Podríamos calificarlo como “el ocaso de los extremos” y no nos arriesgaríamos mucho a equivocarnos. Pero tal vez sería más preciso titular esta editorial como “el destino común del kirchnerismo argentino y el Partido Republicano estadounidense”. En ambos casos, nos referimos al camino que ha llevado a ambas fuerzas, cada una cometiendo sus particulares errores, hacia su autodestrucción política.
De la mano de la mala gestión, el discurso exacerbado propio de otros tiempos, y sobre todo de la desmesurada corrupción, la fuerza dominante de los últimos 12 años en la política argentina se ha desintegrado. Ya sin el poder del dinero para aglutinar dirigentes y militantes alrededor del proyecto “nacional y popular”, el kirchnerismo es hoy poco más que un puñado de desprestigiados dirigentes de la nada cuya principal preocupación es evadir la cárcel.
Por su parte, el GOP, desconcertado por el mayoritario apoyo popular que recibe el actual presidente Barack Obama, y el tibio pero numeroso respaldo que según las encuestas consigue la candidata demócrata Hillary Clinton en su carrera hacia la presidencia, se ha acercado, cual polilla a la luz de un foco incandescente, a las posiciones de la derecha más recalcitrante, al conservadurismo más caduco, y encima de la mano de un cachafaz vergonzante como su candidato Donald Trump.
La eclosión kirchnerista puede ser ejemplificada con la reacción suscitada cuando el juez Martínez de Giorgi citó a declarar a la titular de Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini, por la causa Sueños Compartidos. Bonafini se reusó a presentarse frente al juez, y “el pueblo kirchnerista” se acercó a la sede de las Madres para evitar que la policía se la lleve por la fuerza. La movilización incluyó apenas un centenar de personas, entre los que se destacaban varios miembros de la dirigencia camporista, desde Máximo Kirchner hasta el ex vicepresidente Amado Boudou, y desde el ex piquetero Luis D'Elía hasta el diputado Andrés Larroque, la mayoría procesados por causas de corrupción, o imputados por extorsión y discriminación, como en el caso de D'Elía. El mensaje fue claro: si es esto lo que hacemos cuando se meten con Hebe, cuidado con lo que podemos hacer si se meten con Cristina o cualquiera de sus dirigentes más cercanos.
La estrategia kirchnerista, en lo referente a la defensa en los casos de corrupción, se limita a denunciar persecución política. El problema es que, como ya dijimos, el otrora poderoso movimiento cada vez moviliza a menos gente y su influencia se diluye con el paso de las semanas. Teniendo en cuenta sobre todo las constantes deserciones en su bloque de diputados, senadores, y gobernadores, es de esperar que tan pronto como en unas semanas nomás, el Frente Para la Victoria se limite al grupo fundacional de dirigentes de La Cámpora y otros segmentos minoritarios cooptados por el kirchnerismo durante su época dorada.
El GOP, por su parte, no va a desaparecer; si sobrevivió a los escándalos del Watergate y los descalabros a escala mundial causados por el último presidente republicano, George W. Bush, entre otros escarnios, sin dudas en el futuro cercano se reorganizará y recuperará el camino perdido. Donald Trump quedará atrás en la penumbra, como una de las tantas manchas que ostenta el viejo gran tigre. Pero antes, sus dirigentes deberán entender que el mundo ha cambiado, que ya no alcanza con el apoyo irrestricto de los “angry white old men” y la propaganda de Fox News, que las nuevas generaciones de estadounidenses repudian el elitismo, el racismo, las políticas de exclusión social, que los “religious nuts” y los ultraconservadores del Tea Party son “piantavotos”, que deberán abrirse a las minorías y a las mujeres, y entre todos recuperar los ideales tradicionales del partido y adaptarlos al Siglo 21.
Si nada cambia en los próximos días (algún Hillary-Leak, por ejemplo), las elecciones de noviembre caerán como un baldazo de agua fría sobre las cabezas republicanas. Los retrógrados de siempre alzarán sus brazos al cielo como si se tratase de un bautismo; sin embargo, para otros, es posible que el agua alcance para despabilarlos. ¤