¿En dónde está la causa de nuestros males?
¿Por qué algunas sociedades funcionan y la nuestra no?
¿Estamos como estamos porque somos como somos?
¿En dónde está la punta del ovillo?
Les propongo el siguiente ejercicio: dibujemos sobre un papel un círculo. Luego dividámoslo por la mitad, con una línea horizontal a la altura del Ecuador, de modo que la misma separe el hemisferio norte del hemisferio sur. Ahora hagamos lo siguiente: empecemos a marcar una cruz por encima o por debajo de dicha línea, por cada Premio Nobel de Ciencias (física, química, medicina y economía), que se haya otorgado desde 1901. Si nos tomamos el trabajo de buscar en una enciclopedia o en internet quiénes fueron los galardonados, veremos que habremos dibujado cientos de marcas del Ecuador para arriba, y tan sólo tres por debajo: precisamente y para nuestro orgullo latinoamericano, las correspondientes a tres argentinos: Bernardo Houssay (1947, Medicina), Luis Federico Leloir (1970, Química), y César Milstein (1984, Química).
Ahora repitamos el mismo ejercicio, pero esta vez hagamos una marca por cada elemento creado por el hombre, que de algún modo ha sido un significativo aporte para el confort humano: medicamentos, anteojos, electrodomésticos, sistemas de comunicaciones, bicicletas, motos, automóviles, radiofonía, telefonía, televisión, aviones, ordenadores personales, etc.
Sin lugar a dudas, el resultado va a ser el mismo: cientos de equis aparecerán por arriba del Ecuador, y apenas unas pocas por debajo, si es que consideramos a la birome un invento argentino (aunque Ladislao Biro la patentó primero en Hungría, antes de escapar de los nazis y afincarse en Argentina). Podríamos poner el dulce de leche, cuya paternidad parece ser disputada por otros países del globo. Podríamos poner al colectivo, invento de Di Césare y Castelvi, o a Luis Agote y el método de transfusión sanguínea, o podríamos defender a Quirino Cristiani como el primer hacedor de dibujos animados, pero de todas maneras, la cantidad de marcas será abrumadoramente superior en el hemisferio norte.
¿A qué se debe esta abrumadora diferencia a favor del "norte"?
¿Será un problema genético el que nos diferencia? Desde luego que no.Ya demasiados y oprobiosos desastres provocaron en la historia de la humanidad quienes pretendían afirmar la existencia de superioridades raciales o genéticas.
¿Será un tema climatológico? De ningún modo, más allá que se dice que en los ámbitos de bajas temperaturas, la mente y el cuerpo están siempre hiperactivos so pena de congelarse, mientras que en ambientes muy cálidos el clima invita al descanso, la modorra y la siesta.
¿Entonces? ¿Por qué un argentino, cuando traspone la línea del Ecuador y se instala en el first world, se integra a una cultura diferente y es exitoso? Quizás en esta última pregunta está la palabra que puede ser una punta del ovillo. Y me refiero a la palabra "cultura"
Desde luego que no vamos a definir en un escueto artículo un concepto tan abarcativo y complejo como el de cultura, digno de más de un libro... pero sí es preciso definir algunos aspectos de los conocimientos, creencias, artes, moral, valores, costumbres, recursos, hábitos y comportamientos adquiridos por quienes integran la sociedad argentina, y que conforman la "cultura argentina".
Y como cultivo de tan extensa magnitud, los frutos de nuestra cultura son diversos y múltiples. Una faceta es la que se refiere a las manifestaciones del arte y la creatividad nacionales: aún en las peores épocas de oscurantismo y acallamiento de conciencias, la cultura argentina siempre tuvo su primavera de la mano de nuestros artistas plásticos, dramaturgos, cantantes, cineastas, actores y actrices, músicos y bailarines, poetas y prosistas. Más allá de los Borges y de los Piazzollas, sabemos que -genéricamente hablando- nuestro país siempre ha estado excelentemente representado, en todo el mundo, en el aspecto cultural.
Pero no es obviamente esta manifestación de la cultura la que puede explicarnos la causa de nuestra decadencia y de que ese futuro promisorio que soñaron nuestros patriotas fundadores siempre se postergue y se vea cada vez más lejano. Al contrario. La cultura de nuestros artistas y creadores es una parte sustancial de lo poco que aún nos sostiene en pie como entidad nacional.
