejor analizándolo desde una perspectiva económica de alcance global. A comienzos de este año se difundió la noticia de que la brecha entre ricos y pobres a nivel mundial había aumentado durante el 2015 desproporcionalmente, al punto de que las 62 mayores fortunas del mundo poseían el mismo dinero que 3.600 millones de personas, la mitad más pobre de la humanidad, según un informe elaborado por la ONG Oxfam.
Y así como un pequeño grupo de familias afortunadas disfrutan de casi toda la riqueza económica, las diferencias entre países replican esta desigualdad, porque hay países emprendedores que progresan y se desarrollan tecnológicamente, mientras que otros se limitan a disfrutar de los logros de éstos sin aportar absolutamente nada. Estos son los “países tecnológicamente parásitos”, como la Argentina y el resto de los latinoamericanos, porque ninguno de ellos ha demostrado, al menos durante los últimos dos siglos, la menor intención de desarrollar algún tipo de tecnología.
Desde México al norte hasta Chile y Argentina en el extremo austral, en todos estos países, hijos culturales de España y Portugal, el desarrollo tecnológico ni siquiera forma parte de la agenda propagandística de los gobiernos. Ninguno de los presidentes actuales o pasados manifestó en sus discursos que iban a desarrollar tecnología propia, que iba a invertir en investigación, o que ansiaban progresar a través de la ciencia.
Al parecer, a todos los políticos del subcontinente latinoamericano les resulta mucho más fácil y cómodo gobernar “países tecnológicamente parásitos”, que en términos prácticos se reduce a exportar materias primas sin valor agregado a precio vil e importar productos tecnológicos, fabricados a partir de esas mismas materias primas, a precios siderales.
Hay países emprendedores, que progresan y se desarrollan tecnológicamente mientras que otros se limitan a disfrutar de los logros de estos sin aportar absolutamente nada. Estos son los “países tecnológicamente parásitos”, como la Argentina y el resto de los latinoamericanos
Si alguien usara un auto, radio, televisión u otro artefacto de la década de los cincuenta del siglo XX todos dirían que esa persona se quedó en el tiempo, que se trata de tecnología antigua, obsoleta, vetusta. Pero lo curioso es que durante la década de los cincuenta, tanto los Estados Unidos como la ex Unión Soviética, lanzaron sus primeros satélites al espacio. El Sputnik soviético despegó del cosmódromo de Baikonur el 4 de octubre de 1957 y los Estados Unidos lanzaron el Explorer I el 31 de enero de 1958 desde Cabo Cañaveral.
Todos los gobernantes de países del tercer mundo (que actualmente son calificados de “emergentes” por razones de especulación financiera) deberían recordar que la NASA fue fundada por el presidente Eisenhower el 29 de julio de 1958.
Es triste observar que todos los productos que nos hacen vivir en una sociedad moderna son producidos en el extranjero, y más aun con la certeza de que siempre será así
Transcurrió más de medio siglo desde esos avances históricos de la humanidad y las cosas no cambiaron demasiado al sur del Río Grande. Lo único que se logró fue disfrazar el atraso tecnológico y la falta de interés en la ciencia a través de una pobre propaganda política, como, por ejemplo, los tan publicitados satélites “argentinos”, “peruanos”, “brasileños” y tantos otros que de esas nacionalidades solo tienen el nombre, porque los componentes fundamentales de los mismos fueron fabricados en los países tecnológicos de verdad, los desarrollados.
Es triste observar que todos los productos que nos hacen vivir en una sociedad moderna son producidos en el extranjero, y más aun con la certeza de que siempre será así.
Además de los sentimientos negativos, las consecuencias prácticas de esta dependencia tecnológica y científica son de la mayor importancia para la vida cotidiana, porque todos los habitantes de países periféricos, del tercer mundo, vivimos en zozobra permanente. Ejemplos sobran. Debido al cepo cambiario que impuso el anterior gobierno, hubo faltantes de tecnología, insumos, y repuestos de los más diferentes ámbitos. Entre los más importantes se encontraban los relacionados con la salud, porque al cerrarse la importación indiscriminadamente hubo faltantes de medicamentos, insumos y repuestos médicos permanentemente. Y la Argentina no fue el único país con estos inconvenientes de la región.
El enorme problema de los habitantes de los países tecnológicamente parásitos es que viven indefensos. La Argentina actualmente no cuenta con un solo avión de guerra serio para defender su territorio. Obviamente, para solucionar este problema se está analizando comprar aviones a las naciones tecnológicamente avanzadas, las que, como lo han hecho históricamente, solo le venderán cazas usados y obsoletos. ¤