No podemos caminar por la porteña Avenida Corrientes sin dejarnos asaltar por el recuerdo de aquellos seres estelares que la iluminaron con su genio, magia y talento, pero por sobre todo por el carisma eterno de sus almas soñadoras que siguen aferradas al aire y a los muros de la ciudad que fueron testigos silenciosos de sus pasos.
El poeta español Federico García Lorca llegó al Río de la Plata en el buque Conte Grande, que hace su primera parada en Montevideo, donde Pablo Suero, el periodista de Noticias Gráficas, lo aborda adelantándose al resto de los cronistas argentinos que esperaban por la primicia. Suero se hizo amigo de Lorca en lo que duró el viaje de Montevideo a Buenos Aires, convirtiéndose en su fiel acompañante y mayor propagandista de la estadía del poeta granadino en la ciudad porteña. Llegaba invitado por Lola Membrives con motivo de las 100 representaciones de su obra “Bodas de sangre”. Venía solamente por un par de meses, pero se quedó por seis. Buenos Aires le abrió los brazos y él le entregó su corazón, y por primera vez empieza a ganar dinero por su trabajo. La calle Corrientes, con sus teatros, bares y cafés, fue el lugar obligado para que el poeta dejara plasmada en ella su inolvidable estampa.
Carlos Gardel todavía se encontraba en Buenos Aires. La máxima estrella del tango pronto partiría para nunca más volver. Pero en lo que fue su última noche porteña, se produce el encuentro tan maravillosamente extraordinario que muchos todavía dudan que existió.
César Tiempo, testigo y protagonista, dejó estos recuerdos en el Suplemento Literario del diario Clarín del 1º de julio de 1971:
“El 13 de octubre de 1933 llegó Federico García Lorca a Buenos Aires. Una semana más tarde las prensas de la Sociedad de Amigos del Libro Rioplatense lanzaban Sabatión Argentino y agredí al poeta con un ejemplar. Me escribió, fui a verle...”
“Federico era la exuberancia en persona... Entre las muchas cosas infantiles que le encantaban, estaba enfundarse en una camiseta de marinero conflagrada de azules que le había regalado Enrique Amorín y con la que iba a despertar a gritos a las palomas de Plaza de Mayo a la hora ambigua del amanecer...” “El 6 de noviembre de 1933 se llevaba a cabo en el Teatro Smart (hoy Blanca Podestá), con la dirección de Enrique Guastavino, el ensayo general de mi comedia El teatro soy yo. Federico vino al ensayo acompañado por Pablo Suero... Permanecieron hasta el final. Salimos del teatro pasada la medianoche. En Corrientes y Libertad una sonrisa y dos brazos vinieron a nuestro encuentro. Hubo un revuelo de curiosidad a nuestro alrededor. El hombre del encuentro era Carlos Gardel. Le presenté a Federico. Se confundieron en un abrazo. Fuimos al departamento del cantor. Naturalmente que no tardaríamos en escuchar a los dos. Gardel cantó acompañado de su guitarra, con ese gesto tan suyo de inclinar la cabeza sobre los mástiles como si quisiera auscultarla... Caminito, Claveles Mendocinos, La Tropilla, Mis Flores Negras, ganaron para nuestro cantor la simpatía generosa y efusiva de Federico”.
Cuando se despidieron, qué lejos estábamos de pensar que ambos no tardarían en partir para ser quemados por la ciega iniquidad del fuego uno, por la de los hombres otro”.
-¡A ver cuándo nos escribe un tango! Ustedes los andaluces son tan sentimentales como nosotros -le habría dicho Carlitos.
Un misterio irresuelto
Sobre ese encuentro, había en el hall del Smart una placa recordatoria. La misma fue colocada por la iniciativa de Ben Molar, testigo junto a Héctor Coire, Tono y Gogó Andreu, Marquitos Zucker y Julián Centeya, que lo vieron desde la Confitería Real, lugar donde la barra de jóvenes amigos se juntaban todas las noches.
En el año 2000, Carlos Rottemberg compra el teatro. La sala original es demolida y es reinaugurada con el nombre de Multiteatro. Lamentablemente, esa placa de bronce, de ochenta por cincuenta centímetros, desapareció sin que hubiera explicaciones sobre quiénes la vendieron o dónde la tiraron. Decía lo siguiente:
“En el hall de este teatro se abrazaron Carlitos Gardel y Federico García Lorca, de la mano del poeta César Tiempo. Testigo presencial: Ben Molar”
El abrazo del cantor y el poeta en la angosta Corrientes, lejos de no haber existido, como dicen los incrédulos, se ha ensanchado con la calle, y hasta se puede sentir que el apretón nos alcanza con tan sólo imaginarlo. ¤