Políticos y funcionarios: las mejores profesiones de la Argentina

Los ciudadanos argentinos viven épocas donde predominan las incertidumbres. En líneas generales, gran parte de la población no sabe a ciencia cierta qué será de sus vidas en los próximos años, meses, semanas o días, porque la realidad cotidiana es tan cambiante que abruma, aturde, paraliza.
Sin exagerar, podría decirse que el largo plazo es hoy, o tal vez mañana a la noche.

Pero no mucho más. Esto es así porque las reglas del juego se cambian día tras día. Imprevistamente. Sin aviso. Y es por eso que resulta extremadamente difícil intentar describir lo que sucede con algo de coherencia.
A veces se siente la impresión como que si alguien participara de un partido de fútbol y cuando comienza a posicionarse le cambian las reglas del juego. El árbitro, el público o vaya a saber quién, decide que a partir de cierto momento, se empieza a jugar al rugby. Y a los pocos minutos será tenis, y así sucesi-vamente. Anarquía total.
¿Ejemplos? Demasiados. Entre los más resonantes se encuentra el modelo de ahorro tradicional. Los argentinos, expertos en surfear sobre avalanchas, con crisis devastadoras cada ocho o diez años, aprendieron que las opciones de ahorro más seguras eran los ladrillos (propiedades) y el billete verde (el dólar), debido a que eran los únicos que aseguraban un mínimo de estabilidad. Valores constantes que, históricamente, demostraron ser capaces de sobrevivir a todo tipo de crisis.
Bueno, esa forma de ahorro, de preservar el patrimonio, se encuentra en franca vía de extinción. Desde hace algunas semanas ningún argentino puede comprar, legítimamente, dólares con ese fin. La situación se agrava porque las propiedades se tasaban, vendían y compraban en dólares. Como una cosa lleva a la otra, el mercado inmobiliario se encuentra casi paralizado. Y ya se perdieron miles de puestos de trabajo en el rubro de la construcción y afines que, desde siempre, era uno de los sectores que impulsaba con mayor fuerza la economía argentina.
Como no hay mal que por bien no venga, en estos días los asesores financieros están de parabienes. Son las estrellas de los medios de comunicación, ya que son los únicos que pueden orientar a los confundidos ciudadanos que todavía tienen alguna capacidad de ahorro. Al no existir la posibilidad de ahorrar en dólares y la compra-venta de propiedades se encuentra en “stand by”, de pronto surge un abanico de nuevas opciones: bonos, acciones, fideicomisos, pooles de siembra, etc.
Estas opciones, al no ser tan conocidas, carecen de la certidumbre y sencillez que brindaban las operaciones con ladrillos y dólares.
Afortunadamente, no todo es tan incierto en Argentina. Hay cosas que se mantienen firmes como monolitos de granito: las estadísticas falsas del INDEC, la inflación galopante, las noticias periodísticas blancas (oficialistas) y negras (opositoras), la inseguridad, corrupción, y por supuesto el aumento constante del patrimonio de los políticos y funcionarios, muchas veces inexplicable.
Reflexionando sobre esto, puede afirmarse con certeza que desde el retorno de la democracia en 1983, políticos y funcionarios han demostrado ser los profesionales más exitosos del país, porque, imitando a las reglas de la física, en sus ámbitos “nada se pierde, todo se transforma”. En realidad para ellos todo se “acrecienta”.
Los profesionales de la política argentina y los funcionarios se mantienen siempre. Contra viento y marea ocupan puestos privilegiados de menor o mayor relevancia de acuerdo a su buena suerte y a la conjunción de los astros. Estos individuos se adaptan a los tiempos con una tenacidad formidable y adquieren capacidades para ahorrar y enriquecerse admirables. Son los emprendedores que más dinero acumulan año tras año.
Pero eso no es lo más grave. Lo increíble es que estos sujetos disponen discrecionalmente del patrimonio de los demás y sin consecuencias legales.
Cualquier desprevenido que llegara a la Argentina desde el exterior y prestara un poco de atención a los discursos cotidianos de funcionarios y políticos escucharía cosas, cuanto menos, increíbles.
Por ejemplo a mediados del mes de julio pasado, el joven e intelectual viceministro de Economía, Axel Kicillof, dijo que es “privatista, noventista y reaccionario” pedir que los fondos del sistema de seguridad social, es decir de los jubilados, sólo se destinen a pagar las jubilaciones y no se inviertan en otros sectores de la economía.
Aquí vale aclarar que esta afirmación contiene dos aspectos altamente llamativos. Primero, decir que los fondos de los jubilados no son de ellos es como afirmar que los ahorros de una persona, depositados en el banco, no le corresponden a la misma. Pero eso es lo que sucede en estos momentos. Los funcionarios y políticos juran que no hay dinero suficiente para aumentar las jubilaciones y pensiones de hambre. Sin embargo ese dinero existe, está, pero se destina a otros fines. Obviamente, como los jubilados son personas mayores y no votan, se encuentran en la más completa indefensión y no tienen quien los defienda. Por eso su dinero es usado políticamente, la mayoría de las veces para tapar agujeros fiscales del gobierno nacional o negociados de todo tipo.
Segundo: la referencia al modelo “noventista” remite, indudablemente, a los dos gobiernos del ex presidente Carlos Menem. No hay día que no se escuche algún tipo de diatriba sobre esos gobiernos y esa década de parte de todos, sean oficialistas u opositores. Lo curioso es que esas referencias despectivas chocan contra la realidad pragmática de la política. Porque el ex presidente Menem no solo está vivo, sino que es senador por la provincia de La Rioja hasta el 2017 , y actualmente vota a favor de todas las propuestas elevadas al parlamento por el gobierno actual. Cual auténtico zombi, Carlos Menem es el ejemplo vivo de que ser político es la mejor profesión de la Argentina.
Más allá de las palabras. ¤

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