Aunque suene ridículo, muchos argentinos han aprendido con sangre que en un escenario corrupto, con corporaciones mafiosas enquistadas en el poder, quien es absolutamente honesto, lleva siempre las de perder.
Ejemplo: se estimula discursivamente en épocas preelectorales la inversión en educación, pero quienes dedican su patrimonio intelectual, afectivo y económico a la educación, quedan expuestos a leyes que, lejos de ampararlos, los someten a un estado de indefensión absoluta. Las ridículas leyes laborales permiten por ejemplo, que un docente que teóricamente debe ser el adalid de la decencia y la honradez, se aproveche de la situación, e inicie asesorado por arteros abogados "demandas por despido" que sin dudas ganarán, y en las que lograrán sin necesidad de ocultarse el rostro con un pañuelo y esgrimir un arma de fuego (pero con idéntica impunidad), percibir cifras que quintuplican el monto que en un ambiente de verdadera justicia deberían recibir si fueran realmente despedidos.
Otro ejemplo: quien cumple religiosamente con la ley, abonando sus impuestos, teniendo a todo su personal como debe ser (es decir, "en blanco"), generalmente es quien, por ser buen "pagador" figura en los registros públicos, y es sistemática y literalmente perseguido por la AFIP (Administración de Fondos e Ingresos Públicos). Desde luego, los que trabajan en negro, los que llevan doble contabilidad y mienten sus ingresos, no sufren ese acoso del ente recaudador de impuestos. Lo más probable en el actual contexto argentino, es que los honestos se fundan, y los deshonestos sobrevivan con sus empresas non sanctas.
El tercero: quienes confiaron en el país y pusieron sus ahorros en bancos nacionales y filiales argentinas de bancos extranjeros, fueron terriblemente castigados con el corralito y la pesificación (léase, que no sólo no podían retirar su propio dinero, sino que además, éste había perdido su poder adquisitivo). Por el contrario, quienes siempre desconfian de los gobernantes de turno, siguen teniendo sus bienes a resguardo y en dólares en alguna cuenta de algún banco de Panamá, Bahamas, Suiza o las islas Caimán.
Irónicamente, no son pocos los que han llegado a la conclusión de que lo que entendemos por "elementos no deseados de la cultura de los argentinos", en alguna medida son en realidad discutibles pero prácticas "estrategias de adaptación" para sobrevivir en un ámbito inhóspito, marcado por la corrupción de arriba, por un marco jurídico que no protege, por políticos que se ocupan y preocupan por su crecimiento patrimonial y no por el bien común.
¿Qué lugar puede haber para la solidaridad en esta selva de todos contra todos?
Por fortuna, la solidaridad existe en ámbitos no gubernamentales, y eso es lo que sostiene a nuestra patria y ha impedido -hasta ahora- el estallido social. Las ONGs, la caridad y la gauchada de los argentinos honestos ayudan a paliar el hambre. Sí, porque en la tierra de las vacas y el trigo hay hambre, y la pobre gente sin cultura y educación está a merced de los políticos clientelísticos que manejan a discreción los eufemísticamente llamados "Planes Trabaja". Esto es dinero contante y sonante que se les da a los excluidos para que sigan al corrupto de turno, en vez de ser destinado a la producción, a la generación de trabajo, a la liberación de las miserias físicas y morales a la que es sometida la gente desocupada o de bajos recursos. Porque para tenerlos a su merced y alimentar con sus votos su continuidad en el poder, es menester mantenerlos ignorantes y pobres.
¿Cómo pensar un nuevo país, cuando cada olla que se destapa despide olores nauseabundos y no hay castigo a los culpables? ¿Cómo puede gestarse un cambio de raíz si los concupiscentes políticos que supimos conseguir siguen enredados en nuevas denuncias de corrupción, en tejes y manejes, en asignarse solapadamente nuevos ingresos, en posicionarse en eternas disputas preelectorales para reciclarse y mantenerse en el poder?
En tanto, los honestos siguen llevando las de perder: O ven desaparecer su fortuna y patrimonio, sus empresas y bienes en manos de ávidos y usurarios bancos, o pierden el fruto de sus esfuerzos de toda la vida en inadmisibles corralitos, o terminan enfermándose en cuerpo y alma, inmolándose de mil maneras: como los que quedan en la calle, sin fortuna ni esperanzas, o como Favaloro.
