Vaya manera de despedir el año. Cuerpo contra cuerpo, alientos que se mezclan y la sensación de estar flotando en el mar. Uno podría intentar dejarse caer, pero seguiría flotando, como suspendido en el aire, nomás porque no hay lugar en donde caer. El espacio físico que le corresponde a cada uno de los casi 4 mil chicos que se encontraban esa noche en el boliche, es equivalente al que ocupan sus pies. En este escenario en el que todos son iguales a todos, en el que para no ser un espectador más hace falta iluminarse, llamar la atención como sea, al hombre de Cromañón se le ocurre disparar una bengala hacia el techo. La banda sigue tocando; el sonido llega discordante y latoso pero a nadie parece importarle. Cuando el techo revestido en poliuretano se convierte en una infernal lengua de fuego y el humo cargado de ácido cianhídrico torna el aire irrespirable, los chicos, desesperados, se dan cuenta de que la puerta de emergencia está cerrada con candado y que para escapar la única opción es correr hacia la puerta principal, allá lejos, y ya atestada de cuerpos en plena carrera por sus salvar vidas. Algunos logran salir.
Durante todo el año se intenta explicar cómo pasó lo que pasó. Y es que la banda Callejeros siempre alentó, incluso esa misma noche, el uso de bengalas como forma de “ponerle un poco de onda” a sus presentaciones, que de otra manera serían insoportables hasta para el standard de sus seguidores. Y pasa también que el organizador del recital, el empresario “under” Omar Chabán, había acordado con los dueños del hotel contiguo cerrar con candado la puerta de emergencia del boliche, no sea cosa que a algún raterito se le ocurra pasar a manotear algo y perderse entre la multitud. Y las bengalas ingresaron porque la vigilancia hace la vista gorda con los mismos músicos y los invitados VIP. Y si Cromañón estaba habilitado por los bomberos e inspectores municipales, a pesar de no contar con las condiciones mínimas de seguridad es porque se los coimeaba. Y si pudieron ingresar 3 mil personas más de las que deberían, es porque Chabán y porque la policía y porque los inspectores y porque Ibarra...
Se acerca el primer aniversario de La Masacre de Cromañón y hay mucha gente nerviosa por estos lados. Los familiares de las víctimas, o al menos la mayoría de ellos, festejan la decisión de enjuiciar al jefe de la Ciudad de Buenos Aires como máximo responsable. Pero una manifestación en su apoyo congregó a casi 15 mil personas en la Avenida de Mayo. La oposición, nucleada alrededor del macrismo, se lanzó sobre la yugular de Ibarra, como si hiciera falta un último esfuerzo para finalizar con su terminada carrera política.
Chabán, por su parte, luego de pasar unos días espantando mosquitos y pescando bagres en una isla del Tigre, es el único que mal que mal terminó en cana.
En el sitio del incendio queda todavía el edificio destruído, alrededor del cual los familiares y amigos de las víctimas han improvisado una suerte de Museo de la Memoria al aire libre. Fotos, cartas, banderas... recuerdos de los casi 200 chicos que ya no están.
Y así empieza el 2005. La memoria colectiva argentina ha quedado marcada por el fuego. De aquí en más, cualquier bengala encendida, sea donde sea, nos hará regresar a ese fin de año del 2004. Pero más allá de toda consideración me pregunto cómo vivirá hoy, si es que no fue víctima fatal de su propia estupidez, el hombre de Cromañón.
II - “Gracias a Dios, ahora habrá muchos más ateos” (graffiti en una pared italiana)
A 2000 años de la muerte de Cristo, creyentes y no creyentes, somos espectadores de un nuevo calvario. Esta vez la víctima es el agonizante Papa Juan Pablo II, condenado por sus propios apóstoles a la exposición pública de su sufrimiento. Lo que se ve es un despojo de ser humano, una marioneta doliente de boca abierta que apenas llega a balbucear sonidos inentendibles y que en las últimas horas ni siquiera puede alzar la mano para bendecir a los fieles que se congregan en la Plaza San Pedro. El Vaticano dice que el mismo Karol Wojtyla ha solicitado la televisación de su dolor.
Tras su anticipadísima muerte, más de un centenar de cardenales de todo el mundo católico se encierran en la Capilla Sixtina para decidir quién será el sucesor de Wojtyla. Suena el nombre de Jorge Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires y nuevo presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, como uno de los posibles sucesores. Me imagino las repercusiones que la noticia tendría entre la tilinguería local y rezo por que Dios ilumine a los cardenales y tenga piedad de nosotros. La salud mental de la Nación no podría soportar otro escarnio mediático como el del casamiento de Máxima Nosecuanto con un príncipe holandés. Pero no, el 19 de abril, a eso de las 6 de la tarde, el humo (más o menos) blanco anticipa que el Cónclave ha tomado ya la decisión y que la Iglesia tiene un nuevo líder: se llama Josef Ratzinger, es alemán y se da a conocer como Benedicto XVI.
