La humanidad nunca vivió algo parecido. Actualmente, las personas que tienen un mínimo acceso a las modernas tecnologías de la información y comunicación reciben un aluvión de hechos, datos y cifras apabullantes. Por eso, los cerebros no tienen tiempo suficiente para almacenar y procesar tanta cantidad de información. ¿Quién se acuerda de los titulares de primera plana del año pasado? ¿Y los de hace dos años atrás? Nadie. Son tantos que literalmente es imposible retenerlos en la memoria.
Solo se recuerdan algunos hechos puntuales que son destacados permanentemente, como los atentados del 11 de septiembre del 2001.
Ante la monumental avalancha de informaciones que cada individuo recibe diariamente, la mayoría de las noticias tiene la vigencia de un yogurt: con suerte duran unas pocas semanas.
Lo más peligroso es que no se puede tamizar y analizar la verdad o falsedad de lo que se lee, escucha o ve. Ese es un gran problema que se potencia y agrava cuando no es posible descifrar la intencionalidad propagandística de cada noticia, ya que detrás de cada información se puede esconder, como un virus de computadora, una campaña de propaganda.
Napoleón e Hiroshima pueden ser tomados como ejemplos esclarecedores de la capacidad de tergiversación de la propaganda, porque se mantienen vigentes hasta la fecha a pesar del tiempo pasado.
Simplificando: para la mayoría de las personas de todo el mundo, Napoleón era un genio militar y la bomba atómica arrojada en la ciudad japonesa un hecho ignominioso.
Lo escalofriante es que si se analizaran apenas superficialmente ambos hechos históricos el resultado final sería bastante diferente. Veamos.
El 23 de junio de 1812 “el gran ejército” (la Grande Armée) napoleónico invadió Rusia. Una formidable fuerza militar constituida por 691.500 hombres que, hasta ese momento, era el ejército más numeroso de la historia europea. Napoleón, el supuesto “genio militar”, falló estrepitosamente en su campaña; tanto, que se estima que solo 58.000 de sus soldados sobrevivieron a la campaña rusa que finalizó el 14 de diciembre de 1812.
Objetivamente, en cualquier época y lugar, un comandante que perdiera 633.500 soldados en tan pocos meses solo podría ser tildado de inepto, incapaz e incompetente.
La gran pregunta es, entonces ¿cómo es posible que se considere a Napoleón un “genio militar” cuando demostró ser un comandante absolutamente desastroso? La respuesta es que el pequeño corso, militar de medio pelo que solo pudo ganar algunas batallas, era un auténtico genio de la propaganda. Y gracias a esta habilidad logró convencer a sus contemporáneos y a sus sucesores de que se trataba de un gran estratega militar.
Wellington, que derrotó definitivamente a Napoleón en Waterloo, fue el verdadero genio militar. Pero como no era un maestro de la propaganda nunca logró tener la aureola que alcanzó su derrotado rival.
A pesar de haber sido un militar de cuarta, un perdedor, a Napoleón muchos lo siguen calificando como “el más grande genio militar de la historia”. Patrañas.
Este es un primer ejemplo de lo que se puede lograr gracias a una buena campaña de propaganda.
Cada 6 de agosto en todo el mundo se recuerda el primer bombardeo atómico sobre Hiroshima. Se difunden estremecedoras cifras de muertos y heridos asociados a imágenes horrorosas de muerte y destrucción. Pero lo que nadie dice es que gracias a esa bomba atómica se salvaron millones de vidas. A mediados de 1945, los Aliados planificaban la invasión del Japón y en base a los antecedentes de las feroces batallas de Iwo Jima y Okinawa los estrategas más optimistas pronosticaban millones de muertes y años de lucha.
En un principio, se estimaba que las bajas aliadas serían de 400 a 800 mil soldados y las japonesas de 5 a 10 millones, entre soldados y civiles. Pero el conteo final alcanzaría cifras astronómicas: posiblemente morirían más de 25 millones de personas antes de lograr la capitulación final.
Las dos bombas atómicas (Hiroshima y Nagasaki) evitaron millones de muertes al convertirse en la excusa perfecta para la rendición del Imperio del Sol Naciente, el mismo que, gracias a la aparición de esta nueva arma, pudo “aceptar lo inaceptable”.
Si un simple análisis señala que las bombas atómicas salvaron millones de vidas ¿Por qué se lo sigue denominando genocidio nuclear? No hay que escarbar demasiado para encontrar la razón. A finales de la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética no tenía los medios ni el conocimiento para producir bombas atómicas y por lo tanto toda la aceitada maquinaria de propaganda comunista se dedicó a estigmatizar el bombardeo de Hiroshima para prevenir posibles bombardeos en su territorio. Esa campaña de alteración de la realidad fue tan exitosa que logró mantenerse hasta la fecha y sobrevivió a sus creadores.
También se omite mencionar que los militares japoneses pensaban bombardear las costas de California con armas biológicas a fines de agosto de 1945. Artefactos cargados con peste bubónica y ántrax fabricados por el temible escuadrón 731, que realizó horribles experimentos asesinando cruelmente a miles de hombres y mujeres de China. Es indiscutible que las dos bombas atómicas acortaron la guerra y salvaron millones de vidas a ambos lados del Pacífico.
En base a estos simples antecedentes de deformación de los hechos sería necesario reflexionar sobre la información que se recibe diariamente.
Lástima que nunca alcanza el tiempo. ©