Dime cómo son tus embajadores y te diré que país tienes

bielsaEl Servicio Exterior, como sabemos, es una herramienta fundamental para que un país, en este caso Argentina, trabaje de la mejor manera posible su vínculo con los demás países que conforman el planeta.

Es cualidad indispensable que los que integran este cuerpo estén plenamente capacitados para cumplir esta importantísima función, ya que de ellos depende la imagen de nuestro país como una nación seria y sólida a nivel global.
En la Argentina hay un Instituto del Servicio Exterior de la Nación que busca la excelencia en la carrera diplomática; los que eligen la carrera se preparan para lo que este mundo globalizado requiere: estudio avanzado en idiomas, derecho internacional, política, economía, negociaciones internacionales, promoción de exportaciones, normativas, ceremonial, protocolo y práctica diplomática y consular.
Lo llamativo es que teniendo diplomáticos con este nivel de preparación, en Argentina cada día se abuse más de la colocación de paracaidistas políticos en importantes embajadas, ya sea por devolución de favores políticos o simplemente por amiguismo.
Según una estadística publicada en el diario La Nación, desde que volvió la democracia cada Presidente “colocó” la siguiente cantidad de embajadores políticos: Kirchner nombró 19 políticos en diferentes embajadas (o sea uno cada 33 días); Raúl Alfonsín 48, (uno cada 42 días); Carlos Menem 79 (uno cada 48 días); Fernando De la Rúa 9, (uno cada 82 días) y Eduardo Duhalde 7 (uno cada 73 días). A este tipo de funcionarios se les llama embajadores “artículo 5”.
Al igual que sucede hoy en día, también en los gobiernos de Alfonsín y Menem hubo políticos que tenían cargos de embajadores sin destino, meramente protocolares, para funciones en el país o itinerantes; lo que se dice, auténticos ñoquis. Estos dos presidentes eligieron durante sus mandatos unos doce de estos “embajadores”. Este tipo de diplomáticos, desde el gobierno de la Alianza, pasaron a ser “artículo 6”. Contando a los embajadores sin embajada, más los que trabajan en distintos países del mundo, el gobierno de Kirchner lleva colocados unos 30 embajadores políticos, lo que es un verdadero disparate.
Un dato a tener en cuenta: en la última parte de la presidencia de Menem, el número no fue mayor debido a la cantidad de escándalos que tuvieron como protagonistas a este tipo de funcionarios, por lo que en esa época el ex Presidente recurrió a diplomáticos de carrera para bajar los decibeles de las críticas. Fueron famosos en esa época los casos que envolvieron a la embajadora en Santo Domingo, Teresa Meccia de Palma, quien tuvo que abandonar su residencia cuando su hijo fue acusado de secuestro seguido de asesinato y también por algunos negocios turbios que tenían como protagonista a su marido. También, por escándalos económicos, debieron regresar al país Rubén Cardozo (de Paraguay), César Mandry (de Alemania), William Kent (de Holanda) y Ricardo Argüello (de Nicaragua).
Este que tratamos hoy aquí es el principal malestar que tiene el personal estable del Palacio San Martín, sede de nuestra cancillería, porque a la vez que les quitan vacantes a ellos, deja muy mal parada su profesión, ya que como dicen: “Si salta un escándalo en una embajada, seguro que fue un político”.
Es triste analizar las situaciones por las cuales fueron elegidos algunos de estos embajadores políticos, pero viendo su historial queda en evidencia que los nombramientos no fueron solamente por devolución de favores o para tapar algunos negocios sucios, sino también para alejar a los amigos de algunos descalabros que pudieran haber hecho en su paso por la función pública. Así, por ejemplo, en este rango tenemos al “exitosísimo” ex ministro de economía Jorge Remes Lenicov, que luego de destruir al país con su famosa devaluación, fue premiado como embajador ante la Unión Europea. Tenemos a José Octavio Bordón, que luego de recorrer cuanta dependencia pública pudo en Argentina (y dejar atrás algunos juicios por mal desempeño de la función pública), fue premiado con uno de los más importantes cargos: la embajada en los Estados Unidos. También tenemos al ¿exitoso político? de la Alianza, Darío Alessandro, como nuestro representante en Cuba.
