La literatura gauchesca: El Martín Fierro • Nota nº 19

EL MARTIN FIERROEn los últimos tramos de la obra, encontramos a Martín Fierro

y sus dos hijos celebrando el reencuentro. Aparece un muchacho llamado Picardía, quien cuenta sus aventuras en las provincias de Buenos Aires y Santa Fe. Confiesa, acompañándose con la guitarra, haber sido tahúr. En un principio no sabe quien es su padre, pero luego se entera que su padre fue el sargento Cruz.
Al terminar aparece otro personaje, “el Moreno”, quien pide la guitarra.
“Todo el mundo conoció/ la intención de aquel moreno;/ era claro el desafío/ dirigido a Martín Fierro / hecho con toda arrogancia,/ de un modo altanero”.
El desafío es para una payada de contrapunto. Y como en otras obras universales, el Martín Fierro, que es una payada, encierra otras. Esta, al decir de Jorge Luis Borges, es la más memorable.
El moreno, cortés y de florido lenguaje, le pide a Martín Fierro que lo pruebe con preguntas difíciles. Martín Fierro le pregunta cuál es el canto del cielo, luego el de la tierra, cuál el del mar y cuál el de la noche, y el moreno satisface tales demandas. Luego el moreno le exige que defina la cantidad, la medida, el peso y el tiempo. A estas dificultades de índole metafísicas, Martín Fierro contesta por ejemplo: “Moreno voy a decir,/ sigún mi saber alcanza: / el tiempo es solo tardanza/ de lo que está por venir. / No tuvo nunca principio/ ni jamás acabará, / porque el tiempo es una rueda/ y rueda es eternidá; / y si el hombre lo divide,/ solo lo hace, en mi sentir,/ por saber lo que ha vivido / o le resta por vivir”.
Como dice Jorge Luis Borges, estos vastos temas exceden la capacidad de los gauchos y tal vez de los hombres.
Martín Fierro retoma las preguntas. A la primera, el moreno se declara vencido. Lo hace para no demorar la pelea. Por eso dice: “Y queden en paz los güesos/ de aquel hermano querido. / A no moverlos no he venido / mas si el caso se presienta,/ espero en Dios que esta cuenta/ se arregle como es debido”.
Los presentes impiden la pendencia, por lo que Martín Fierro y sus dos hijos se van. Cerca de un arroyo, Martín Fierro les dice a sus hijos: “El hombre no mate al hombre/ ni pelee por fantasía:/ tiene en la desgracia mía/ un espejo en que mirarse. / Saber el hombre guardarse/ es la gran sabiduría”.
Allí resuelven separarse y cambiar de nombre para poder trabajar en paz.
En el último canto, José Hernández habla personalmente con el lector. En esta despedida, el poeta siente sin vanidad la grandeza de la obra cumplida. Y nos dice: “Mas naides se crea ofendido,/ pues a ninguno incomodo; / y si canto de este modo/ por encontrarlo oportuno./ No es para mal de ninguno/ sino para bien de todos”.
Hemos visto en la nota Nº 15 publicada en abril de este año, que Jorge Luis Borges consideraba que en el Martín Fierro había una ausencia de la épica, porque José Hernández quería ejecutar lo que hoy se llamaría un trabajo antimilitarista.
En 1916 Leopoldo Lugones publica El Payador, pensando que una exaltación de la obra de José Hernández lo accedería al público. Allí reclamó para el Martín Fierro el nombre de epopeya, por ser figuradamente un conjunto de hechos dignos de ser cantados por la épica (son acciones realizadas con mucho sufrimiento y dificultades). Dijo que el Martín Fierro era a nuestros orígenes lo que La Ilíada era a los orígenes griegos, o la Chanson de Roland a los de Francia.
Ricardo Rojas, en su Literatura Argentina, nos dice: “Fundar ciudades que han comenzado siendo fortines, expander su acción sobre el desierto en radio progresivo, luchar con la tierra virgen, padecer las injusticia de la organización social rudimentaria, sobrellevar heroicamente entre esas fuerzas fatales, la fe en sí mismos, en la humanidad, en la justicia; he ahí la vida del gaucho Martín Fierro, he ahí la vida de todo el pueblo argentino.” Sin embargo los temas enumerados por Ricardo Rojas brillan por su ausencia o sólo figuran de un modo lateral.
En su Antología, Calixto Oyuela nos dice que la obra nada tiene que ver con nuestros orígenes. Se trata de la vida de un gaucho en el último tercio del siglo XVIII, en la época de la Independencia, en la época de la decadencia y próxima a la desaparición de ese tipo local y transitorio nuestro ante una organización social que lo aniquila.
Por último, Miguel de Unamuno nos dice: “En el Martín Fierro se compenetran y se funden íntimamente el elemento épico y el lírico. Martín Fierro es, de todo lo hispanoamericano que conozco, lo más hondamente español. Cuando el payador pampero a la sombra del ombú, en la infinita calma del desierto, o en la noche serena a la luz de las estrellas, entone, acompañado por la guitarra española, las monótonas décimas del Martín Fierro y oigan los gauchos conmovidos la poesía de sus pampas, sentirán sin saberlo, ni poder de ello darse cuenta, que les brotan del pecho inconsciente del espíritu, ecos inextinguibles de la madre España, ecos que con la sangre y el alma les legaron sus padres. Martín Fierro es el canto del luchador español que, después de haber plantado la cruz en Granada, se fue a América a servir de avanzada a la civilización (?) y abrir el camino del desierto.
En fin, ¿es épico el Martín Fierro o no? Las opiniones que nos dan los críticos son variadas y para todos los gustos. Y a pesar de que Borges nos decía que había una ausencia de la épica en el Martín Fierro, luego afirmó que la palabra epopeya tiene sin embargo su utilidad. Nos permite definir - dijo - la clase de agrado que la lectura del Martín Fierro nos da; ese agrado, en efecto, es el más parecido al de La Odisea o al de las sagas. Además, la palabra puede prestarnos otro servicio.
El placer que daban las epopeyas a los primitivos oyentes era el que ahora dan las novelas: el placer de oír que a tal hombre le pasaron tales cosas. La epopeya fue una preforma de la novela. Así, descontando el accidente del verso, cabría definir al Martín Fierro como una novela. ®

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