Trajo prosperidad y maldición en Santiago del Estero
En una de esas noches en que la paisanada se reúne al final de la jornada para distraerse de la ruda tarea, entre música, canto y cuentos, le preguntaron a Don Secundino, un viejo del lugar, sobre el origen del Toro Yacu. “Es una leyenda de lo sucedido en el Departamento de Río Hondo, sobre la margen derecha del ‘Misky Mayu’ (Río Dulce). Dos poderosos terratenientes que se dedicaban a criar ganado, se sorprendían al notar que los vacunos se multiplicaban mucho más de lo normal, sobre todo aquellos que habían comprado a un desconocido forastero; su intriga los llevó a intentar descubrir los motivos. Después de varios seguimientos comprobaron que se debía a un toro con astas doradas que se aparecía en noches de luna llena en una aguada, a la que llamaron ‘Toro Yacu’ (Aguada del Toro). Cuando se aparecía el animal, las vacas se iban tras él apareándose dócilmente. Mas la carne de los animales que nacían de esa unión, eran de un gusto muy desagradable al paladar”.
Los paisanos del lugar, al oír semejante relato, se desafiaron para saber quién se animaba a enlazar al toro de las astas doradas. Uno ellos, un avezado en las tareas con la hacienda, aceptó el desafío.
Misteriosamente, el día propuesto para la tarea, se apareció el forastero que les había vendido las vacas a los paisanos. A viva voz, para que lo escuchara quien lo quisiera, afirmaba que no había quien pudiera enlazar al toro. El paisano de la tarea escuchaba sin decir nada; esperó la salida de la luna llena y enfiló para la aguada. Se le hizo dura la tarea, pero su tenacidad dio frutos: el hombre logró enlazar al toro y arrastrarlo hasta la orilla. Pero el bravo toro logró cortar el lazo y huyó, siguiéndolo ciegamente, toda la hacienda del poblado. En su violenta huida, el toro hundió sus astas en el tronco de un añoso tala de donde salió un chorro de agua que bebió.
Luego de este suceso, sólo lograron verlo un par de veces, desapareciendo luego como por arte de magia, llevando tras de si a las vacas mestizas y a sus descendientes.
Según dicen las gentes del lugar, el toro era una manifestación del mal y el forastero que vendió las vacas a los terratenientes y que incitó al paisano a enlazarlo, era el mismo Diablo.
El Bien ahuyentó al Mal, y el toro nunca más apareció. Sin embargo, las aguadas se fueron secando hasta desaparecer. ©