Por favor, roben… pero no maten

Melina López En la actualidad, por lejos, la principal preocupación de los argentinos es la inseguridad. Pero hablar de inseguridad fuera de un marco conceptual, de un contexto preciso, se presenta confuso, demasiado general, abstracto e indefinido.

Debido a que puede ser interpretado de diferentes formas, es necesario aclarar que el verdadero temor que padece toda la población argentina es que hijos, hermanos, padres, amigos o cualquier persona sea asesinada absurdamente en ocasión de robo. Absurdamente, sin ninguna razón. Simplemente porque sí.
Este es un fenómeno relativamente nuevo en nuestra sociedad y lo más preocupante es que se acrecienta a pasos agigantados año tras año. Es imparable porque la cantidad de muertes que se producen en estas circunstancias se incrementa exponencialmente.
No es descabellado afirmar que cualquiera puede morir en cualquier momento. Lo más grave es que ninguno de los funcionarios responsables de solucionar este problema hace algo para evitarlo. La máxima preocupación de la población no merece la mínima atención de funcionarios y responsables de la seguridad. Por eso, casi nunca es mencionado.  
Día a día en todo el territorio nacional, especialmente en los centros urbanos más importantes, mueren ancianos, niños, mujeres y hombres en contextos inconcebibles.
Son asesinados sin ningún tipo de lógica, razón o motivo. Ocurren porque sí.
Por lo tanto, casi toda la población argentina está a merced de bandas de ladrones-asesinos, quienes a su antojo, a su libre albedrio o dependiendo de su estado emocional deciden sobre la vida o muerte de personas indefensas. Se trata de  una situación trágica que solo es comparable a lo que acontece en zonas ocupadas por ejércitos enemigos o guerrillas insurgentes, donde la vida de poblaciones cautivas no vale nada y todos pueden morir al azar, sin ninguna causa que lo amerite.  
En estos tiempos, incontables argentinos mueren en ocasión de robo. Ni siquiera hace falta presentar resistencia, forcejear, combatir o huir. Los delincuentes matan cuando lo desean.
El 20 de agosto, la joven Melina López, de 18 años, fue asesinada en la Ciudad de Buenos Aires. Mientras se dirigía a un importante centro comercial de Villa Lugano para pagar la cuenta de su teléfono celular dos ladrones la asaltaron junto a su novio, y le dispararon un tiro en la cabeza a pesar de no oponer resistencia. Simplemente porque así lo quisieron.
Y esto ocurrió dentro de un contexto absurdo, incomprensible. Para empezar, en el colegio de Melina  estaban dando charlas a los alumnos para que comprendieran la problemática de la inseguridad. Los posibles asesinos salieron del nuevo asentamiento precario (villa miseria) bautizado Papa Francisco, que se asentó en varias hectáreas de la ciudad hace varios meses ante la inacción absoluta de las fuerzas de seguridad y políticas. De la noche a la mañana, cientos de personas muy pobres ocuparon un gran predio cobijados por punteros políticos y narcotraficantes. Al principio, empezaron a dormir en casas de cartón, pero posteriormente, cuando comprobaron que nunca iban a ser desalojados, empezaron a construir una verdadera ciudad con casas de ladrillos.  
¿Cómo se pudo llegar a esta situación increíble? Por mezquindades políticas. Los dirigentes políticos de las fuerzas policiales federales dijeron que no intervendrían porque esa era competencia de la Policía Metropolitana, dependiente del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Mientras los dirigentes porteños afirmaban lo contrario, la construcción de la villa continuó y ahora todas las zonas aledañas están aterradas porque la cantidad de asesinatos, violaciones y tráfico de drogas es una plaga. Esto fue público, salió en todas la noticias y todos los responsables, políticos y de seguridad supieron del conflicto. Pero ninguno hizo nada para evitarlo.
Esta es solo una gota en el mar. Casos similares se reproducen en todo el país. El mensaje que están transmitiendo a los ladrones-asesinos es que gozan de absoluta impunidad, que pueden matar cuando, donde y a quien quieran sin sufrir consecuencias.
Asombrosamente, tampoco es un problema legal, porque el Código Penal Argentino establece penas de prisión perpetua para estos delitos. Lo que sucede es que los fiscales y jueces suelen caratular estos crímenes como homicidios simples, que tienen penas mucho más leves.
Resumiendo: todos los días se cometen asesinatos en ocasión de robo en la Argentina. Casi nunca se detienen a los culpables y para colmo de males cuando son apresados los acusan de crímenes que conllevan penas atenuadas.
Ante este estado de cosas, lo único que puede hacer el ciudadano de a pie es rezar por su familia para no ser las próximas víctimas y readaptar el viejo proverbio nacional de “Roban… pero hacen”, por otro que diga “Por favor, roben… pero no maten”. ¤

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