Editorial • Noviembre 2016

Clinton Trump

En una reciente editorial opinábamos por qué creíamos que el Partido Republicano necesita urgente una renovación, no solo de nombres, sino también ideológica y de metodología. Ya hace décadas el viejo partido de Abraham Lincoln enterró sus tradicionales convicciones para transformarse en un exclusivo reducto conducido por hombres anglosajones millonarios, alejados de las minorías, la clase media, y las transformaciones de un mundo que no para. Sus dirigentes se han vuelto despiadados a la hora de generar políticas de exclusión, más apasionados por el negocio de la guerra que por la educación del pueblo, siempre tan dispuestos a darle una mano a las grandes corporaciones que saquean los recursos del país como para hundir a la clase media en la desesperanza de comprobar que en la otrora tierra de las oportunidades cada nueva generación vive peor que la pasada. En 2016, la elección de Donald Trump como candidato a la presidencia marca un nuevo e impensado “low” en su irremediable decadencia.

Más allá de que muchos de los más importantes dirigentes del partido (incluyendo los dos últimos expresidentes republicanos) anunciaron que no votarán por él, y en muchos casos que lo harán por la candidata demócrata. Lo cierto es que el magnate newyorkino, a pesar de todos los escándalos generados por sus posturas homofóbicas, su falta de respeto a las mujeres, y un curriculum vitae más digno de un farandulero ultramediático que de un estadista, al cierre de esta edición competía por uno de los puestos políticos más importantes del mundo.
Para poder tener una idea más o menos cierta de quién es Donald Trump hay que analizarlo a través de su historia y de sus acciones presentes, ya que sus ideas y posturas sobre los temas más relevantes han cambiado de forma vertiginosa según las conveniencias del momento, o quizás de su nivel hormonal de cada día. En este sentido, “Político” lo ha definido como “ecléctico, improvisado y a menudo contradictorio”.
Sus rasgos personales más obvios son su extremo narcisismo, el desdén por las mujeres y los inmigrantes de ambos sexos, y la obsesión por el dinero, la fama y el poder. Definirlo políticamente es más complicado, debido a, como ya señalamos, sus constantes cambios de ideas y posturas. Sin hilar demasiado fino, se lo podría catalogar como un populista de derecha, una especie de Nicolás Maduro neoliberal.
Trump se enorgullece de ser un hombre de tomar decisiones arriesgadas, y declama que hace falta considerar a los Estados Unidos como una empresa a la que hay que hacer “great again”. Sin embargo, en el campo privado, muchas de sus “decisiones arriesgadas” resultaron en cuatro bancarrotas de sus casinos y resorts: Trump's Taj Mahal (1991), Trump Plaza Hotel (1992), Trump Hotels and Casino Resorts (2004), and Trump Entertainment Resorts (2009). El hombre que cuestiona los negocios poco claros de su opositora, declaró para la revista Newsweek en 2011: “I do play with the bankruptcy laws — they’re very good for me” (Me aprovecho de las leyes de bancarrota, son muy buenas para mí). Trump se lanza a la carrera presidencial como uno de los políticos más millonarios de la historia estadounidense, aunque su fortuna es muy difícil de calcular y reiteradamente se ha opuesto a presentar públicamente su última declaración de impuestos. Según él mismo, su fortuna es de 10 billones de dólares, pero el año pasado Forbes la ha calculado en 4.5 billones, y Bloomberg en 2.9 billones. En cualquier caso, no podría estar más lejos del estadounidense medio.
Sus escándalos con modelos y empleadas de sus empresas son más que conocidos; en un video de reciente aparición se lo escucha catalogar a una conductora de Access Hollywood poco más que como una vagina con dos hermosas piernas, algo que le valió hasta una tímida reprimenda pública de su actual esposa y el repudio de todo el espectro político, incluyendo el de su propio partido. En la misma grabación, confiesa lo que es uno de los pilares de su pensamiento: cuando uno es una estrella puede hacer cualquier cosa, incluyendo agarrar a una mujer por... sus genitales.
En términos políticos, fue demócrata, republicano, e independiente. En el 2012 apoyó a Mitt Romney para la presidencia, pero por otra parte aportó entre $100 mil y $250 mil a la Clinton Foundation que tanto ha denostado en los últimos meses. En 2008 declaró que “Hillary sería una gran presidenta, o vice presidenta”. En su campaña se opuso al cuidado de salud pública y denostó el Obamacare por ser caro e ineficiente, prometió construir un gran muro en la frontera con México, prohibir el ingreso de gente musulmana al país, manifestó su desinterés por el medio ambiente y, a pesar de las pruebas científicas al respecto, catalogó al calentamiento global como “una gran mentira”. Prometió además cerrar los mercados para generar más puestos de trabajo en el país (una idea que espanta a muchos dirigentes republicanos), ocuparse de los veteranos de guerra, cortar todo servicio a los inmigrantes indocumentados, proponer jueces para la Corte Suprema que se opongan a Roe Vs. Wade, y encarcelar a su oponente demócrata.
El país está en la actualidad recuperando su rumbo y levantándose de la gran hecatombe dejada por la administración de George W. Bush. Pensábamos que después de eso, nada peor podría ocurrirle a los Estados Unidos. Estábamos equivocados.
Se preguntará usted por qué hablamos tanto de Donald Trump y nada de Hillary Clinton. La razón, es porque creemos, como dijimos en una reciente editorial, Trump será pronto una mancha más en la historia política de los Estados Unidos y en el futuro lo recordaremos como un bufón que intentó comprar la elección presidencial a pesar de su obvia falta de experiencia y cualificaciones para el cargo. Por otro lado, si las encuestas más recientes no fallan, ya tendremos años para dedicarnos a la señora Clinton, a partir de ahora como Presidente de la Nación. Pero, al día de hoy, la demócrata aventaja a su oponente por solo 5 puntos porcentuales, por lo que cualquier cosa podría pasar.
Las elecciones presidenciales son este martes 8 de noviembre. Algunos lectores agarrarán El Suplemento luego de que el sufragio se haya concretado. La verdad, no podemos esta vez endorsar a la candidata demócrata con tanto entusiasmo como lo hicimos con Barack Obama en las dos pasadas elecciones y como lo hubiésemos hecho con Bernie Sanders. Se tratará, entonces, de elegir el mal menor. ¤

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