Martín de Álzaga estuvo enfrentado a Santiago de Liniers durante años. Y eso culminaría con la llamada asonada del 1º de enero de 1809. Fue el intento de destituir al virrey del Río de la Plata de ese momento, por parte de aquel, amotinando a un grupo afín al Cabildo.
La oposición a Santiago de Liniers venía de hacía rato. Nombrado virrey en reemplazo de Rafael de Sobremonte por presión popular, el gobernador de Montevideo, Francisco Javier de Elío, había resistido su autoridad y aprovechó el hecho de que Liniers fuera francés para acusarlo de complotar con el Imperio Napoleónico que estaba en guerra contra España. Organizó entonces una Junta de Gobierno en Montevideo que desconoció la autoridad del virrey.
Y así fue como en Buenos Aires el 1º de enero de 1809 apoyado Martín de Álzaga por varios batallones de milicias de origen español se presentó ante el Cabildo, reclamando la renuncia de Liniers. Querían reemplazarlo por una Junta integrada por españoles peninsulares y dos criollos: Mariano Moreno (1778-1811) y el síndico Juan de Leyva.
Liniers se mostró sumiso en un primer momento, lo que desarmó momentáneamente a los sublevados. Pero con el apoyo del obispo Benito Lué volvieron a la carga exigiendo que el mando pasara al militar más antiguo, que era Ruiz Huidobro (1752-1813).
Antes de que pudiera Liniers renunciar intervino el coronel Cornelio Saavedra (1759-1821), comandante del regimiento de Patricios, haciendo fracasar el motín.
Los batallones de milicias urbanas sublevadas – tercios de Miñones, de Gallegos, de Vizcaínos y los cazadores correntinos, fueron disueltos. Una pena dura se aplicó a los líderes del movimiento: el destierro en Carmen de Patagones. Esto duró poco, pues De Elío los rescató y los trasladó a Montevideo.
Aunque la adhesión popular a su persona se mantenía, el poder de Liniers estaba carcomido. Su suerte estaba echada, quien había dicho siempre que no quería ser cabeza de motín al tener que soportar uno se aferró a su cargo apelando al apoyo popular con el que realmente contaba.
Más adelante, en Sevilla, se firmó la real orden que lo sustituía por Baltasar Hidalgo de Cisneros, aunque al mismo tiempo se le confería el título de conde. Él adoptó el de conde de Buenos Aires, como le comunicó a su reemplazante. Con 100.000 reales de renta, un título de nobleza y su campo en Alta Gracia, suponía que podía terminar sus días en paz. Desgraciadamente, como veremos, no fue así. ©