Pero volvamos a la pregunta inicial. ¿En dónde está la punta del ovillo? Está claro que esta enmarañada madeja tiene varias puntas. Una de ellas nos la proporcionó hace ya nada menos que cincuenta y seis años Jorge Luis Borges, en "Otras Inquisiciones", cuando se refiere a "nuestro pobre individualismo". Dice Georgie: "El argentino, a diferencia de los americanos del norte y de casi todos los europeos, no se identifica con el Estado. Ello puede atribuirse a la circunstancia de que, en este país, los gobiernos suelen ser pésimos..." "Lo cierto es que el argentino es un individuo, no un ciudadano". Aquí una punta del ovillo.
¿Quiere un ejemplo contundente? Me toca con frecuencia ver a mis compatriotas entonar las estrofas del Himno Nacional Argentino diría que hasta con vergüenza, apenas balbuceándolas, en voz baja, casi de modo inaudible. Por el contrario, las veces que he estado en Estados Unidos en algún lugar público (Disneyland, Disneyworld, Universal Studios, u otros), y surgía la música del American National Anthem, todo el mundo se transformaba: grandes, chicos, negros, amarillos, wasp, cobrizos, todos -absolutamente todos- con la mano en el pecho entonaban a viva voz y hasta con fruición, en familia, el himno que los identificaba como ciudadanos de su país.
También Borges nos da en el texto de referencia (escrito en 1946), la segunda punta del ovillo: nuestra falta de orden y de organización. Cita -por caso- que en nuestra literatura se destacan las individualidades (Fierro, Moreira, Hormiga Negra, Don Segundo Sombra), mientras que en la literatura del "primer mundo" (por ejemplo Kipling, Kafka), lo que prima es la "vindicación del orden". Con la fina ironía que caracteriza a nuestro máximo escritor, nos deja una frase que es más actual que nunca: "Sin esperanza y con nostalgia, pienso en la abstracta posibilidad de un partido que tuviera alguna afinidad con los argentinos; un partido que nos prometiera (digamos) un severo mínimo de gobierno".
Esta es otras de las puntas del ovillo, que explica porqué en el ejercicio propuesto con el que comienza esta nota, se ve la abrumadora presencia de los logros del primer mundo. Esa punta del ovillo es una palabra clave para entender los porqués. Y esa palabra es "método". Los anglosajones y los orientales son absolutamente metódicos y sistemáticos. No es casual encontrar en los anaqueles de los bookstores yankees libros y libros que comienzan su título con las palabras: "How to..." (Cómo hacer esto, cómo hacer aquello) El método, la sistematización, es un cachetazo de eficiencia a nuestra eterna improvisación. ¿Cómo no va a triunfar en el norte desarrollado, un argentino con su ingenio y creatividad, si no le queda más remedio que incorporar a su know-how, orden, método, educación, cultura y conciencia cívica?
Justicia, Justicia perseguirás
En uno de los cinco libros (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio), que conforman el Pentateuco cristiano (la Torá de los judíos), figura esta conmovedora frase: "Justicia, justicia perseguirás..." Si no se respeta ni la letra ni el espíritu de la ley, no hay esperanza. Justicia para respetar la ley, justicia para verificar su cumplimiento. De una verdadera justicia surge el castigo a los culpables, surge la seguridad de vidas y propiedades, surge la base fundacional de una sociedad digna. Pero a la Justicia hay que "perseguirla", como se persigue la "verdad"; como se persigue la "rectitud"; como se persigue una buena educación. Y el pueblo -la gente- es quien debe perseguir que la justicia sea justa. Esa es la otra punta del ovillo. Las corporaciones corruptas que nos dominan deben desaparecer, y para eso debemos tirar de todas las puntas del ovillo: necesitamos orden, necesitamos método, necesitamos ejercer activamente nuestro rol de ciudadanos abandonado este enfermizo individualismo, convenciéndonos definitivamente, a la luz de nuestra historia reciente, que si queremos hacer una nueva Nación, no existen las soluciones individuales si no hay previamente una solución colectiva.
Si los honestos son mayoría, si Menem y Rodríguez Saá -más allá de su presencia mediática- son más de lo mismo, ¿Por qué no alentar la posibilidad de que en lo que queda de aquí a las elecciones despertemos como sociedad de nuestro manso letargo y votemos a quienes encarnan la nueva política y garanticen este necesario cambio cultural con orden, eficiencia, transparencia, educación, justicia y culto del civismo? Ø