Editorial • Septiembre 2014

Editorial • Septiembre 2014La lógica, valor muy poco usado en la historia de la humanidad, indica que es siempre mejor, como sugiere el dicho popular, prevenir que curar. En términos de política sanitaria, por ejemplo, se previenen problemas de salud llevando una vida sana a través de una dieta saludable, ejercicio, esparcimiento, etc. De la misma manera, uno va al médico a realizarse un estudio anual para asegurarse que todo funciona bien y, si el “tordo” encuentra algo sospechoso, o directamente indicios de algún problema, se lo enfrenta de inmediato con el tratamiento necesario.
Con la política de seguridad, el talón de Aquiles de la Argentina moderna, sucede algo parecido. Casi todos coincidimos en que la pobreza, el analfabetismo, la exclusión social o la destrucción de los valores fundamentales sobre los que se basa nuestra sociedad, juegan un papel fundamental en el nivel de violencia delictiva de la que se quejan la mayoría de los ciudadanos argentinos. Ahora, si bien entendemos que estos asuntos no son de rápida solución y requieren profundos cambios en la estrategia política de cualquiera sea el gobierno que suceda al actual, existen obvios indicios que nos llevan cada vez a identificar potenciales situaciones problemáticas y nos permiten prevenirlas, hacer algo antes de que sucedan.
En lo que se refiere específicamente a la violencia social y delictiva, hay dos maneras fundamentales de prevenirlas: la primera es a través de políticas sociales, económicas y educativas para, como dijimos, combatir la exclusión social y generar a partir de allí mejores ciudadanos con sus necesidades básicas satisfechas. La segunda es a través de la prevención de situaciones puntuales potencialmente conflictivas, y tiene que ver más con la inteligencia, la intervención judicial y policial conjunta, y sobre todo el no pasar por alto los pequeños actos que a veces pueden ser la raíz de un problema mayor, estrategia a menudo llamada “reparar vidrios rotos y arreglar veredas”.
Y hablando de pequeñas cosas, hace unos años leímos “The Tipping Point, How small things can make a big difference”, un libro en el que su autor, Michael Gladwell, propone que ideas y comportamientos sociales como la violencia se expanden dentro de una sociedad de manera similar a la que lo hace un virus: por contagio. En términos puntuales, podemos decir que si uno se sienta en un banco del Parque Lezama a tomar un agua mineral y al irse deja la botella ahí a un costado, es muy probable que otras personas lo hagan también, total, “ya está sucio”. Esto es muy fácil de comprobar en la calle: hay cinco peatones esperando la luz para poder cruzar la calle, pero basta que uno cruce con la luz roja para que algún otro lo siga.
De la misma manera, y todo este preámbulo viene a colación de esto, se podría haber prevenido la muerte de Melina López, una estudiante de 18 años asesinada de un balazo en la cabeza para robarle su cartera. Los asesinos salieron de y se ocultaron en la villa Papa Francisco, un asentamiento ilegal propulsado por punteros locales en unos inhabitables terrenos de Lugano contaminados con plomo y vaya uno a saber qué otro veneno. La toma comenzó el 24 de febrero con el asesinato de uno de los usurpadores y finalizó el 24 de agosto luego del asesinato de Melina. Entre medio hubo seis meses de otras muertes, violaciones, golpizas, miseria y el infaltable establecimiento del narcotráfico.
Las tomas se esparcen como virus; una precaria carpa o toldería de cartón y chapa invita a la segunda, y a las subsiguientes. La toma de un terreno genera por contagio a la siguiente en otro terreno.
Hace falta una política de vivienda para millones de argentinos que subsisten amontonados en chozas precarias, separadas de cientos de otras chozas por pasillos de enfermedad y muerte. Se puede generar trabajo para todos aquellos que demanden una vivienda para sus familias, aportar materiales para que ellos mismos las construyan con ayuda de voluntarios y expertos, en terrenos designados para tal fin y con al menos las mínimas condiciones de higiene y seguridad. Censar a los ciudadanos para saber quiénes son, de dónde vienen, y por qué se encuentran en tal situación. Se debe separar a los delincuentes y llevarlos a la justicia o, si son extranjeros (fuentes oficiales reportaron que la villa Papa Francisco estaba conducida por narcos paraguayos) deportarlos a sus países de origen. En las tomas se mezcla la desesperación de gente honesta que no tiene donde vivir con el oportunismo de los narcotraficantes que se instalan en los asentamientos a sabiendas de que la policía no puede entrar a ellos y sus miserables laberintos ofrecen la protección soñada.
Habrá que ver si la próxima vez que se organiza una toma, las autoridades nacionales y locales aprenden de la experiencia y toman las medidas necesarias para actuar de inmediato. Sin embargo, algo nos dice que otra vez esperarán a que una nueva Melina aparezca en la tapa de los diarios para empezar a pensar en las soluciones. ¤

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