Historias que cautivan y asombran
La luz mala
Las materias grasas -carnes, huesos, etc.- que se encuentran en descomposición en la tierra, especialmente en los terrenos húmedos, suelen producir una fosforescencia que se destaca, con gran nitidez, en la oscuridad de la noche: es un fuego fatuo.
Pero el hombre de campo, que ignoraba su origen, la consideró cosa sobrenatural y le dió un nombre: luz mala —acaso el más famoso de los nombres de nuestra tradición— y la consideró como la representación de un “ánima en pena”.
La “luz mala” inspiraba terror supersticioso y su aparición era comentada en todos los fogones; se recordaban viejas leyendas oídas a los mayores y no faltaba alguno que contara “un trance fiero, en que tuvo que vérselas con una luz mala, que lo había seguido un rato largo, y de la que se salvó prometiéndole encender una vela a su memoria”.
Ánima en pena
Un ánima en pena era, según la creencia popular, el alma de un difunto que abandonaba su sepultura y andaba sufriendo por el mundo de los vivos, unas veces para pedir venganza, porque había sido muerto en mala ley -a traición, asesinado- y otra para reclamar porque no lo habían enterrado “en sagrado”, o sea en el cementerio o camposanto.
La viuda
En las supersticiones, la viuda ocupó lugar preferente, a continuación de la “luz mala”.
La viuda era una aparición -“una fantasma”, decían los campesinos- que anunciaba desgracia; tenía lugar de noche, en sitios apartados, y bajo el aspecto de una mujer enlutada, cubierta de la cabeza a los pies con un gran manto negro o rebozo.
El jinete a quien se refería el presagio, se la encontraba, de pronto, en una vuelta del camino o la veía marchando delante o a la par de su caballo, siempre silenciosa, la cabeza agobiada.
Sobra decir que semejante aparición producía tanto en el hombre como en su cabalgadura, el terror lógico de lo sobrenatural y que el episodio se epilogaba con una fuga desesperada.
Lo curioso es que no siempre la viuda se apareciese para anunciar males; a veces lo hacia en bien de ciertas personas -que lo merecían por alguna razón- a las cuales asustaba para salvarlas de un peligro que las aguardaba en el transcurso del camino.
Compilado por Carlos Avilas del libro “Voces y Costumbres del Campo Argentino”, de Pedro Inchauspe, publicado en 1949. ¤