Una crisis estructural que nunca logramos superar
Los eternos problemas económicos, sociales, educativos y recurrentes de la argentina no han desaparecido. Al contrario, se agudizaron durante los últimos años, independientemente de la ideología de los gobiernos de turno y de la pandemia que asola el territorio. Si los mismos problemas persisten y se agudizan década tras década, entonces el diagnóstico es uno solo: la crisis es estructural.
Desde 1983, con el retorno de la democracia, pasaron gobiernos de derecha, izquierda, centro, y de todas las variantes imaginables. Todos ellos fueron elegidos por el pueblo, en votaciones democráticas. Todos prometiendo sueños de grandeza.
Al final, los resultados reales fueron siempre desesperanzadores, dado que, al momento de su partida, cada presidente o presidenta dejó al país peor que antes.
Analizando la película dentro de ese contexto histórico, se percibe que después de caer y caer, la situación actual es extremadamente preocupante y el futuro aparece más negro, puesto que Argentina se desliza permanentemente por la ladera del progreso y se encuentra en rumbo directo a estrellarse contra la base.
Solo así se entiende porqué en el 2020 el país se encuentra en un estado tan calamitoso. Independientemente de la pandemia, en términos reales no hubo crecimiento genuino desde el regreso de la democracia y no existen razones fundadas que permitan avizorar algo mejor en las próximas décadas.
Una nación sin moneda de confianza y jubilaciones paupérrimas
Para empezar, la moneda nacional, el peso, se ha convertido en un papel sin valor que no sirve para nada. Nadie lo quiere, aunque son millones los que lo desean.
A su vez, el verdadero “metro patrón mental” de referencia monetaria de los argentinos, el dólar estadounidense, presenta incontables cotizaciones, y a pesar de que es el único valor de resguardo, es inaccesible, debido a que por las restricciones legales solo pueden comprarlo unos pocos elegidos que lo pueden atesorar por su situación privilegiada.
Un claro ejemplo de la decadencia: “Argentina es el país que paga la jubilación más alta en dólares de América Latina”, expresó la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner en abril de 2015, hace poco más de cinco años. Y era cierto, porque los jubilados por aquellos tiempos cobraban una mínima de 3.821 pesos argentinos, es decir US$ 442.
Pero gracias al desastre económico llevado a cabo intencionalmente por Mauricio Macri y continuado por Alberto Fernández por mala praxis, los jubilados actualmente cobran muchísimo menos. Las cifras son esclarecedoras: hoy día, los 18.130 pesos argentinos de una jubilación mínima equivalen a US$ 112.60, convertidos al único dólar accesible, es decir, el blue (del mercado negro).
“Argentina se desliza permanentemente por la ladera del progreso y se encuentra en rumbo directo a estrellarse contra la base”
Sin embargo, si algún jubilado tuviera la suerte de poder comprar el cupo de US$ 200 habilitados por el gobierno, vía homebanking, obtendría US$ 163, algo inviable, dado que a través de esa operación se invertiría toda la jubilación, y por lo tanto, no podría comprar nada, porque no dispondría de pesos argentinos para su uso cotidiano.
Por la reducción de esos ingresos, se llegó a una situación extrema, donde millones de jubiladas/os y pensionadas/os no llegan a cubrir las necesidades básicas de alimentación, remedios y vivienda. Como referencia: una familia tipo necesitó al menos un ingreso de 50 mil pesos para no caer en la pobreza, según estimaciones del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC). De allí que las cifras de pobreza e indigencia sean altísimas, y continúan aumentando sin cesar.
Un país destinado al éxito
Desde hace más de un siglo se les enseña a los niños que la Argentina es un país rico dotado de gran talento humano, poblado por personas cultas e inteligentes. “Destinado al éxito”, dijo un ex presidente. Sin embargo, cada año las cosas empeoran. La riqueza quedó circunscripta a enclaves aislados, rodeados de muros, como ciudades medievales, y el talento e inteligencia no pueden desarrollarse en un medio que impide el progreso empresarial y profesional.
“Por la reducción de ingresos, se llegó a una situación extrema, donde millones de jubiladas/os y pensionadas/os no llegan a cubrir las necesidades básicas de alimentación, remedios y vivienda”
Por eso, no es descabellado afirmar que el país vive de sueños, de grandezas pasadas que hasta ahora nunca se replicaron en el presente y de futuros venturosos que son imposibles de comprobar.
“La única verdad es la realidad”, expresó sabiamente un expresidente argentino. Y la realidad demuestra que Argentina realmente es un país subdesarrollado, tercermundista, periférico, de frontera, latinoamericano, y con millones de pobres y hambrientos.
Tan grave es la situación que millones de argentinos, los más capaces y emprendedores, están esperando ansiosamente que desaparezca la pandemia de COVID-19 para emigrar a países donde puedan desarrollarse, donde no se viva de ilusiones.
Extrañamente, millones de argentinos que viven en un país de sueños, emigrarán… persiguiendo sus sueños. ¤