Por estos días, los argentinos nos sentimos un poco asfixiados. Las paredes de nuestras casas y oficinas se comprimen, como cediendo a la tremenda presión del aire. Por momentos, los pulmones parecen colapsar y tenemos que salir al patio a tomar una bocanada de aire profunda y vital para sentir que el oxígeno sigue ahí, y de pronto el aire ya no se siente tan gratis.
Los que pasamos cerca del mar hoy lo miramos con otros ojos. ¿Cuántos misterios ocultan sus plataformas continentales, sus taludes, sus insondables llanuras abisales? ¿Qué se sentirá estar varado en su vientre bajo toneladas inexpugnables de hidrógeno, oxígeno, sodio, cloro, magnesio y tantos otros elementos que en definitiva no son más que parte del agua y más agua que nos agobia? Uno se imagina atrapado ahí abajo y se le viene a la memoria las palabras del Capitán Beto: “¿Dónde habrá una ciudad en la que alguien silbe un tango? ¿Dónde están, dónde están los camiones de basura, mi vieja y el café?”
Escuchamos hablar de mensajes de radio, metálicos sonidos de ultramar, radares, boyas, explosiones e implosiones… pero las certezas son pocas y nos sigue invadiendo esta sensación de misterio, perplejidad y agonía. Pasan las horas, pasan los días, y este sentimiento de desaliento se va profundizando. Y entre los ecos del mar se escucha la voz difusa del Capitán Beto preguntándose “¿Por qué habré venido hasta aquí, si no puedo más de soledad? Ya no puedo más de soledad…” ¤