Para bien o para mal, la argentina es y será siempre igual. No hay ninguna esperanza de que las cosas importantes, de fondo, cambien algún día. Pasan los años y las décadas, ya sean “perdidas” o “ganadas” y lamentablemente el panorama general nunca mejora.
No hay milagros. Al contrario, en casi todos los detalles de la vida cotidiana se observa que las cosas van empeorando para la mayoría de la población. Lo que más indignación provoca es que este aumento del sufrimiento y las penurias son causados por la idiosincrasia nacional, indiscutiblemente ligada y acostumbrada a la negligencia e indiferencia.
A esta altura del siglo se sabe que los dirigentes es muy poco lo que pueden hacer frente a los cambios tecnológicos y/o climáticos. Desde la invención de la imprenta, cada novedad tecnológica produce ganadores y perdedores, y desde el diluvio universal las fuerzas de la naturaleza son incontrolables. Como eso es algo inevitable, no es de lo que estamos hablando.
Nos referimos a lo otro: a la perdurable vocación nacional por la mediocridad.
Lo más triste es que el país todavía conserva algunos recursos humanos y naturales valiosos. Pocos, pero aún están. Pero como la “meritocracia” es una palabra que fue borrada del diccionario argentino, no se pueden aprovechar, ni ahora ni en las próximas décadas.
Qué envidia se produce cuando se observa que muchos países progresan de verdad, o que al menos hacen algo para mejorar: un camino, un puente, una represa, algún que otro túnel, edificios, o fabrican o diseñan un televisor, tablet o celular. En esos países se brindan las condiciones mínimas para que algunos emprendedores puedan crear empresas y desarrollarlas, sin intervención, obstáculos o trabas gubernamentales.
Acá abajo rige el aquí y el ahora. El largo plazo es mañana. Y todo indica que será así por siempre jamás.
Hay un cambio permanente de las reglas del juego que impide proyectar a futuro.
A veces, al anunciarse megaproyectos faraónicos o mínimas mejoras de infraestructura surge algo de esperanza... una pequeña lucecita al final del túnel, un mínimo sueño de progreso, pero rápidamente se desvanece, porque casi nada de lo prometido se concreta. Por eso será que se “inauguran” o “reinauguran” dos, tres o diez veces las mismas obras. El único consuelo es que al menos se hacen algunas obras gracias a los negociados triangulados a través de empresas fantasmas, testaferros o prestanombres.
Mientras tanto, la gente de a pie, sin conexiones o contactos políticos, incrementan sus penurias. Lo más grave es que en los últimos años las muertes originadas por la desidia e indiferencia generalizada aumentan exponencialmente. Se producen decenas de tragedias prevenibles, absurdas, ya sea por accidentes de trenes, en caminos, colectivos u hospitales. Si a eso se le suma la cantidad de asesinatos provocados por la delincuencia común y corriente, que aumenta día a día, el panorama es realmente desalentador.
Pero como se sabe que Argentina es un país generoso, no todo está perdido... para algunos.
En estos momentos, el país se encuentra convulsionado por las próximas elecciones de legisladores, en las que, al parecer, se dirimirá la madre de todas las batallas, porque como consecuencia de las mismas se podrá reformar la Constitución Nacional o no.
Una vez más la oposición se presenta fragmentada, desorganizada, caótica, impresentable. Viéndolo desde una perspectiva histórica, el futuro es menos halagüeño de lo que aparenta. Durante la crisis de los años 2001-2002 la consigna generalizada hacia la clase política era “Que se vayan todos”. Bueno, resulta que después de 14 años se puede constatar en las listas de candidatos actuales que en verdad se “quedaron todos”. Reciclados obviamente.
Casi todos los políticos que se presentarán en las próximas elecciones demostraron a través de los años, que tiene la coherencia de los jugadores de futbol. Defienden la camiseta, de los equipos que los tienen contratados… en el momento. Son fenomenales. No le hacen asco a nada.
Cambian de partido como de camiseta.
Todos los políticos argentinos son marxistas, es decir, seguidores fanáticos de Groucho Marx, quien alguna vez dijo: “Estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros”
Sin dudas, algo cambió en los últimos años. Antes se comparaban algunos índices de desarrollo nacional con el de países desarrollados. Ahora se hace lo mismo, pero con los de países latinoamericanos.
Más allá de estos inconvenientes, se sigue sosteniendo que la Argentina sigue siendo uno de los mejores países del mundo para vivir. Es absolutamente querible. ¤