Himno Nacional Argentino
La declaración de la independencia nacional fue un acto de un puñado de corajudos ante una realidad totalmente adversa. Como en una historia circular, ciento ochenta y seis años después, estamos los argentinos nuevamente frente a una realidad totalmente adversa, pero esta vez el coraje brilla por su ausencia.
Si bien hoy los tenemos en bustos de bronce, aquella era gente de carne y hueso, con virtudes y defectos como nosotros, pero con una determinación, convicciones y sentimientos patrióticos que nuestros dirigentes actuales (políticos, empresariales, sindicales) no han sabido o querido incorporar en sus vidas.
Se habían propuesto edificar "una nación libre de toda dominación extranjera", y para sostener este propósito libertario, se comprometían hacerlo "con sus propias vidas, sus haberes y fama" y además, con "la profundidad de sus talentos, la rectitud de sus intenciones y el logro del interés común". ¡Igualito que ahora!
Fueron tan previsores que también se refirieron en el acta de la independencia a los argentinos de hoy en día, cuando expresaron que esa gesta independentista estaba destinada "a la posteridad". Nosotros somos esa posteridad, y como cuerpo social, cabe decir que evidentemente no hemos estado a la altura de las circunstancias. No la gente, no el pueblo, sino insisto, toda nuestra clase dirigente.
Un país incipiente, apoyado en ese entonces por Inglaterra (que como estado soberano siempre tuvo presente ante todo sus propios intereses), necesitaba un apoyo económico para crecer. Ya en esos años los comerciantes británicos evaluaban instalados en las provincias unidas de Sud América, la implementación de "empréstitos económicos".
Fue así que en plena época "independentista" comenzó paradojalmente el ominoso trajinar de nuestra dependencia económica, expresada en el concepto de "deuda externa", y que alcanza sus puntos paradigmáticos en 1822, en 1933 con el pacto Roca-Runciman, y en 1976 y años subsiguientes, en los que se han destacado alternándose pero con el mismo norte, las figuras referenciales de Martínez de Hoz, Alemann, Machinea y/o Cavallo.
En 1822, para comenzar a construir el país soñado, se priorizó apropiadamente la fundación de varios pueblos, la construcción de un puerto, de desagües y de agua corriente para Buenos Aires. Del "empréstito" de un millón de libras esterlinas para tan noble propósito (acordado con la londinense Baring Brothers), sólo llegaron menos de 600.000 libras en envíos parciales y no en dinero contante y sonante sino en su mayoría como letras de cambio. En el camino habían quedado como hoy en día "coimisiones" de propios y ajenos, pago de intereses adelantados y demás delicias de la usura institucionalizada. Lo peor de todo: esas obras no se realizaron... Hermoso comienzo de "país soberano", que nuestra historia oficial no nos ha hecho registrar en nuestras mentes con el mismo énfasis con que nos obligaban a dibujar en la escuela primaria la gloriosa "casita de Tucumán".
Todos sabemos cómo fue creciendo la deuda externa, pero nadie sabe dónde fue a parar el dinero prestado, a excepción de las exageradas comisiones, intereses pagados, y deudas de empresas privadas nacionales y extranjeras que Cavallo y Machinea estatizaron (Por citar algunas: Acindar, Alpargatas, Autopistas Urbanas, Banco de Italia, Bridas, Celulosa Argentina, Pérez Companc y Techint). ¿Quién se hizo cargo del pago de estas deudas de miles de millones de dólares? Desde luego que no fueron los dueños de estas empresas, sino los argentinos que pagan sus impuestos, el pueblo, la gente, los mismos que ahora están en el infame "corralito". ¿Existe un registro minucioso de la deuda externa y de la privada estatizada? ¿Alguno vio los registros contables de la deuda externa? Desde luego que no. ¡A quién se le va a ocurrir dejar las huellas de su crimen!
Todos hablan del Alfonsín de la vuelta a la democracia. Poco se dice sobre que su inepta administración incrementó la deuda en 20.000 millones de dólares, y nada hizo por eliminar la corrupción estructural. Muchos dicen que "Menem atacó la corrupción estructural, vendiendo las deficitarias empresas estatales", pero pocos recuerdan que durante su década de fiesta y boato en la que ficticiamente "ingresábamos en el primer mundo", la deuda se incrementó en 100.000 millones de dólares, se vendieron hasta las joyas de la abuelita y nada se hizo por desarrollar nuestro potencial industrial. Muy por el contrario, se terminó de destruir el aparato productivo cuya agonía había ya comenzado en la era de Martínez de Hoz. Ya que no hay ningún preso por la venta de armas a Ecuador y Croacia, ni por la mafia del oro, al menos...¿Dónde está el dinero? Si se vendieron todas nuestras utilities o intereses estratégicos, (gas, petróleo, telecomunicaciones, electricidad), al menos, ¿Dónde está el dinero?
