Leyenda araucana
Decimos nosotros los indios, que el tigre es dueño de la tierra. No hace daño cuando no lo ofenden.
Cuando lo quieren para enemigo, él sabe, y carga rencor con su enemigo, para matarlo. Entre nosotros está reconocido que el tigre no hace mal cuando no lo ofenden. Pero a su enemigo no lo perdona jamás.
Él sabe quién es su enemigo y quién no. Cuando los indios encuentran al tigre, se invitan para matarlo. Luego se van; pero el tigre ya sabe quién fue el que le deseaba la muerte. Entonces lo encuentra y lo desafía a pelear.
Se dice que un hombre fue una vez apresado por los cristianos, aunque al tiempo consiguió escaparse. Este hombre anduvo mucho tiempo solo en los grandes desiertos. Faltaba casi nada para que muriese de hambre, hasta que se topó con el tigre. Entonces, este pobre hombre tembló de miedo. Se arrodilló, dicen, para rogar a Dios y al tigre, que se puso cerca de él mientras lloraba. Pero el tigre no le hizo nada. Solo iba caminando detrás de él, hasta que un rato después se adelantó y se perdió de la vista del compañero.
Más allá encontró avestruces y enseguida cazó uno. Entonces volvió atrás para encontrar a su compañero, que estaba tan muerto de hambre que apenas podía ya caminar. El hombre, viendo la boca del tigre manchada de sangre, lo siguió hasta llegar al avestruz. Allí se alimentó de la carne del avestruz, recobrando sus fuerzas y salud. A partir de allí lo acompañó durante muchísimos días.
Cuando se acercaron a un pueblo, el hombre, agradecido, se apartó de su compañero. De ese modo, gracias a la ayuda del tigre, es que pudo llegar a su tierra y resumir su vida.¤