Leyenda: La Maldición del Cerro Domuyo

Dibujo: Angelo Calamera

Existe en el territorio de Neuquén un cerro llamado Domuyo (Domu: mujer; Yo: punta) por su apariencia de mujer petrificada en aristas cortantes. Los descendientes de los araucanos no se arriesgan a escalarlo, y estiman que quien se atreva a hacerlo se expone a una muerte segura. Esta leyenda parece tener alguna relación con la de Copahué, pues “Pirepillán”, la hechicera, habitaba, según la leyenda, en el vallle de Domuyo y el nombre del Pirepillán (“Nieve del Diablo”) podría atribuirse a la nieve demoníaca del cerro maldecido...

   Por boca de Guinechén o Gnechén, un machi (hechicero) supo que en la cima del cerro Domuyo estaba encantada una joven hermosísima, custodiada por un toro colorado y un caballo oscuro. El primero, encarnando un espíritu tenebroso, hacía despeñar las piedras sobre los que intentaban acercarse, mientras que el otro desataba el viento y las tormentas.
   La joven había ido por oro -pues en la cima hay una mina- y había quedado encantada por los genios de la Montaña.
Enterado de la revelación, un valiente cacique se ofreció a escalar el cerro, romper el encantamiento y rescatar a la joven. Pero ni bien puso los pies en las sagradas faldas del Domuyo fue blanco de una lluvia de piedras sonoras. Después, piedras enormes que formaban los flancos del cerro, amenazaban desplomársele encima. No lo hicieron -dice la leyenda- por la especial protección de Hualichi, a quien había invocado, y de Guinechén, que le había dado su asentimiento.
   A cada paso arreciaban las piedras, y de pronto vio en la altura un caballo negro, y detrás, el viento y la tempestad. La nieve y las ráfagas heladas le impedían continuar; se arrodilló y pidió a Guinechén que le ayudara. En el acto cesó el temporal y las piedras dejaron de caer. Subió por un sendero y llegó a una laguna de aguas límpidas, donde oyó una voz que le susurró:
   -Calla y pasa...
   Al volver los ojos se encontró con la hermosa joven encantada, sentada sobre una roca de oro. Quiso tomarla del brazo para arrancarla de manos de sus guardianes, pero en el acto apareció el toro colorado dispuesto a embestirlo. Ante tan temible rival, optó por seguir su camino. Todos los senderos contiguos a la laguna estaban rodeados de áureas piedras que brillaban con deslumbrantes resplandores... Meditó un largo rato, y resolvió regresar, pero antes quiso agarrar un trozo de oro y alargó la mano para recoger un fragmento. Ni bien lo hizo, una lluvia de piedras cayó sobre su cabeza dejándole sin sentido, mientras oía a su alrededor voces que lo maldecían y risas satánicas... Cuando despertó un anciano se le presentó y le dijo:
   -Este es el camino. Vuelve con los tuyos y no digas nada. Si revelas el secreto de lo que has visto, morirás...
   Pero el cacique, demasiado valiente, reveló el secreto a su gente que decidió realizar una expedición llevándolo por guía. No pudo ser. A los tres días, el cacique murió aconsejándoles que no intentaran llegar a la cima encantada. Y tres días después murieron todos los que iban a realizar la expedición.
   Desde entonces nadie más, nunca, osó escalar el cerro sagrado del Domuyo. ¤

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