En el norte del país todos conocen al Familiar:
es un gran perro negro de ojos que brillan como brasas y que sale por la noche en los lugares oscuros.
En otras partes dicen que es un viborón o hasta un hombre sin cabeza. Pero en Tucumán sólo se habla de un perro negro. En los tiempos de la Inquisición estaba prohibido tener “familiares”, pero mucho después, cuando se fundaron los ingenios, volvió a hablarse de ellos. El lujo, la riqueza y el poder de algunos frente a la miseria de muchos era un pecado de desmesura que sólo podía explicarse como un hecho demoníaco. Por lo tanto, allí había, como en la Salamanca, pactos con el diablo. Se decía que el diablo, que es desconfiado, había dejado un guardián para que vigilara el cumplimiento del pacto.
El Familiar protege la hacienda de su amo, pero exige que todos los años, al terminar la cosecha, le den un peón para comerlo. Hasta se menciona que prefiere a los santiagueños, que son los más pobres e inocentes.
Durante el día, el Familiar duerme en el sótano de la casa de los patrones, como ocurría en el ingenio Santa Ana, o se esconde en el fondo del depósito de las bolsas de azúcar. No le basta su tributo anual y por eso muchas noches sale a buscar hombres para devorarlos.
Cuando se acerca, los otros perros aúllan y el resto de los animales huyen enloquecidos de terror. Es muy difícil enfrentarlo porque su mirada paraliza. Muchos obreros lo han visto al salir del último turno de la fábrica. Conviene entonces llevar en el bolsillo un pedazo de pan blanco, que es como una hostia consagrada.
Hay que ser muy valiente para enfrentar al Familiar; sin embargo, algunos lo han hecho y lo han vencido. En esos casos hay que llevar un puñal o una cruz o, mejor todavía, un puñal con el mango en forma de cruz.
El triunfo sobre el Familiar no siempre significa su muerte. Al verse dominado se transforma en un perrito blanco que sigue cariñosamente a su vencedor, o el viborón se hace corderito. Pero la derrota de la bestia nunca es definitiva. Aún hoy, en los ingenios cerrados y en los alrededores de la ciudad, sigue merodeando, asustando a los desprevenidos que vuelven tarde a sus casas. Su aullido de animal hambriento eriza la piel y los viejos se preguntan con nostalgia si todavía habrá hombres capaces de enfrentar al Familiar. ¤