Durante los últimos años fueron publicados varios libros de política y economía destinados a comprender los “éxitos” y los “fracasos” de distintos países. Expertos de diferentes especializaciones se dedicaron a analizar la evolución, el índice de desigualdad en los ingresos, datos estadísticos e historia de las instituciones políticas y sociales de vastas regiones del mundo para intentar explicar los motivos por los cuales algunos países terminaron siendo “exitosos” y otros “fracasados”. Incluso avanzaron un poco más, estudiando a los que se encuentran un escalón más abajo de donde están los denominados “estados fallidos”; son esos que viven asolados por el caos, la anarquía y las guerras interminables, como Somalia o Haití.
Los exitosos son más o menos los virtuosos de siempre: los países escandinavos, Estados Unidos, Canadá, algunos europeos occidentales, Japón, Corea del Sur, Australia, Nueva Zelandia e Israel. En un término intermedio aparece China, que está a punto de convertirse en la máxima economía planetaria, y Rusia, que todavía resulta difícil de ubicar, porque si bien militarmente es una superpotencia nuclear, sus mayores ingresos provienen de la exportación de materias primas no renovables (gas y petróleo), además de armamento.
El resto lo integran los subdesarrollados o del Tercer Mundo clásicos. Se trata de un grupo heterogéneo en el que confluyen todos los países latinoamericanos y africanos, varios asiáticos y las petromonarquías de oriente medio, muchos de los cuales ocuparon un lugar importante debido a sus recursos naturales y a la vez insignificante por el retraso de sus sociedades.
“Lo peculiar es que todos los países no desarrollados actualmente son denominados 'emergentes' debido a intereses económicos y financieros inherentes a los 'exitosos' ”
Lo peculiar es que todos los países no-desarrollados actualmente son denominados “emergentes” debido a intereses económicos y financieros inherentes a los “exitosos”, porque desde hace años se utiliza la semántica para influir en las mentes y acciones de los pequeños y medianos inversores para que inviertan sus ahorros en países en desarrollo, y en este sentido la percepción es fundamental. Es más que evidente que nadie invertiría sus ahorros en un país fracasado o tercermundista, pero sí lo haría y de hecho lo hace en países que progresan.
Una analogía para entender cómo los financistas internacionales influyen e influyeron sobre la mente de estos ahorristas proviene de un acto común, hogareño: el cambio de pañales. En principio, cambiarle el pañal a un bebé o a un anciano en el final de sus días, desde un punto de vista puramente formal y fisiológico, es exactamente lo mismo, aunque todos saben que no se percibe de manera similar. Psicológicamente, los recién nacidos conllevan vida, potencialidades de desarrollo, enormes esperanzas, provocan alegría; en cambio, los ancianos en el final de sus días remiten a pensamientos negativos asociados a la decadencia, decrepitud y muerte. Tristeza absoluta.
Una cuestión de semántica
Cuando los organismos financieros internacionales decidieron calificar a los países “subdesarrollados” como “emergentes” lo hicieron pensando en la ingenuidad y la codicia de esos inversores. Con el fin de cobrar por sus servicios de intermediación los incentivaron a comprar bonos de países fracasados por su alta rentabilidad. Esta terminología y sus consecuencias no solo cambiaron radicalmente las finanzas del mundo actual; también provocó transferencias multimillonarias de fondos hacia una vasta región del planeta que no hubiese recibido inversiones.
“Todos los países latinoamericanos siguen siendo subdesarrollados y tercermundistas. A pesar de contar con telefonía celular, televisión satelital y muchos artefactos tecnológicos de última generación, su realidad, su esencia y la matriz de sus instituciones no han cambiado”
Latinoamérica fue una de las beneficiadas por esta ambigüedad semántica. ¿Pero cuál fue el resultado de ese flujo enorme de dinero instrumentado a través de préstamos a largo plazo o la compra de bonos especulativos? Lamentablemente, solo contribuyeron a incrementar la riqueza de las clases dirigentes, parasitarias, que desde el origen de los tiempos solo se dedicaron a saquear a sus gobernados. Después de varias décadas de haberse implementado esta nueva terminología y su subsecuente instrumentación, los resultados no son para nada halagüeños para los ciudadanos comunes. Todos los países latinoamericanos siguen siendo subdesarrollados y tercermundistas. A pesar de contar con telefonía celular, televisión satelital y muchos artefactos tecnológicos de última generación su realidad, su esencia, la matriz de sus instituciones no han cambiado, porque continúan siendo gobernados por castas, que si bien fueron elegidas democráticamente, se mantienen enquistadas en el poder, dedicando todos sus esfuerzos a extraer y exprimir la mayor cantidad posible de los recursos valiosos disponibles, sea de capital humano o recursos naturales.
Mirada sin luz
Un estremecedor ejemplo que hiere la sensibilidad es una anécdota del diputado Alfredo Palacios relacionada con la niñez en la provincia argentina de Santiago del Estero. El primer diputado socialista del país y autor del primer proyecto de voto femenino en Argentina calificaba a los niños tristes de Santiago del Estero como los que tenían mirada sin luz, debido a que se encontraban desnutridos y sin futuro. Durante una visita a esa provincia, Palacios escribió que “La tristeza de los niños me preocupó hondamente desde el día que llegué a esa provincia (Santiago del Estero). Un día opiné que la triste mirada de los niños se originaba en la desnutrición infantil. El doctor Alcorta dijo que yo estaba equivocado. Que las miradas tristes había que atribuirlas a la raza. ‘Todos los niños de Santiago del Estero son así’, me dijo enfáticamente. Molesto por esa aseveración, rebatí su argumento señalando que los niños bien alimentados en todas partes ni son tristes ni siempre están quietos. Y para afirmar mis dichos le pedí al gobernador que organizara una reunión en su casa con los hijos pequeños de sus ministros y funcionarios. Cuando los convoco, desde una cuadra de distancia se escuchaba el bullicio y la alegría de esos niños. Estando con estos niños sanos y bien nutridos pude ver que tenían los ojos llenos de luz, de buen color. Y que se movían de un lugar a otro, sonrientes. De un lado se encontraban los encantadores pequeñuelos privilegiados y del otro la triste y dolorida carne del pobre. Esos niños tristes, de poco peso, y de poca talla iban a ser pronto los jóvenes que rechazaría el Ejército cuando fueran convocados al servicio militar”. Y Palacios tenía razón: más del 47% de los jóvenes santiagueños fueron rechazados por debilidad constitucional, falta de peso, de talla o de capacidad torácica. A décadas de ese hecho nada ha cambiado. La historia se repite.
Los investigadores que analizan éxitos y fracasos de países sostienen que la desigualdad y el atraso se mantienen cuando las clases dirigentes son “extractivas” (cuando sos rapaces) y no “inclusivas” (o participativas). Traducido: cuando gobiernan unos pocos exitosos sobre un mar de marginados. Como en toda Latinoamérica. ¤