Su nombre enseguida dispara un número record de búsquedas en Internet: se sabe que Ratzinger es un brillante teólogo responsable desde 1981 de sostener la ortodoxia católica romana; al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe (organismo sucesor de la Santa Inquisición) persiguió a los sacerdotes de la Teología de la Liberación, se opuso al sacerdocio de la mujer y al casamiento de los sacerdotes, definió a la homosexualidad como un mal moral y condenó los métodos anticonceptivos. Un paso atrás, dicen aquellos que se esperanzaban con un regreso al Concilio Vaticano II. Dos pasos atrás, en realidad, si se suma al dado con la designación de Juan Pablo II.
En el currículum vitae de Ratzinger figura también haber sido miembro de las Juventudes Hitleristas y su participación en una unidad antiaérea del Ejército Alemán durante la Segunda Guerra Mundial.
Por esas extrañas coincidencias de la vida, el nuevo Papa es coronado justo un día antes del “Día de la Liberación”, cuando los italianos celebran el fin de la ocupación nazi.
III Y ya que hablamos de guerra
Durante décadas se especuló en cómo sería la Tercer Guerra Mundial. Nos imaginamos escenarios apocalípticos de toda índole, ciudades devastadas, mares contaminados, cielos de colores imposibles y especies extinguidas. ¿Qué la desataría esta vez? ¿Un misil lanzado por equivocación desde un submarino ruso contra Londres? ¿Una nueva invasión estadounidense a Cuba? ¿O nomás la quema de una bandera alemana en un estadio de fútbol parisino?
Recuerdo particularmente aquella historieta de ciencia ficción en la que los líderes de las superpotencias aprietan el botón al mismo tiempo y el mundo entero estalla en pedazos. Creo que la especie humana comienza a reproducirse otra vez a partir de unas cuantas familias que habían colonizado Marte, o Venus, o donde sea.
Pero resulta que, examinando bien la historia del Siglo XX, en realidad ninguna de las dos “Guerras Mundiales” fueron tan mundiales que digamos. Más bien se pelearon un bando de las potencias del norte contra otro. “Se mataron a tiros entre ellos”, como me dijo alguna vez un profesor de historia jujeño, quizás con un par de copas de más, “y nosotros por acá ni enterados”.
Al final, la Tercer Guerra Mundial ya comenzó y resulta que de rigor no es la tercera sino la primera. Muchos ni nos dimos por enterados que estamos en guerra y en cualquier momento un ejército foráneo se instala en nuestras ciudades y declara el estado de sitio y comienza a bombardear edificios y a ametrallar lo que se les da la gana. Se dice que esta Primer Guerra Mundial fue disparada por el terrorismo internacional y ha sido decretada por el presidente estadounidense cuando afirmó que en esta guerra “Se está con nosotros o en contra nuestro”. Esta limitada opción no deja lugar a la neutralidad: por primera vez la guerra alcanza a todos los seres humanos del planeta. El problema es que los “terroristas” no tienen país y pueden estar en cualquier parte: en las selvas venezolanas, en los desiertos argelinos, en las estepas rusas, en las playas tailandesas, o en el Parque Lezama, detrás del monumento a Pedro de Mendoza. “Allí iremos a buscarlos”, dice el pistolero Bush con su clásica media sonrisa.
De acuerdo a investigaciones conducidas por periodistas del Washington Post, el Pentágono ha diseñado un plan mediante el cual sus fuerzas militares podrían intervenir en cualquier país sin necesidad de notificar siquiera a sus embajadores correspondientes.
Lo que más preocupa es que la actividad bélica parece ser la única respuesta de Washington a la crisis en la que se va hundiendo el país. El otrora gran acreedor del mundo hoy debe casi el 70% de lo que produce. El ex presidente Jimmy Carter definió hace unos pocos días la situación económica y social del país, diciendo que “Nuestro gobierno abandonó la responsabilidad fiscal a través de favores sin precedentes en beneficio de los más ricos, mientras se descuida a la familia trabajadora norteamericana. Los congresistas aumentaron sus propias dietas en 30 mil dólares anuales desde que congelaron el salario mínimo en $5.15 por hora, uno de los más bajo de los países industrializados”.
Según Carter, los principios básicos sostenidos históricamente tanto por demócratas como republicanos -el compromiso por la paz, la justicia social y económica, las libertades civiles, el medio ambiente y los derechos humanos- se ven hoy pisoteados por la actual conducción.
