Es más que evidente que el planeta tierra, nuestro único hogar, está cambiando a pasos agigantados. Y para mal. Debido al accionar irresponsable de los seres humanos, el calentamiento global es imparable y sus nefastas consecuencias son evidentes.
Las sociedades industriales colaboran más que nadie en destruir el medio ambiente gracias a sus riquezas, conquistas tecnológicas e insaciable sed de consumo.
El futuro del mundo se encuentra en nuestras manos. Y depende directamente de lo que hagamos ahora mismo, porque nuestras acciones repercutirán en los próximos siglos. No hay tiempo que perder. El planeta ya ha vivido varias extinciones masivas, pero siempre por causas naturales. “La gran muerte” del Pérmico-Triásico hace 250 millones de años fue la más importante de todas, porque la mayor parte de la vida en la Tierra desapareció en un santiamén (considerado a escala geológica). La mortandad causada fue infinitamente superior a la del asteroide que extinguió a los dinosaurios hace 65 millones de años. En el período Pérmico–Triásico desaparecieron aproximadamente el 95% de las especies marinas y el 70% de las terrestres. La vida en nuestro planeta casi llegó a su fin. Los científicos todavía no saben qué sucedió, pero de lo único que están seguros es que no intervino la mano del hombre. La situación actual es totalmente distinta, dado que todo depende de nosotros.
El futuro del mundo se encuentra en nuestras manos. Y depende directamente de lo que hagamos ahora mismo, porque nuestras acciones repercutirán en los próximos siglos
La basura, contaminación y destrucción de los espacios verdes es imparable. Y lo peor de todo es que los países y sociedades que pueden cambiar el rumbo de las cosas no lo hacen, sino que siguen contaminando y destruyendo incesantemente.
La encíclica del Papa Francisco
“Poco a poco algunos países pueden mostrar avances importantes, el desarrollo de controles más eficientes y una lucha más sincera contra la corrupción. Hay más sensibilidad ecológica en las poblaciones, aunque no alcanza para modificar los hábitos dañinos de consumo, que no parecen ceder sino que se amplían y desarrollan. Es lo que sucede, para dar sólo un sencillo ejemplo, con el creciente aumento del uso y de la intensidad de los acondicionadores de aire. Los mercados, procurando un beneficio inmediato, estimulan todavía más la demanda. Si alguien observara desde afuera la sociedad planetaria, se asombraría ante semejante comportamiento que a veces parece suicida.”
Estas palabras del Papa Francisco enfurecieron a muchos, especialmente a los magnates que tienen negocios relacionados directamente con la extracción irresponsable y contaminante de recursos naturales, particularmente de los no renovables. Infinidad de voceros criticaron esta encíclica, afirmando que el calentamiento global es un mito, que no hay que preocuparse, que todo está bien, la tierra goza de excelente salud, y que el papa Francisco no debe opinar sobre “lo que no sabe”.
Si eso fuera cierto y no hay verdaderos motivos para alarmarse, sugiero que varios países como Brasil, Bolivia, Perú, Venezuela y Colombia arrasen con todos sus bosques inservibles para cultivar soja, trigo y otros cultivos transgénicos, y simultáneamente que construyan mega ciudades de millones de habitantes. Lo mismo deberían hacer los países africanos y asiáticos que aun conservan selvas vírgenes, sin olvidar devastar las que aún sobreviven en Canadá, Alaska y los grandes bosques del pacífico estadounidense.
Si el Papa está equivocado en sus advertencias, no habrá consecuencias para la humanidad y viviremos todos felices... incluso con más espacio para divertirnos. Pero si tiene razón, el problema será mayúsculo, porque no quedará nadie para protestar. ¤