Como ha dicho Félix Luna, cuando el siglo XVIII terminaba aparecieron indicios de que algo se estaba rompiendo en el imperio español. Hechos ocurridos en la primera década del siglo XIX, como los levantamientos en La Paz de 1801, 1805 y 1809 vinieron a confirmar esos síntomas.
Conjuntamente con la irremediable decadencia española, los acontecimientos en América y en España con Napoleón Bonaparte, hicieron que los vínculos de los súbditos americanos con la metrópoli comenzaran a aflojarse. En efecto, nos encontramos con un panorama de intrigas palaciegas, rebeliones indígenas y la actividad de un esclarecido núcleo de varones criollos.
Además, se iba teniendo conocimiento de lo dicho por autores jesuitas. Por ejemplo, de Juan Pablo Viscardo y Guzmán que, en su “Carta a los españoles” decía: “La metrópoli nos separa del mundo y nos secuestra de todo trato con el resto del linaje humano”. De esta carta tuvo un ejemplar Mariano Moreno, en la que se hacía referencia a los intereses comunes de una gran familia de hermanos, o sea la comunidad de americanos.
Este jesuita había viajado a Italia en 1767 cuando la Compañía de Jesús fue expulsada de América por el rey de España Carlos III.
Esta carta también impresionó a Francisco de Miranda, porque sostenía: “El nuevo mundo es nuestra patria, su historia es la nuestra y en ella es que debemos examinar nuestra situación presente para determinar, por ella, a tomar el partido necesario a la conservación de nuestros derechos propios y de nuestros sucesores”.
Por supuesto, que la expulsión de la orden de los jesuitas es una muestra de que España ya comenzaba a cuidarse de la amenaza de la secesión de las colonias.
Como ha sostenido Mariano Picón Salas, los jesuitas habían sido el puente entre la cultura barroca y el enciclopedismo revolucionario, contribuyendo a fomentar el sentimiento de identidad americana sin el cual la revolución hubiera sido imposible.
Por otra parte, los jesuitas habían gobernado a los rublos indígenas en forma paternalista y formado a las élites criollas en el espíritu intolerante de la Contrarreforma Católica. Plantearon cuestiones como el origen de la autoridad y la legitimidad del regicidio y otros cuestionamientos a los derechos de los reyes.
También habían apoyado ciertos cultos regionales en contra de otros favoritos de los españoles. Así, en México, la Compañía había impulsado el culto de la Virgen de Guadalupe, la santa patrona de los criollos, mestizos e indígenas, es decir de los mexicanos sin distinciones raciales.
Ya en Europa, desterrados para siempre del suelo en el que habían elegido vivir o habían nacido, se dedicaron los jesuitas a evocar su patria americana y así surgió una literatura que exaltaba esa patria frente a la prepotencia de los europeos.
En “La historia antigua de México” (1780) de Francisco Javier Clavijero, se contesta a científicos como Bufón, que censuraban la inferioridad de los americanos.
La carta crítica del padre Francisco Javier Iturbi constituye una franca reivindicación de lo americano; revela su sentimiento patriótico exasperado por la lejanía forzosa del exilio y por el ataque de los europeos de quienes se consideraba diferente.
Según afirma Tulio Halperín Donghi, los letrados coloniales, fueran religiosos o no, tuvieron influencia decisiva en la creación de un clima de ideas y sentimientos que iba a hacer más aceptable y aun deseable la salida revolucionaria frente al derrumbe del poder español en 1808 – 1810.
Su drama personal, explica, es que vivieron en carne propia la transición de la Colonia a la Independencia y fueron precursores de un orden nuevo, que les era al mismo tiempo completamente desconocido y extraño. ©