Salvador Dalí, uno de los más grandes pintores del siglo XX.
Dalí nació en Figueres, en el Aspurdán, el 11 de mayo de 1904. Empezó a pintar desde muy chico alentado por su padre.
La relación con el surrealismo francés, no es nada en comparación con la importancia que tuvieron para él, Velazquez, De Chirico y Rafael. Es cierto que en París se sumó al surrealismo. Muchas de sus obras famosas corresponden a esa corriente (“El gran masturbador”, “La persistencia de la memoria”, “El fuego lúgubre”, y “El espectro del sex appeal”
A su regreso de Nueva York, se establece definitivamente en un pueblo costero de Portlligat. Su pintura comenzó a tomar elementos muy poderosos de la pintura renacentista y barroca. Surge así “Cristo de San Juan de la Cruz”, “Galatea con esferas”, “El descubrimiento de América”, “La última cena” y “Gala de espaldas” (Gala o sea Helena Diakonova con quien convivió 53 años)
En su segundo viaje a París conoció a André Bretón, quien en 1914 redactó el primero y principal de los manifiestos surrealistas que definía la estética y la ética surrealista como automatismo psíquico puro por cuyo medio se intenta expresar, verbalmente, por escrito o de cualquier otro modo, el funcionamiento real del pensamiento.
Pero poco duró la amistad con André Bretón. Después de que Dalí realizara las imágenes tomadas de los sueños abusando de ellas y después que en Nueva York Dalí ganara mucho dinero, Bretón hace el anagrama con su nombre: Avida Dollars para luego expulsarlo del movimiento. Salvador contesta: “No podéis expulsarme. El surrealismo soy yo”
A la expulsión de Dalí sigue la del poeta Eluard, cuya mujer se convirtiría en la mujer de Dalí. Uno por reaccionario, el otro por demasiado comunista.
Hombre de un ego impresionante, el pintor catalán logró lo que Bretón y su tropa no habían conseguido: hacer del surrealismo un hecho real, contante y sonante.
Dalí tuvo muchos hijos, entre ellos, el arte de la excentricidad. Fue tío de una heterogénea lista de provocadores visuales.
Muchos se han preguntado por qué este hombre destinado al éxito en la urbe, elige una casa frente al mar en un pueblo de pescadores como refugio.
Su regreso a Portlligat coincide con su decisión de ir al clasicismo, cuando podía haberse desbarrancado por el camino de los relojes blandos y las pinturas amorfas. Portlligat tiene que ver con su misticismo católico que lo llevó a las dos madonnas del Portlligat: a su “Crucifixión” y a su “Ultima Cena”
Afirmó en una oportunidad: “Mi pintura es la fotografía en color y a mano de imágenes superfinas y extrapictóricas de la irracionalidad concreta”
Vivió la segunda mitad de su vida frente a la Costa Brava. Murió en Figueres el 23 de enero de 1989 a los 85 años, ya sin Gala, pero como un rey. Ø