Actualmente es habitual que los clientes de las grandes empresas de servicios (tecnológicas, bancarias, supermercados, turismo, etc.) sean atendidos por personas de ambos sexos. Simpáticas, profesionales, atractivas y bien vestidas. Por lo general, se trata de jóvenes y adultos en la plenitud de sus vidas que satisfacen totalmente las necesidades y expectativas de los consumidores.
Pero, de acuerdo a las luces amarillas que se están encendiendo en todo el mundo, esta situación parece que cambiará significativamente en el corto plazo, fundamentalmente porque la expectativa de vida se alarga en todo el mundo y como consecuencia de esto, también se extiende la edad de jubilación. En un mundo poblado por casi 7 billones de personas, los adultos mayores cada vez son más numerosos y por cuestiones económicas deberán seguir trabajando más años.
Las cifras de la densidad de población y la composición etaria ya obligaron a muchos gobiernos a tomar medidas para enfrentar los nuevos escenarios demográficos.
La edad promedio de jubilación aumentó de hecho a los 67 años en casi todos los países europeos.
Se estima que en un futuro próximo esa edad se elevará a los 70 años. En la actualidad hay cuatro personas en edad de trabajar que realizan aportes jubilatorios por cada persona mayor de 65 años; en pocas décadas, sólo habrá dos.
Solo en los Estados Unidos la generación de los “baby boomers”, que abarca a aquellas personas nacidas entre 1946 y 1964, ya alcanza cifras alucinantes: unos 78 millones de personas.
Debido al aumento de la natalidad y las mejores condiciones de vida, la población global aumenta sin cesar, pero los recursos para alimentarla, abrigarla, brindarle salud y trabajo no aumentan en la misma proporción. Una consecuencia directa es el incesante aumento del costo de los alimentos a nivel mundial.
Estamos ante un hecho inédito en la historia de la humanidad. Pronto convivirán miles de millones de jóvenes con cientos y seguramente miles de millones de adultos mayores.
Pero el gran problema es que la vejez no es solo un dato anecdótico o demográfico, también conlleva serias consecuencias, dado que con el paso de los años llegan el deterioro y los achaques de salud tanto a nivel físico como mental.
De allí que los profesionales de la salud consideran que al menos el 85% de la población de adultos mayores de 65 años necesitará de la ayuda de otras personas para realizar una vida normal.
Entonces surge la gran paradoja. Si las personas mayores de 65 años necesitan ayuda de terceros para una vida normal ¿qué pasará con los millones que ya deberán seguir trabajando… y hasta los 67 años?
¿Deberán ser acompañados al trabajo por sus hijos o nietos? ¿Empezarán su jornada llamando a alguien que les recuerde diariamente las contraseñas de sus PCs? ¿Usarán lupas para ver los números de códigos de seguridad de las tarjetas de crédito? ¿Serán de confiar conductores de trenes, subterráneos, taxis o limusinas que vean, escuchen y se muevan con dificultad?
Lamentablemente esto no es una obra de ciencia ficción donde se vaticina un mundo apocalíptico. Es pura realidad.
Por eso la pregunta sobre cómo nos adaptaremos para vivir en el mundo que viene debe ser respondida hoy mismo. Es el mundo en el que ya vivimos.
Aunque no lo parezca, ya empiezan a notarse las consecuencias en algunos rubros muy sensibles y delicados. En el ámbito médico, por ejemplo, ya se cuentan historias concretas de cirujanos de renombre que quieren seguir operando a toda costa y a pesar de los años que llevan a cuestas. Por ningún motivo quieren jubilarse.
Seguramente son pocos los pacientes que gustosamente querrían ser operados del cerebro o del corazón por un médico de edad muy mayor.
Los que aparentemente ya encontraron la respuesta a la pregunta del encabezado son los ancianos japoneses. Muchos adultos nipones consideran que es mejor vivir dentro de una prisión que en libertad y de allí que algunos optaron por delinquir para ser detenidos. Un informe del año 2010 sobre delincuencia en Japón demostró que el 25% de los japoneses detenidos durante el año pasado tenían más de 65 años. ¿La explicación? El abandono familiar, la soledad y las dificultades económicas.
Y sobre esto no hay ninguna duda. La policía de Tokio lo comprobó cuando interrogó a los ancianos mientras robaban y estos confesaron que querían ser detenidos. Como consecuencia de este fenómeno, las autoridades penitenciarias japonesas empezaron a adaptar las instalaciones de las cárceles para albergar a los delincuentes ancianos. Y cada día aumenta la cantidad de mayores que desean vivir en las prisiones de Japón, porque allí se encuentran cómodos, seguros y protegidos.
Y nosotros… ¿qué haremos? ©