Somos cinco alrededor de la mesa. Todos "pillados" de intelectuales y con un poco de razón.
Todos hablan más de dos idiomas y son versados en música y literatura. Las diferentes idiosincrasias, diferentes orígenes étnicos y diferente orientación educacional hacen que se armen unas discusiones que pueden, alternativamente, terminar en carcajadas o enojo y a veces algún pensamiento lindo y filosófico.
Los antiguos griegos eran amantes de este tipo de tertulias, que comenzaban hablando de "nadas" y terminaban con la profundidad de un "todo".
De esas reuniones salieron cimientos filosóficos, como "Pienso, luego existo" y la famosa teoría de Tales de Mileto, cuando proclamó: "Nada es, todo se transforma".
Por supuesto, aquí quiero salvar las distancias (un salto muy grande) y decir que esta referencia no implica ningún tipo de comparación.
Durante esta reunión, a la que se había agregado un nuevo miembro, éste dijo la repetida frase: "El Tango es un lamento de cornudo".
Todos han escuchado esa frase y yo siempre lo tomé como una expresión del creativo humor porteño, que se parece a los permanentes chistes o a los canyengues que hablan siempre en metáforas, como: "come más que lima nueva". Siempre pintoresco. Lo que los Norteamericanos llamarían "cute".
Así lo interpreté. Hasta que en el "toma y daca" de la discusión me di cuenta de que esta persona realmente consideraba la frase una verdad "bíblica". Por eso, pensando que por ahí debe haber alguien más que tenga el mate tan "lavado", quiero decirle a todos lo que le dije a él.
El tango es drama y emociones. Aun cuando canta alegrías, el tango llora. O te hace llorar.
Hay idiotas (perdonen la dureza) que dicen que el tango o los espectáculos de tango deben ser livianos, para alegrarte, porque la vida ya tiene muchas preocupaciones y amarguras (esto se dijo en una crítica teatral en las páginas de esta revista).
Yo digo, si querés reírte contratá a un payaso y si querés ver una mujer revoleada por el aire andate a un circo.
El tango es uno, pero hay un hecho irrefutable: de todos los medios literarios, las líricas del tango son las que tienen los temas más variados. El tango le canta a la vida, y la vida tiene de todo.
Desde la amarilla y famélica "hojita de otoño durmiendo en la zanja" o el "adiós de la pálida vecina" o el "misterio de adiós que siembra el tren" hasta llegar a "hoy vas a entrar en mi pasado" o "acariciame ensueño el suave murmullo de tu suspirar".
Un yanqui diría "Rubén, Gustavo, Adolfo y Amado: Eat your heart out!"
La queja del "amurado" es una minoría entre los miles de poemas que forman la lírica del tango. Si la frase "lamento de cornudo", en su forma derogatoria, fuera real, tendríamos que aplicarla también a Shakespeare, Becquer, Espronceda, Darío, Martí, Nervo, Villaespesa, etc.
Esa es una frase que me molesta y no la acepto ni en broma. Es el producto de tipos con lamida superficial que pretende ser conocimiento. Agarren los libros, muchachos. ¡No muerden!
Pero en este tema, ni siquiera los libros bastan. El tango hay que mamarlo y dejarlo nacer en el alma. Es el barrio que creció adentro y vos creciste con él. Yo no digo aquí que tenés que haber nacido en Puente Alsina, San Telmo o Mataderos. Podés ser hijo adoptivo. Hay hijos adoptivos amados y amantes, así como hay hijos biológicos que salieron tarugos.
Tengo dos amigas entrañables, a quienes quiero y admiro. Una se llama Susan Gregory y no he visto a nadie bailar el tango con tanta devoción y abandono. Baila con los ojos cerrados, como decía el gran Don Alberto. La otra es Stella Milano. Desde que se fue Tita, no hay nadie que transmita el arrabal y el malevaje como Stella. ¿Sabés qué? Una es gringa y la otra es provinciana.
¡Sí, se puede! Pero tenés que cruzar el charco y entregarte sin condiciones. No lo vas a conseguir mirando desde la orilla de enfrente.
¡Buen provecho! O, como dice Don Benito Pérez Galdós, en su obra "El Abuelo": ¡Que os indigeste! ©