La llegada de sus restos a la Argentina
Carlos Gardel tenía más ilusiones que un muchacho de veinte años, ya que constantemente hablaba de sus proyectos futuros. No hay duda de eso; sin embargo, algún presentimiento lo rondaba, porque se lamentaba a diario de haber emprendido la gira por Sudamérica. Lo que realmente deseaba a todo trance era terminarla para viajar a Nueva York y después emprender otro viaje hacia la Argentina para ver a su querida madrecita.
La tragedia impensada
Fue una nefasta noticia la que se propagó por el mundo con el terrible accidente aéreo del 24 de junio de 1935 en Medellín, Colombia, en donde perdió la vida el famoso cantante junto a gran parte de toda su comitiva, a excepción de los sobrevivientes José María Aguilar y José Plaja. Se trató de un tremendo hecho que sucumbió en la pena de muchos y que siempre se recuerda.
Los restos de Carlos Gardel y sus compañeros fueron sepultados en el cementerio San Pedro de Medellín. A Gardel se le dio sepultura cerca de la tumba del novelista colombiano Jorge Isaacs.
Por ese entonces, doña Berta, madre de Carlos Gardel, se encontraba en Francia cuando la triste y desbastadora noticia. Ante lo sucedido, le pidió a Armando Defino, amigo y apoderado de su hijo, que emprendiera viaje a Colombia he iniciara los trámites para repatriar los restos de su querido hijo.
Defino emprende el largo viaje y al llegar a Colombia inicia las gestiones pertinentes ante las autoridades municipales y eclesiásticas de Medellín, y las mismas no presentaron problemas a Defino.
“Por raro capricho del destino, Gardel recorrió muerto el mismo itinerario que él se había fijado en vida”, escribe Defino en sus memorias.
La travesía de sus restos
Era la tarde del 17 de diciembre de 1935, cuando el cuerpo de Gardel es exhumado del cementerio San Pedro, en donde llevaba transcurridos seis meses de sepultura. Cuentan las crónicas de la época que la exhumación concluyó a las 23:30 hs de ese mismo día, y Defino preparó el ataúd para su largo trayecto.
Su ataúd fue acomodado en una caja con revestimiento de zinc dentro de otra caja de madera envuelta en una lona impermeable, para así de esta manera cumplir con los requisitos reglamentarios.
Los gastos fueron costeados por el gobierno departamental, según lo anunciaba el diario “Heraldo de Antioquía”. No ocurrió lo mismo con los cuerpos de Alfredo Le Pera, Barbieri, Riverol y Corpas Moreno.
Defino no pudo recobrarlos y fueron repatriados luego por José Le Pera, hermano de Alfredo, a mediados de 1937.
El cuerpo de Gardel fue trasladado a la estación de ferrocarril del Cauca, esperando el primer tren de la mañana con destino al puerto de Buenaventura para dar comienzo a una travesía que duraría casi dos meses rumbo a su destino final… y a donde Gardel había anhelado regresar al concluir la gira para ver a su querida viejita.
Los diarios y revistas de la época relataban la jornada del cuerpo removido en el cementerio San Pedro y su itinerario: “El cadáver será embalado esta noche”, se lee en el diario El Colombiano, el mismo que después anunciaba también el trayecto hacia Buenaventura, como se detallaba en la primera plana del diario El Tiempo y El Heraldo de Antioquía.
Luego pasó por las poblaciones de Amagá y en La Pintada (Antioquía), donde fue colocado en unas berlinas, busetas pequeñas que transportan carga y pasajeros. La berlina es un coche con forma de taza, generalmente de dos plazas, de cuatro ruedas, tirados por caballos en andas. El equipaje constaba de tres cajas con sombreros, veinte baúles y su cuerpo.
Desde allí lo llevaron hasta la localidad de Valparaíso. Aquí se complicó el trayecto por falta de carretera, por lo que tuvieron que traspasar esta zona compleja y montañosa de Colombia, todo cargado a lomo de las mulas y caballos, en la subida al cerro de Caramanta.
Según relata Rico Salazar, “De allí siguieron viaje a Marmato y Supía, lugar en donde hicieron una escala a pedido de sus fieles que le rindieron homenaje frente a una capilla, en una ceremonia especial al Rey del Tango”.
Desde Supía, el cadáver volvió a viajar en berlina y en tren con destino a Buenaventura, donde llegó el 29 de diciembre de 1935, y ahí se embarca en el vapor Santa Mónica, rumbo a Panamá, en donde fue trasladado en el vapor Santa Rita hasta New York.
El ataúd llegó a New York el 7 de enero de 1936, y después de trámites con las autoridades norteamericanas, Defino obtuvo los permisos para su velatorio en la Funeraria Hernández, ubicada en el barrio latino. Allí por una semana le ofrendaron en honor a su memoria todo el afecto y el cariño de los integrantes de la comunidad hispanoparlante para el cantante tan querido.
Defino, por esos días, concedió una entrevista para la prensa de New York, en donde habló de su tan querido amigo y agradeció la hospitalidad de la ciudad.
El viernes 17 de enero de 1936 el ataúd fue llevado a Harlem hasta el muelle 48 y se embarcaron sus restos en el buque Pan América que zarpó para la Argentina al día siguiente.
Defino había reservado un camarote aparte para el ataúd, pero una vez a bordo descubrió que iba contra las prácticas de la compañía. Los estibadores lo habían colocado desordenadamente en la bodega como si fuera una caja de embalaje o un baúl etiquetado “innecesario durante el viaje”, motivo por el cual, le hizo una súplica al comisario de a bordo, quién al fin accedió a reacomodar la bodega para que el ataúd estuviera acomodado y aparte.
El comisario le preguntó a Defino si era necesario… y Defino le prometió que al llegar a Buenos Aires… entendería porqué.
Tras hacer escala en Río de Janeiro y Montevideo, en donde le rindieron sentidos homenajes, los restos del Zorzal Criollo llegaban a su Buenos Aires querido el 5 de febrero de 1936.
El hecho era anunciado en varios periódicos del mundo. The New York Times lo publicaba como “Un suceso jamás visto”.
El buque entró a la dársena alrededor de las 11:30 hs ante una multitud acongojada que observaba en silencio sus maniobras de arribo.
El suceso activó a un pueblo enardecido de dolor ante un multitudinario velatorio en el Luna Park y un desbordante cortejo con numerosos agentes montados a caballo que hacía fila por las calles porteñas entre llantos e infinitos obsequios florales que acompañaban el féretro hacia su última morada en el cementerio porteño de la Chacarita. ¤