La historia corrupta de nuestro país, según pasan los años, tiene hechos delictivos que por su parecido entre si llaman poderosamente la atención. Valijas y aeropuertos tienen una relación directa en estos hechos, desde el yomagate en épocas de Menem llegando a la valija venezolana de estos días.
"Y dale con la valija”, dirá alguno, rememorando al sketch de Mario Sapag. Pero es que resulta que desde la valija de Amira Yoma, pasando por las valijas llenas de drogas y abandonadas en España que volaban en la empresa Southern Winds, hasta la última llevada por Antonini Wilson con 800 mil dólares en un avión del Estado argentino, con funcionarios estatales tanto de Argentina como de Venezuela, los casos se van asemejando y sus semejanzas nos indican en primer lugar el nivel de impunidad con que operan muchos personajes cercanos al poder.
Pero la historia de la valija ya es harto conocida; no es del interés de esta nota explicar lo que ya está explicado, sino analizar cómo se manejó el tema en los círculos de poder (llámese funcionarios responsables encargados de que esto no suceda, llámese amigos, socios o cómplices).
Desde el primer momento -como en casi todos los hechos de corrupción que afectaron tanto a este gobierno K como a los anteriores- la reacción de los funcionarios es desmentir todo, patear para otro lado o esconder la basura debajo de la alfombra. Demostrado está que esto, a la larga, lo único que hace es involucrarlos más; pero a la vista de los acontecimientos en la irreal historia de los argentinos, lo que en otro lado hundiría el barco, en Argentina no, y como diría el “sabio” del fútbol argentino Don Julio Grondona: “Todo pasa”.
Tratando de explicar lo inexplicable, ya para todos está demostrado que Antonini Wilson no era un colado metido por la CIA en el avión argentino, sino alguien que tenía fluido contacto con nuestro gobierno y con el de Hugo Chávez. Sin embargo, cuando las pruebas comienzan a aparecer, nuestros funcionarios siguen con la de siempre: “Nosotros no tenemos nada que ver”, siguen mintiendo y (lo que es peor) vuelven a usar el latiguillo de siempre: “Toda la culpa es de Estados Unidos”.
En nuestro país, la justicia, lenta y pegada al gobierno, no ha hecho mucho por investigar lo que ocurrió cuando el pasado 4 de agosto, el ciudadano venezolano-norteamericano Guido Antonini Wilson, intentó ingresar de manera ilegal al país casi 800 mil dólares. No han llamado a ninguno de los funcionarios que compartieron ese avión con Antonini. Sólo intentan lograr la extradición del ya famoso maletero.
Por otro lado, la justicia de Estados Unidos, ante el pedido del gobierno argentino por la extradición del personaje antes mencionado, comenzó a investigar, apresó a algunos supuestos implicados en la causa y tomó declaración a testigos. De lo dicho por uno de estos, se sospecha que los fondos en cuestión, junto a otras valijas nunca encontradas, fueron a parar a la campaña política del partido gobernante argentino.
A partir de ahí, el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner se ha embarcado innecesariamente en una escalada de confrontación con los Estados Unidos, de la mano de una estrategia de comunicación nítidamente populista, que sólo aspira a minimizar costos políticos domésticos en el corto plazo, sin explorar las nefastas consecuencias que podrían generarse. La tensión diplomática entre la Argentina y los Estados Unidos por el escándalo de la valija ha llegado en los últimos días a límites de los cuales no se tiene memoria desde hace décadas.
En un hecho para nada habitual, el embajador de los Estados Unidos, Earl Anthony Wayne, fue convocado por la cancillería argentina. Poco después, a instancias de las mayorías oficialistas de ambas cámaras del Congreso, el Poder Legislativo emitió una declaración en la cual expresó su "más absoluto repudio al agravio provocado a la Nación y a su Presidenta", en medio de severas condenas al gobierno de los Estados Unidos.
Lo más llamativo en esta intención de buscar verdades, justamente eludiendo la verdad, el Gobierno argentino decidió convocar exclusivamente al embajador Wayne y no al representante diplomático de Venezuela en nuestro país, cuando hubo circunstancias que lo justificaban. No sólo para solicitar explicaciones sobre el personaje que abordó el avión de la empresa estatal argentina Enarsa a instancias de funcionarios de Petróleos de Venezuela (PDVSA), sino también acerca de cómo pudo eludir los férreos controles que el país caribeño ha instrumentado para evitar la salida de divisas de sus fronteras, y si contaba con algún privilegio o protección especial para hacerlo.
Además, debería exigírsele una explicación a Venezuela sobre las supuestas acciones de agentes de ese gobierno en Miami; entre ellas, el aparente ofrecimiento de dos millones de dólares a cambio de silencio al empresario cuya extradición reclaman las autoridades argentinas y por los supuestos contactos que habría tenido con Antonini Wilson el propio jefe de Inteligencia de Chávez. De confirmarse esto, quedaría evidenciado que el gobierno venezolano habría estado obstaculizando la investigación que inició la justicia argentina y por la que tanto dicen estar preocupadas nuestras autoridades.
Son muchas, demasiadas, las preguntas que deberán contestar las autoridades argentinas y la Justicia como consecuencia de este escandaloso episodio.
En síntesis, mientras representantes del Gobierno nacional abusan de declaraciones dirigidas a las autoridades norteamericanas, nadie ensaya la más mínima autocrítica por las 72 horas en las que Antonini se paseó alegremente por Buenos Aires y por la propia sede presidencial antes de partir.
Es necesario, por toda la información que se va conociendo, que las autoridades argentinas dejen de inventar historias de espionaje tan insólitas como el hecho de que una presunta operación de la CIA haya empleado un avión contratado por Enarsa. Resulta imprescindible, por la seriedad que se deben nuestros gobernantes, que se abandonen hipótesis que sólo pueden apuntar a desviar la atención de la opinión pública del grave hecho en sí.
Pero lo que también resulta increíble es cómo la gente da crédito a las mentiras de los gobernantes con respecto a la justificación del delito. Si uno dice: “Este gobierno es ladrón y corrupto”, los defensores de la incoherencia salen diciendo: "Es preferible que entren valijas y no invadir Irak". ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? Los gobernantes de Estados Unidos no son santos y son innumerables las acciones criticables del gobierno de Bush. Pero está a la vista y cada vez más claro que este hecho de corrupción se ha manejado de una manera típica de gobiernos populistas como el argentino y el venezolano y que por lo menos en este caso poco y nada tiene que ver el gobierno estadounidense.
Lo grave es que la Argentina sigue siendo un país gobernado por corruptos. Hoy está establecida la corrupción pinguina, como antes fue la mafia de Carlitos y así van pasando los años, siendo gobernados siempre por mafias y se va acabando el tiempo para ver jueces independientes, políticos honestos, gobernantes patriotas y ciudadanos conformes.
Finalmente, como dijo Lilita Carrió: “Se cayó la teoría de la conspiración, Estados Unidos no es el culpable de la corrupción argentina”. ©