No podía faltar la leyenda de esta planta americana por excelencia.
El maíz (abatí), ha sido considerado siempre por los indígenas como una bendición del cielo. Hay varias versiones de esta leyenda, pero consignamos la más popular, que consideramos verdadera por haberla oído también de labios de los indígenas del Pilcomayo.
Fue en aquellos momentos cruciales en que no se sabe si es posible sobrevivir o perecer. Todo parecía indicar que ocurriría esto último, pues durante largos meses no asomaba una nube en la comba celeste. Los ríos se secaban, se marchitaban los árboles, los animales morían de sed... Tolvaneras irresistibles barrían los campos desolados. El pueblo, paciente al principio, desesperaba, enloquecía... Todas las rogativas habían resultado estériles. Entonces el "rubichá" (jefe de la tribu), en una sostenida cábala con los genios del cielo, develó el secreto:
-Tupá está enojado con sus hijos y por eso los castiga con el hambre, la sed y la muerte si no vuelven los ojos a EL...
El pueblo entero se arrepintió y cayó de rodillas, jurando amor y respeto a sus leyes. Pero el Rubichá continuó:
-Eso no basta. Para aplacar la ira de Tupá, es necesario sacrificar la vida de uno de sus hijos.
Entonces, entre los circunstantes salió un guerrero joven que exclamó con firmeza:
-Yo me ofrezco al sacrificio...
Lloraron los suyos y lloró el pueblo de emoción y dolor. Pero el joven mantuvo su decisión inquebrantable.
El rubichá, dolorido, no tuvo otro recurso que aceptar el sacrificio de aquel joven, cuya vida podría ser tan útil. Caminaron hasta un sitio despoblado de árboles, cavaron una fosa y en ella tomó el joven su voluntaria sepultura. La tierra, fuertemente apisonada lo cubrió totalmente, dejando sólo fuera la nariz del infortunado.
A los pocos instantes asomó una tormenta en el horizonte, que vertiginosamente descendió sobre la selva. El viento y los relámpagos sembraron el pánico entre los hombres. Luego comenzó a llover. Una lluvia abundante, dulce, que duró toda la noche. ¡El milagro se había cumplido!...
Al día siguiente, la tribu se dirigió al lugar del sacrificio para testimoniar su gratitud. Pero en el mismo lugar, donde el día antes asomara la nariz del joven, había brotado una planta de largas hojas verdes entre las que asomaban espigas con granos de oro.
Era el maíz, y le llamaron “abati”, que quiere decir Nariz de indio. ¤