El #MeToo argentino
Todo comenzó el 5 de octubre de 2017, cuando el diario The New York Times publicó una nota describiendo las acusaciones por acoso sexual por parte de las actrices Rose McGowan y Ashley Judd. ¿El acusado? Nada más ni nada menos que Harvey Weinstein, el superpoderoso productor de Hollywood. Y hasta ese momento un intocable depredador sexual.
Pocos días después, el 10 de octubre, el semanario The New Yorker reveló que una docena de mujeres también acusaban de abusos a Weinstein, pero esta vez no solo se refirieron a abusos, sino que también detallaron violaciones. Una de las más resonantes fue la relatada por la actriz y directora italiana Asia Argento. Y así, de pronto, se corrió el telón y Weinstein fue expuesto como el verdadero monstruo que era. Porque no solo hablaron las víctimas, también más de 15 empleados y ex empleados confirmaron que fueron testigos o reconocieron haber sabido de los avances sexuales no deseados provocados por Weinstein.
Luego fueron hablando otras actrices muy famosas con relatos parecidos. Eso impulsó a cientos de mujeres a relatar las traumáticas experiencias de abusos y violaciones padecidas en su vida. La voz y denuncias de las víctimas (mujeres y hombres) se extendieron como un reguero de pólvora a otros ámbitos, como los laborales y familiares. Con el tiempo, Harvey Weinstein sólo resultó ser “el paciente cero”, el primero de una larguísima y desoladora ola de denuncias que ahora, merced a la influencia de la cultura estadounidense, se extiende por el mundo.
Y la Argentina no podría ser la excepción.
Mirá cómo nos ponemos
En este país comenzaron a ventilarse denuncias similares, al principio tímidamente, con casos puntuales, aislados. Pero a partir del día 11 de diciembre pasado todo cambió. Ese día, un colectivo de actrices argentinas, bajo la consigna #MiraComoNosPonemos, apoyó en una conferencia de prensa la denuncia realizada por la joven actriz Thelma Fardín contra el actor Juan Darthés. Según relató Thelma en un video conmovedor, el actor la había violado en un hotel de Managua, Nicaragua, hace una década cuando ella tenía solo 16 años y el violador 45, y cuando ambos estaban de gira por ese país centroamericano aprovechando el éxito de la serie Patito Feo. A su vez, las convocantes a esa conferencia denunciaron que el 66% de las actrices argentinas padecieron algún tipo de abuso, acoso o violación en sus trabajos.
Thelma Fardín era una desconocida para la mayoría de la población argentina. Pero a través del apoyo de actrices muy famosas, este caso resultó ser el disparador de una ola de denuncias por acoso, abuso sexual y violaciones en todos los ambientes. Darthés intentó desestimar la denuncia en su contra a través de una entrevista televisiva, pero su descargo burdo resultó ser un bumerán, porque mintió alevosamente y muchas de sus afirmaciones fueron desmentidas por testigos, fotos y filmaciones.
Con el precedente de #MeToo y ante el repudio generalizado de la población el actor huyó a su país natal, Brasil.
Tiempo de decir “basta”
Gracias a la valiente decisión de Thelma y el apoyo de figuras de renombre, una catarata de denuncias empezaron a aflorar. Ya sin temor, muchas mujeres argentinas empezaron a denunciar a sus abusadores y/o violadores, aunque fueran políticos poderosos (dos senadores), familiares, vecinos, conocidos, etc. Incluso la actual gobernadora de Tierra del Fuego, Rosana Bertone, relató que fue víctima de un abuso intrafamiliar cuando tenía entre 11 y 12 años, y que ese hecho le “arruinó la vida”.
En Argentina llegó el tiempo en el cual las víctimas pueden verbalizar el sufrimiento padecido. La justicia decidirá oportunamente qué pena le corresponderá a cada uno de los depredadores sexuales, quienes, hasta hace pocas semanas, seguían actuando con impunidad.
Este es el momento de acompañar y comprender a las víctimas, y no de juzgarlas por su silencio anterior. ¤