Y ahora, después de haberlo refundido, se habla de "refundar el país", pero la clase política, militar, empresarial, sindical que condujo a nuestra nación a este estado de desastre, no se baja del caballo, y ya están metamorfoseándose los políticos de siempre para intentar resurgir bajo la figura de sus candidatos aparentemente más "presentables": o el ex corredor de Fórmula uno por derecha, o nuestra versión criolla de Juana de Arco por izquierda (excedida en peso y en ideas "progress").
Desde que asumió el débil y claudicante gobierno de Duhalde, salvo las expresiones de deseos, no se hizo absolutamente nada por eliminar la corrupción estructural, los nefandos salarios y jubilaciones de privilegio, por reformar la política y el paquidérmico Estado, por disminuir drásticamente el gasto público. Tampoco se ha notado en los representantes de los tres poderes que estén como nuestros patriotas fundacionales, "llenos del santo ardor de la justicia". Sólo asistimos a través de los medios a observar el que pareciera ser único objetivo del genuflexo gobierno: "lograr <como sea> un nuevo acuerdo con el FMI". No hay "Plan B", no oyeron hablar del "Plan Fénix" ni conocen ninguna otra alternativa patriótica y soberana para salir de la depresión económica sin enterrarnos aún más.
Es así que la gente sigue siendo manoseada, sus dineros incautados, sus salarios depreciados a un cuarto de su valor anterior, sus empresas (las escasas empresas que quedan en pie), a merced de políticas y leyes que no las defienden, de la falta de crédito, y de deudas bancarias. Porque el tema es que alguien se tiene que hacer cargo de pagar la fiesta de otros, y ese alguien, como siempre, es el honesto habitante alejado de los pasillos del poder.
¿Se puede hablar de genocidio nacional? No sé. Por lo pronto genocidio es según el diccionario la "aplicación sistemática de medidas encaminadas a la destrucción de un grupo étnico racial o religioso". ¿Acaso no se está disolviendo la Argentina como país? Sólo digo que el hambre avanza a límites desesperantes en el que fuera "granero del mundo", que hay más de la mitad de la población en estado de pobreza, que hay gente que se muere porque no tiene para comprar medicamentos o hacerse tratamientos médicos, que los que aún no han llegado a la indigencia ven enflaquecer diariamente su patrimonio (que es el fruto del esfuerzo económico de generaciones familiares y sigue siendo depreciado y dilapidado, sometido a medidas económicas inadmisibles).
Otro dato de disolución nacional: los que pueden irse porque les da el intelecto o el patrimonio, para hacerse de un porvenir en un lugar predecible donde poder proyectar su vida y planificar el futuro, continúan la incesante diáspora a países del primer mundo. Materia gris argentina de primer nivel que contribuirá al incremento de las ventajas competitivas de los países desarrollados con respecto a países como su propia patria.
¡Qué paradoja cruel! "Los nietos vuelven a la patria de sus abuelos, que a su vez habían elegido a Argentina como su nueva patria, vinieron para quedarse, y fundaron aquí sus familias"
Para muestra basta un botón. Recordemos este dato revelador: Más de 80 colegios privados han desaparecido solamente en la ciudad de Buenos Aires, desde que comenzó hace cuatro años la recesión económica. Dichas escuelas que ya no existen estaban como las que todavía luchan por seguir en pie, en un estado de absoluta indefensión jurídica ante los padres que no pagan, ante los terceros (comedor y transporte escolar) que no cumplen sus compromisos laborales pero involucran en sus deudas a las escuelas (porque la ley las considera "responsables solidarias"), y ante los docentes que aprovechando la legislación laboral vigente inmediatamente se "consideran despedidos" e inician de este modo juicios por cifras que superan hasta en diez veces la suma que debieran percibir si realmente hubieran sido despedidos... (Esto último ocurre en verano cuando la escuela no recibe desde diciembre hasta marzo un solo peso, salvo que se endeude con los bancos y sus créditos usurarios, y por ello no puede afrontar en tiempo y forma el pago de los dos o tres meses en que los docentes no trabajan pero por ley se les debe pagar sueldos y aguinaldo)
Estamos en default. Pero antes que económico, en default político, default social, default moral, default cultural, default patriótico. Nos falta el coraje y la determinación de aquellos hombres de hace 186 años. Un país en default es un país donde pierden casi todos, pero más pierden los más débiles: los que cumplen con la ley, los que pagan sus impuestos, los que tenían los ahorros de toda una vida de trabajo y se los incauta el gobierno y los bancos, los que no se fueron y pusieron su patrimonio y su esfuerzo en empresas, escuelas, fábricas y no contaron ni cuentan con la mínima protección estatal y legal, ni con estímulos para desarrollar su labor, y ahora están luchando a capa y espada simplemente para subsistir.
Argentina, país privilegiado en recursos ha sido desde sus orígenes como nación (salvo escasos momentos en los que se defendió efectivamente de alguna manera la soberanía política, la independencia económica y la justicia social), tierra de expoliación planificada y sistemática de sus riquezas. Siempre recuerdo la frase de Yrigoyen cuando decía que a él "le preocupaban más que los de afuera que querían comprar el país, los de adentro que querían venderlo".
