Lo más inquietante es que cualquiera de esas versiones puede ser aceptable, valida y verosímil, sin entrar en contradicción con las otras. Por lo tanto, como ninguna de estas interpretaciones es necesariamente falsa, tampoco es del todo verdadera.
El término tiene su origen en la película homónima del director japonés Akira Kurosawa de 1950 (basada en la obra del escritor R. Akutagawa). El argumento de “Rashomon” es realmente original: cuatro personas cuentan cómo se cometió un asesinato. Lo novedoso es que tanto los dos testigos, como el asesino e incluso el muerto (a través de una médium) describen lo sucedido de manera diferente. Cada uno cuenta una historia totalmente distinta.
Aquí vale la pena recordar lo que escribiera el físico de Harvard, historiador y filósofo de la ciencia estadounidense, Thomas Kuhn (1922-1966): “Dos grupos cuyos miembros tienen sensaciones sistemáticamente distintas al captar un mismo estímulo, en cierto sentido viven en mundos diferentes”.
Convendría empezar con la inseguridad, la mayor preocupación de los argentinos y que afecta la vida cotidiana. En principio, coexisten dos “relatos”, dos formas de interpretar los hechos, dos visiones totalmente enfrentadas de lo que sucede. Simplificando nuevamente: por un lado está “el relato de la seguridad K” y por el otro “el relato de la inseguridad anti K”.
Esta situación lleva a que millones de argentinos sientan que viven en dos mundos diferentes.
El “efecto Rashomon” llevado al extremo. El gran problema a dilucidar es ¿Cuál es la realidad objetiva más allá de esta visión sesgada de lo que sucede?
Objetivamente, la gran mayoría de la población vive con miedo porque teme perder la vida o la de sus seres queridos en hechos delictivos completamente aleatorios, productos del azar. Una preocupación masiva que, extrañamente, no figura en la agenda gubernamental. De hecho, para los funcionarios del más alto nivel del gobierno nacional la inseguridad es una mera “sensación”, un “invento” de los medios de comunicación, obviamente opositores. Lo más curioso es que quizás ambas afirmaciones, a primera vista contradictorias, sean ciertas.
El desafío es analizar qué hay detrás de este “efecto Rashomon”.
Es posible que, en general, la cantidad bruta de delitos haya bajado. Pero lo que más preocupa a la población es otra cosa, el grado de violencia de ciertos hechos puntuales. Aquí se observa un primer dato interesante: a los funcionarios les intranquiliza la cantidad, mientras que a los ciudadanos de a pie, les preocupa la calidad.
Dos visiones, dos mundos enfrentados, aunque ambos impregnados con altas dosis de verdad.
Hasta hace poco tiempo las “salideras” (literalmente robos a las “salidas” de entidades bancarias) eran uno de los delitos más habituales. Pero desde que obligaron a instalar mamparas en las ventanillas de los bancos la cantidad de “salideras” bajaron exponencialmente. Como los criminales ya no pueden “ver” a los clientes que retiran efectivo se dedicaron a las “entraderas” (cuando delincuentes violentos, la mayoría de las veces drogados, “entran” en hogares de ciudadanos comunes). Todos los días la población se entera de casos espeluznantes, que acontecen en casas de familias comunes y corrientes: golpes, torturas, violaciones y asesinatos. Una de las razones es que la mayoría de estos criminales son consumidores compulsivos de “paco” o pasta base de cocaína. Por eso, la violencia y sadismo que utilizan sobre sus víctimas no tienen límites. El “paco” es una droga tan adictiva y destructiva del tejido social que hasta los propios traficantes de drogas de las favelas del Brasil están procurando dejar de comercializarla. Sin embargo, en la Argentina el comercio de “paco” vive sus días dorados ya que nadie lo combate seriamente. Y esta espiral de violencia criminal que se acrecienta cada día no da señales de estancarse o disminuir. Para colmo, la propia ministra de Seguridad, Nilda Garré, echó más nafta al fuego e incrementó la paranoia generalizada cuando le pidió a la población que “controle” a la policía, porque está infectada con “focos de corrupción”. Si ella, como jefa de las mismas, admite que no las puede controlar, habría que preguntarse qué podrían hacer los ciudadanos comunes.
Si no existiera esta incontrolable violencia asesina, imprevista y paralizante, la vida en la Argentina sería completamente distinta. Mucho más feliz, amena y plácida.
Porque en todo lo demás el país no está tan mal como pintan algunos o tan bien como lo describen otros. Desde siempre se sabe que la improvisación y la falta de planes de largo plazo son una constante de la vida de los argentinos. Afortunadamente, como la población ya está acostumbrada a las promesas incumplidas, se depositan pocas expectativas en los anuncios espectaculares. Además, como las buenas ideas nunca faltan, siempre hay esperanza.
Y ni hablar cuando algunas se concretan de acuerdo a los planes originales.
Un ejemplo: la Presidenta decidió construir un polo audiovisual en la Isla Demarchi. Un lugar hasta ahora desconocido que está ubicado al lado de Puerto Madero, el sector más seguro, privilegiado y exclusivo del país. Algunos sueñan que este será el puntapié inicial de un Hollywood vernáculo. Una iniciativa elogiable desde todo punto de vista. El asunto es que simultáneamente, mientras se construyen los nuevos edificios, habría que cambiar los planes de estudio de las escuelas de cine y televisión del país para evitar el “efecto Rashomon” globalizado. Porque en Hollywood se habla de “industria” e importan la “taquilla” y el “dinero”, mientras que en Argentina solo interesan “el arte”, “los festivales” y los “subsidios” del INCAA. De no mediar un cambio cultural radical a la hora de encarar nuevas producciones, tal vez este proyecto podría derivar en un nuevo Bollywood. Y que, como en la India, se filmen cientos de películas, técnicamente impecables, descomunales éxitos de taquilla, como “Dabangg”, “Golmaal 3” o “Raajneeti” que solo atraigan a espectadores de ese país.
Lo más interesante del “efecto Rashomon” es que este fenómeno no es privativo únicamente de la Argentina. En todo el mundo hay gente que vive distintas realidades, en mundos diferentes, aun dentro del mismo territorio nacional. Cuando el periodista Hugh Sidey entrevistó a John F. Kennedy para la revista Time a fines de los años cincuenta y le preguntó sobre sus recuerdos sobre la Depresión, el ex presidente le contestó: “No tengo ningún recuerdo de la Depresión. Vivíamos mejor que nunca. Teníamos casas más grandes, más servidumbre. Yo me enteré de la Depresión en Harvard, leyendo libros*.
De no creer. El gran JFK se enteró de la crisis económica más grande de la historia estadounidense… a través de los libros.
Realidad al estilo “Rashomon”.
*(Hersch, Seymour M., “El lado oscuro de JFK”, Planeta, 1998, p. 44-45) ¤