Aproximadamente cada década, años más o años menos, la Argentina se sumerge en una crisis económica, política y social de graves consecuencias que la hace retroceder varios casilleros en su supuesto destino manifiesto hacia el éxito. Pero como ese éxito soñado nunca se plasma en la realidad, estas crisis recurrentes no son inocuas. Provocan en la población depresión, desempleo, inseguridad, pobreza, hambre y demasiadas muertes.
Las cifras de muertes por infartos causadas por el crack del 2001/2002, con la devaluación e incautación de los depósitos en dólares, resultó realmente impresionante. Tanto que fue motivo de estudio en el ámbito médico.
En las escuelas de emprendedores siempre recitan, como un mantra, que el ideograma chino de crisis (危机, weiji) contiene dos palabras intrínsecamente relacionadas: peligro + oportunidad. Se interpreta de esta manera para aportar algo de esperanza a los argentinos que tan regularmente pasan por estas situaciones traumáticas, verdaderos tsunamis de caos y tristeza.
En una de las crisis pasadas (nadie podría asegurar con certeza cuál de todas ellas fue) se originó una nueva actividad, llevada a cabo mayormente por hombres, a los que comúnmente se los denomina como trapitos. Esta es una ¿profesión? que algún desocupado, arrojado a la marginalidad, imaginó para darle de comer a su familia.
Nace un nuevo problema ciudadano
En sus inicios, la población vio con buenos ojos a los trapitos que sucintamente brindan un servicio simple. Es una persona, hombre o mujer, que se dedica a “cuidar los automóviles” en las calles. Calles de libre estacionamiento. Es decir, lugares públicos. La idea original consistía en que esa persona ejercería de una manera informal las funciones de vigilador, quedando a cargo de la seguridad de los automóviles y supuestamente evitando vandalismo o robos, y que cobraría de acuerdo a la propina que determinarían los dueños de los vehículos a su libre voluntad.
Con el tiempo esta actividad fue extendiéndose a avenidas y paseos, y actualmente abarca todo lugar imaginable. Pero la situación actual no es la misma que en el principio.
Cabe aclarar que se denominan “trapitos” a estos cuidadores informales porque siempre exhiben un trapo o franela con el cual indican los lugares vacíos para estacionar, o con el que paran el tránsito cuando el auto vuelve a circular. El trapo en sus manos permite verlos a mayor distancia. Y estas personas ya forman parte del paisaje urbano de todo el país, las grandes ciudades e incluso los lugares de veraneo.
Como siempre sucede con una actividad sumamente rentable, porque implica cero inversión y pura ganancia, con los años los trapitos honestos y amigables fueron siendo desplazados por personas extremadamente violentas e intimidantes que pertenecen a bandas mafiosas organizadas. Lo que comenzó siendo un servicio de contribución voluntaria poco a poco transmutó en una imposición forzada, en una especie de impuesto ilegal, particularmente en aquellos acontecimientos más rentables donde concurren multitudes. Por eso, hoy día no es posible estacionar en las calles o espacios públicos (de libre acceso y estacionamiento) cercanos a partidos de fútbol, recitales, fiestas, ferias del libro, parques, etc., sin pagarles a los trapitos. Es decir, sin pagar donde no se debe.
Todos aquellos acontecimientos que convocan grandes cantidades de personas pasaron a ser el territorio de cacería de organizaciones mafiosas, extremadamente peligrosas, que recaudan verdaderas fortunas. Actualmente, cuando un automovilista estaciona su auto en lugares de concurrencia masiva ya no viene el trapito original, el de antaño, que preguntaba amablemente “¿Se lo cuido?”. Ahora se acercan verdaderos matones que exigen a los gritos y amenazadoramente un pago por adelantado y exorbitante. Para lograr adueñarse de las calles estas bandas se encargan de desplazar a los “trapitos profesionales”, por calificarlos de algún modo, y se hacen dueños y señores de todas las calles, avenidas y estacionamientos que son libres y gratuitos.
Como siempre sucede con una actividad sumamente rentable, porque implica cero inversión y pura ganancia, con los años los “trapitos” honestos y amigables fueron siendo desplazados por personas extremadamente violentas e intimidantes que pertenecen a bandas mafiosas organizadas.
Lo realmente indignante es que estas intimidaciones mafiosas los trapitos violentos las realizan a plena luz del día. Son públicas y notorias. Bajo la amenaza de que le destrocen su auto, todos los conductores acceden a pagar, y aquellos que no lo hacen reciben intimidaciones, les rompen sus vehículos o directamente son golpeados, algunas veces salvajemente, porque los trapitos violentos son parte de las aterradoras barras bravas del fútbol.
Periodistas de todos los medios reflejan esta actividad mafiosa a diario por radio, televisión, gráfica e internet. Pero nadie hace nada. ¿Por qué? La respuesta es simple: debido a que es un negocio muy rentable y que no recibe pena. Para ponerlo en perspectiva: en febrero de 2014 una ONG estimó que las bandas de trapitos mafiosas recaudaban 12 millones de pesos al mes (un millón y medio de dólares estadounidenses al cambio de ese mes). Más de 18 millones de dólares anuales, libres de impuestos y sanciones, porque las diferentes policías del país participan del negocio escudándose en que las leyes no prohíben esa actividad mafiosa. Dado que legalmente es solo una “contravención”, en el 99% de los casos no son comprobables y el 1% restante, donde interviene algún magistrado judicial, terminan en nada. Según el artículo 79 del Código Contravencional: “Quien exige retribución por el estacionamiento o cuidado de vehículos en la vía pública sin autorización legal es sancionado/a con uno a dos días de trabajo de utilidad pública o multa de 200 a 400 pesos. Cuando exista previa organización, la sanción se eleva al doble para el organizador”.
Un negocio perfecto
Al ser este el negocio ilegal perfecto, porque no se controla y no se castiga, muchos nuevos jugadores quieren ingresar. Por eso la violencia entre trapitos va en aumento. Ya hay registrados decenas de heridos y muertos a lo largo y ancho de la Argentina. También se acrecentó la violencia dirigida hacia los propietarios de vehículos que quieren hacer valer sus derechos ciudadanos y no pagar donde no corresponde. Ya se han dado muchos casos de golpizas a conductores que no quisieron pagar para estacionar en un lugar público y gratuito.
Al ser este el negocio ilegal perfecto porque no se controla y no se castiga muchos nuevos jugadores quieren ingresar. Por eso la violencia entre “trapitos” va en aumento.
La legislatura de la Ciudad de Buenos Aires votó varios proyectos para legalizar a los trapitos, pero esas iniciativas fueron vetadas por el Jefe de Gobierno porteño, y justificadamente, puesto que no se puede regularizar el cobro de estacionamiento en espacios públicos.
Si las cosas siguen como hasta ahora no sería nada extraño que en un futuro cercano se vieran verdaderas batallas campales entre bandas de trapitos mafiosos para ocupar los espacios más rentables en todas las ciudades y de todo el país. Y así, muchos más conductores inocentes continuarán siendo agredidos brutalmente. ¤