El caso más paradójico quizá sea el del amigo presidencial, nuevo embajador en España, Carlos Bettini, quién fue discutido por varios partidos políticos. Incluso el Senado no prestó su acuerdo, por razones que van desde juicios cosechados en su paso por la función pública y privada, su doble nacionalidad española-argentina (cosa que utilizó en algún juicio en nuestro país para evadir cargos), hasta el hecho de que el Sr.Bettini tiene intereses económicos en empresas españolas, lo que hace poco creíble su capacidad de defender los derechos argentinos ante cualquier diferendo que pueda ocurrir.
En estos años de democracia no se ha sabido guardar el respeto a una función tan importante como es el Servicio Exterior; por el contrario, se ha intentado manipularlo en función de intereses partidarios. Se abusó de manera deplorable de la facultad del poder ejecutivo de elegir a embajadores que no sean de carrera, designaciones que idealmente se harían de manera excepcional siempre y cuando esas personas poseyeran condiciones relevantes y fueran ciudadanos altamente idóneos. En la mayoría de los casos ni siquiera se trata de políticos interesados en la materia, ya que no se observa en el curriculum de éstos que hayan tomado cursos o presentado tratados, escritos o publicaciones que tengan que ver con el Servicio Exterior.
¿No es éste uno de los casos en que el poder político debería comenzar a dar el ejemplo que tanto necesita nuestro país, actuando en la función pública con la mayor honorabilidad y asegurando el cumplimiento estricto de las leyes, en lugar de estar buscando el atajo que sirva para aprovechar una ley?
Este tema de los “embajadores políticos” es sólo la punta del iceberg, y lo ponemos como un triste y comprobable ejemplo de lo que pasa en todos los estratos de nuestra descalabrada sociedad. Lo vemos en cualquier empresa, banco, comercio. Cuando aquel que se especializa, toma su trabajo en serio y tiene méritos suficientes para cargos de mayor envergadura, es despojado de sus derechos por un acomodado o paracaidísta, ya sea familiar, amigo o apadrinado por algún poderoso.
¿Cuánto tiempo nos llevará darnos cuenta que en un país en donde no hay premios y castigos, o en el que se premia al holgazán y al que tiene contactos en detrimento del más capaz, va camino al fracaso?
En muchos países con sistemas políticos similares al nuestro, los embajadores que no son de carrera se cuentan con los dedos de una mano. Brasil, que es un país muy cercano al nuestro por proximidad geográfica e intenciones comunes en el Mercosur, ha hecho una bandera de sus relaciones internacionales y de la promoción de sus productos en el exterior, y tiene apenas tres representantes de este tipo acreditados en el exterior.
Para defender lo indefendible, los que han manejado la Cancillería en estos años de democracia dicen que no hay nada que evidencie que los embajadores de carrera sean mejores para las necesidades del país que los políticos. He aquí otra incongruencia de nuestro gobernantes: si no está tan claro que sirva la carrera del Servicio Exterior, que se anule y no sigamos gastando fondos públicos e impuestos del pueblo en futuros funcionarios, que según los políticos, no están mejor preparados que ellos.
En el actual gobierno alegan que se recurre a embajadores políticos porque la Cancillería tiene un fuerte sesgo radical y no es fácil encontrar embajadores de carrera que sean peronistas.
El propio Rafael Bielsa descalifica las críticas y aduce que el actual gobierno está dentro del número permitido de embajadores políticos, pero sólo habla de números y leyes (por supuesto leyes creadas por políticos); nada aclara sobre las capacidades de los elegidos.
Por otro lado nuestro canciller calificó de idiota el análisis que se hace relacionando la cantidad de embajadores políticos con respecto a los años de mandato de los presidentes.
A la luz de los hechos, las experiencias vividas y la poca capacidad de los políticos elegidos para desempeñar sus cargos, sólo me queda pensar que designar políticos para una función que tanto tiene que ver con la cara visible de nuestro país en el exterior, es como poner a la Mona Jiménez a dirigir la Orquesta Filarmónica del Teatro Colón. Ø

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