Historias de supersticiones rurales
La Lechuza
La lechuza es una víctima de la superstición; se dice que es anunciadora de desgracia —agorera— y se la mira, por ese motivo, con poca simpatía.
“¡Cruz diablo!” suele exclamarse, a modo de conjuro, cuando se oye el grito, un poco lúgubre, de esas aves vigilantes de la noche.
Sin embargo, pocos animales son capaces de hacer lo que hacen las pobres e inofensivas lechuzas; comen ratones y otros mil bichos dañinos y, en muchos casos, atacan y matan a víboras venenosas de regular tamaño.
Y más aún: son las vigilantes de la noche, pues cualquier movimiento raro en medio del campo las hace estallar en un chillido fuerte y entrecortado, verdadero toque de alarma.
El Atajacaminos
El atajacaminos constituye una de las sorpresas de nuestro campo; es un ave de costumbres nocturnas y sumamente difícil de atrapar, debido a sus características.
No bien oscurece, ocupa su lugar de acción: el camino. Luego espera, tan agazapado que es casi imposible verlo -su color pardusco lo ayuda- hasta que se aproxima un jinete o un caminante, y entonces, en las mismas narices del que llega, se arranca en un volado súbito y silencioso, muy semejante al del murciélago; se asienta metros más adelante y repite el acto sorpresivo cinco, diez, veinte veces, siempre en idéntica forma.
¿Es necesario decir que tan inesperada aparición alarma a los caballos y hasta suele azorar a las personas? Antiguamente, el encuentro con el atajacaminos, menos frecuente por la escasez de huellas, se consideraba de mal agüero.
El Escuerzo
El escuerzo (una clase de sapo) es otro animal de mala fama en las viejas creencias. Se le asignaban —y asignan aún— propiedades que no tiene: la de dar saltos enormes, la de ser venenoso y la de no soltar su presa una vez que ha clavado los dientes; en este caso era necesario cortar el pedazo de la región mordida, pues no había otra manera de separar al animal del cuerpo de su víctima.
En realidad, no es merecedor de semejante mala fama: su salto es reducido y no mayor que el de su pariente, el sapo; tampoco es venenoso y su mordedura es como la de cualquier otro bicho; eso sí, como vive en lugares sucios, tierra y aguas estancadas, puede ocasionar infecciones más o menos graves.
El hombre que anda por sitios donde abundan estos batracios, usa, como protección, unas botas de cuero grueso o “escuerceras”.
Compilado por Carlos Avilas del libro “Voces y Costumbres del Campo Argentino”, de Pedro Inchauspe, publicado en 1949. ¤