En Argentina, enero suele ser un mes aburrido en materia de noticias. Hasta los medios de comunicación se toman un respiro, cuando sus periodistas desaparecen para descansar y en su lugar saltan a escena las jaurías de noteros amarillos y paparazis. Las vedettes hacen todo lo posible para que sus pechos, fugándose de una diminuta bikini, sean los más fotografiados del verano, y actorzuelos en busca de tapas se desviven por que los agarren “infraganti” en algún amorío o cenando en los restaurantes de moda.
Pero este verano austral comenzó distinto, y todavía no sabemos en qué va a terminar. La caída de un rayo en la playa de Villa Gessel, que causó la muerte de cuatro jóvenes y varios heridos, pareció ser un preludio de la tormenta que se desataría días después.
Por primera vez desde que Néstor Kirchner asumió la presidencia en mayo del 2003, las cabezas del Gobierno (él primero, y Cristina después) no cedían ni un centímetro de protagonismo y poder, ni siquiera a sus colaboradores más cercanos. Sin embargo, en las últimas semanas, Cristina, obligada por sus problemas de salud, dejó el centro de la escena en manos de su nuevo jefe de Gabinete, el chaqueño Jorge Capitanich, y apuntaló al joven camporista Axel Kicillof como ministro de Economía. De hecho, por unas cuantas semanas no se la vio, ni se la escuchó por ningún lado.
Su aparición en público en un acto precedió por un día nomás a un nuevo hecho remarcable del verano: la devaluación del peso se instaló otra vez como tema y preocupación en el país.
Durante el mes de enero, la devaluación del peso argentino fue de 22,7%, la más alta mensual desde marzo de 2002. El dólar oficial, al momento de escribir esta editorial, y en medio de una semana de gran volatilidad cambiaria, tocaba los 8 pesos. El dólar “blue”, o informal, se vendía a $13 y el “dólar tarjeta” terminó en más de $10.
La gente –al menos quienes se quedaron sin playa- empezaba a hablar del dólar y a mirar hacia las angostas calles de la City porteña, a ver cómo medían las colas frente a las casas de cambio.
Desde el gobierno, Capitanich se esforzaba por demostrar que no pasaba nada y que “son cosas del mercado”; desde la oposición, se habla de un nuevo “Rodrigazo”.
A primera vista, y sin ser expertos en economía, nos parece que ambos bandos exageran. La inflación existe y no se la puede negar ni ocultar tras las cifras falsas del Indec. Sin embargo, todavía no hay señales –y esperamos no las haya nunca- de que se viene un nuevo Rodrigazo o un período de hiperinflación como la que se desató tras el golpe económico al gobierno de Raúl Alfonsín.
Por eso, deseamos que esta sea nomás una de esas tormentas de verano: viento, mucha lluvia, algunos truenos y relámpagos... hasta que el cielo se abre y la tarde se pone como para ir a la playa. ¤