El propio ex presidente reconoce como una gran preocupación el hecho de que Estados Unidos “repudió los acuerdos de Ginebra y abrazó el uso de la tortura en Irak, Afganistán y Guantánamo”. Pero la divulgación de que los servicios estadounidenses torturan a prisioneros alrededor del mundo no preocupa demasiado a Bush: según una encuesta reciente, un 46% de los estadounidenses está de acuerdo con la tortura.
IV Un “barrilete cósmico” entre oligarcas y revolucionarios
Qué cosa ésta la de los ídolos argentinos... todos muertos y encima en circunstancias trágicas. La abanderada de los pobres tan jovencita y consumida por un cáncer; el Zorzal que cada día “carta” mejor hecho polvo en un accidente aéreo; el Comandante de la Liberación ejecutado por ignotos milicos en una solitaria casilla boliviana; Piluso... suicidado.
No hace mucho velábamos en vida al último que quedaba, el “barrilete cósmico” de la zurda genial. Pero una vez más nos comimos el amague.
Maradona ha resucitado y su espíritu se pasea por todos lados. En su programa “La Noche del 10” abraza a Pelé y a Mike Tyson, en España deja a todos boquiabiertos con su nuevo viejo cuerpo de varios kilos menos, en Cuba hace jueguito con Fidel, en la Cumbre de los Pueblos le guiña el ojo a Manu Chao y declama que el terrorista más grande del mundo es el mismísimo presidente de los Estados Unidos. Por otro lado, domingo de por medio, y cada vez que Boca hace un gol, las cámaras apuntan a su palco en la Bombonera, en donde irremediablemente se lo verá gritando desaforado y tirando besos quién sabe a quién. Es que Diego trabaja de eso, de gritador de goles y figura famosa del club que preside Mauricio Macri, un oligarca conservador, ex menemista y empresario sin empresas, quien tuvo la atención de darle trabajo una vez que el 10 dio muestras claras de que su adicción a las drogas estaba bajo control.
Así es el Diego. Futbolista extraordinario, ser humano contradictorio y frontal. Fanático de un equipo en el que jugó no más que un par de temporadas. Odiado por los inventores de la piratería por cometer el gran delito moral de hacerles un gol con la mano y dejarlos afuera de un mundial. Tal vez el único ser humano que en un mismo año se abrazó tanto con Fidel Castro como con Carlos Menem.
Para la sociedad argentina, es hoy el único personaje público intocable, haga lo que haga y diga lo que diga.
V El nuevo Torquemada y sus vuelos de la muerte
Hoy 15 mil personas contrajeron el virus del VIH. Otros tantos ayer y seguramente, otros tantos lo harán mañana.
Si Jesús caminara las calles del mundo hoy, como alguna vez lo hizo hace dos milenios, imagino que sanaría a muchos de ellos con sólo acariciarles la cabeza. Pero hoy en día nadie acaricia a nadie y menos si tiene SIDA, por lo que resulta indispensable hablar de métodos para evitar el contagio. El más efectivo para prevenir el contagio del SIDA y de paso evitar embarazos no deseados, lo saben todos, son los preservativos. Ya ni siquiera alcanza con el “sexo responsable”, porque una esposa responsable se puede contagiar de su esposo irresponsable, o viceversa. Dado que muy pocos adultos a lo largo de la historia de la humanidad han logrado eliminar las relaciones sexuales, no vale la pena siquiera mencionar esta posibilidad.
La cosa es que hablar de educación sexual entre los jóvenes, de planificación familiar, del uso de anticonceptivos, debatir el aborto, parece horrorizar a los sectores más reaccionarios de la Iglesia Católica Argentina. Poco se sabía del obispo castrense Antonio Baseotto hasta que condenó al Ministro de Salud, Ginés González García, a una muerte similar a la sufrida por decenas de argentinos a manos de los verdugos de la última dictadura militar. “Habría que colgarle una piedra de molino al cuello y arrojarlo al mar”, dice Baseotto. La cita, sacada de contexto, claro, es de La Biblia. De un libro lleno de frases de amor, de perdón, de reflexión, de paz, Baseotto elige la que elige. ¿En qué momento habrá decidido lanzar públicamente su deseo perverso? ¿Mientras bendecía una ametralladora o un misil? ¿Mientras confesaba a un ex torturador?
El hecho es que por primera vez en mucho tiempo, un ministro de Salud de la Argentina trabaja para solucionar los problemas más graves de nuestra población, aún a riesgo de enfrentarse con sectores de poder enquistados en la sociedad, y sin dejar de lado a los pobres. Algo para destacar en un fin de año tan jodido como el que la realidad nacional ya nos tiene acostumbrados a pasar. Ø