Y ahora estamos como estamos, sentados todos juntos, justos y pecadores en el banquillo de los acusados, abominados por la sociedad internacional, conminados a pagar una deuda deleznable de la cual ni un solo peso fue a parar a la gente, ni se destinó a salud, a educación, a impartir justicia, a modernizar el estado. Fue a los bancos, fue a los funcionarios, fue a licuar deudas de las empresas extranjeras y supuestamente "nacionales"...
No digo que no haya que pagar la deuda. Porque hay una deuda legítima, pero hay otra que no lo es. Lo que digo es que tenemos derecho a exigir y saber qué es lo que realmente debemos pagar. Lo que también digo es que para poder pagar necesitamos antes crecer. Y no se puede crecer si se vive de ajuste en ajuste.
¿Que hizo el gobierno estadounidense después del salvaje ataque a las twin towers del TWC? Dispuso créditos por intereses anuales que no llegaban al 3% ¿A qué tipo de crédito pudo acceder en los últimos diez años una escuela o una empresa que generó muchas fuentes de trabajo en Argentina? Del 14 al 20% anual en dólares. ¿Quienes fueron los beneficiados en uno y otro caso? En Estados Unidos, la gente. En Argentina los mismos bancos nacionales y extranjeros que llenaron sus arcas, y ahora no se hacen cargo para devolver su legítimo dinero a los ahorristas argentinos que dejaron su plata en el país porque confiaron en los bancos y en los dirigentes.
¿A quién le interesa la pobre Argentina? A nadie, salvo que la crisis se contagie al resto de los países latinoamericanos, y por ende amenace con sus coletazos la cómoda estabilidad del "first world". Argentina es hoy un chivo expiatorio providencial para ejemplificar el escarmiento. Y cuanto más débil está, más se le podrá exigir, como por ejemplo que se deroguen las leyes penales que pueden comprometer a los banqueros extranjeros por mal manejo de sus funciones. Mientras tanto, y como siempre ha sucedido, quienes controlan el mundo no dubitarán en violar los derechos más elementales en la medida que tengan un beneficio para sus intereses estratégicos. A nadie le interesa que Argentina se consolide como país soberano e independiente. Por eso quienes pontifican con el libre comercio, la eliminación de barreras arancelarias y otras bellezas del neoliberalismo mal entendido, no dudan en su doble discurso en favorecer en sus propias economías la elaboración de productos subsidiados, implementando el libre comercio pero en un solo sentido: de ellos para afuera.
El no pago de la deuda social interna, es el caldo de cultivo para la injusticia, el hambre, la violencia, la desesperación, el vicio, las miserias físicas y morales, los movimientos revolucionarios mesiánicos de uno u otro espectro ideológico.
Y todos estos males son también consecuencia directa de la falta de educación, de cultura, de crecimiento económico.
A todo esto estamos expuestos en el futuro inmediato, si no se arbitran las medidas para que el país se ponga de pie, y comience a crecer, a producir, a generar divisas.
Para pagar la deuda externa real, primero es menester pagar la deuda interna social. ¿Entenderán esto alguna vez los burócratas apoltronados en sus cómodas oficinas, que sin hacerse cargo de su cuota-parte de responsabilidad, actualmente consideran a la miseria, la enfermedad, la desnutrición, la violencia, la mortalidad infantil, la falta de seguridad, la dolorosa realidad del tercer mundo como meros datos estadísticos de economías emergentes?
¿Contaremos en el futuro inmediato con la suficiente cantidad y calidad de argentinos corajudos que hagan valer nuestros derechos, que negocien con la frente alta ante nuestros acreedores, que hagan con sus actos de gobierno que la gente recupere la confianza en el país y sus instituciones?
A esta altura de mi vida, sé que el pesimismo no conduce a buen camino, y que el escepticismo es devastador, pero también sé que la esperanza no basta, porque creo que a la esperanza hay que acompañarla con hechos concretos. No veo aún conformarse un nuevo movimiento con voluntad política para lograr la transformación y evitar la disolución nacional. Por ahora sólo veo más de lo mismo. No confío en la inmensa mayoría de los políticos de esta nueva democracia instaurada en 1983, por más que se reciclen. Los cuatro presidentes que supimos conseguir, me parecen impresentables, porque hay un abismo entre lo que realmente son y lo que creen que son e hicieron. Veo gente valiosa que se va del país. Veo y confío en las numerosas ONG que con su labor solidaria reemplazan el accionar que debiera ser del gobierno, y sostienen la trama de la nación. Veo gente que sigue luchando a brazo partido por esa Argentina ideal, tan soñada como eternamente postergada. Veo que los valores patrióticos existen, pero no en las clases dirigentes sino en la gente. Allí está la verdadera patria. Solo allí reverdecerán los ahora marchitos laureles que alguna vez supimos conseguir. Ø