Editorial • Noviembre 2013

Cuando la presidente Cristina Fernández de Kirchner fue internada de urgencia en la Fundación Favaloro por un hematoma craneal que requería cirugía, a todos nos corrió una gota de sudor por la frente. Las cosas están complicadas ya como están, como para agregar el mayor cambio de gabinete que se puede dar en una democracia basada en el poder absoluto del presidente, como en el nuestro. Pero lo que realmente nos causa escalofríos es pensar en quién está en la línea de sucesión de Cristina para ocupar el Sillón de Rivadavia.
Los mandatarios peronistas modernos han ocupado los puestos de vicepresidente con personajes inocuos, poco conocidos y sin gran poder político, para asegurarse que quienes ostenten una posición potencialmente tan influyente ni siquiera se animen a serrucharles el piso. El modelo Daniel Scioli, el del tipito que baja la cabeza cuando se lo ordenan y nunca expresa ideas propias sino las de sus jefes políticos, le ha dado resultado a Carlos Menem, a Néstor Kirchner, y luego a su esposa y actual mandataria. Sin embargo, lo que resulta una tranquilidad para ellos, nos causa a muchos una enorme preocupación cada vez que, por una razón u otra, los presidentes tambalean en sus puestos.
Cuando Cristina fue internada de urgencia, fuimos obligados a pensar en qué ocurriría si Amado Boudou pasara de ser una figurita de relleno que se dedica a tocar la guitarra eléctrica en público y pasearse en su Harley-Davidson, para transformarse en la persona encargada de dirigir los destinos del país. Esto, claro, lo pensaron quienes saben al menos quién es el vicepresidente.
Hace unos días aparecieron en Buenos Aires unos carteles con la leyenda jocosa de “Boudou 2015”, haciéndose eco de los temores de la población al respecto y de paso instalando la discusión sobre el papel del vicepresidente en la democracia argentina. Parece ridículo, pero es verdad: Amado Boudou podría convertirse en nuestro presidente en cualquier momento.
Sin una estructura de poder que lo banque, sin experiencia ejecutiva, y encima proveniente de “otro palo”, ¿cuánto duraría en el cargo antes de que se lo coman sus adversarios políticos? Sin embargo, muchos argentinos, sobre todo los residentes en el exterior, se preguntan algo mucho más básico: ¿quién es el actual vicepresidente?
Aquí van algunos datos: Amado Boudou nació en 1962 en Buenos Aires, aunque creció en Mar del Plata. En la Universidad Nacional de Mar del Plata se graduó en Ciencias Económicas, y luego recibió un Masters en el Centro de Estudios Macroeconómicos de Argentina, bastión neoliberal, muy acorde a sus ideas de aquel momento. De hecho, Boudou militó en las filas de la UCeDe de Álvaro Alsogaray, antes de sumarse al menemismo de la mano del entonces ministro de Economía Roque Fernández, quien lo ubicó en la Anses.
En diciembre del 2011 se convirtió en el 35to. vicepresidente argentino, incorporándose a la fórmula que encabezó Cristina Kirchner. Previamente se había desempeñado como ministro de Economía entre el 2009 y el 2011.
Desde entonces, colecciona causas judiciales que lo vinculan al tráfico de influencias y demás yerbas, aunque, como es costumbre en la política argentina, las causas son debidamente desestimadas. Según las encuestas, es el funcionario nacional con más bajo índice de aceptación.
Definido en público por su propia jefa como “un cheto de Puerto Madero”, Boudou es uno de los hombres de confianza de Cristina, por la misma razón que Scioli lo fue para Ménem y Néstor: el economista rockero nunca irritó a quienes lo pusieron en su puesto, más allá de algún que otro desliz público, ni representó una amenaza de disputa de poder para ellos.
Por esas cosas de la política, Amado Boudou es, al menos formalmente, quien ocupa el segundo cargo en importancia de nuestra república. Es importante que lo conozca. En cualquier momento podría convertirse en el presidente de todos los argentinos. ¤